– Pero esto es nuevo. No aparece en la historia anterior.
– Porque ocurrio despues.
– Solo tengo tu testimonio -se quejo Cecilia-, y a la vez no puedo contar nada de lo que dices.
Gaia se mordio una una.
– Pregunta en el restaurante frente a la playita. A lo mejor algun empleado ha visto algo.
Cecilia movio la cabeza.
– No creo que pueda conseguir un testigo mejor.
– ?Sabes donde esta Atlantis?
– ?La libreria de Coral Cables?
– Es de una amiga mia que puede darte informacion. Se llama Lisa.
– ?Tambien vio la casa?
– No, pero conoce a personas que la han visto.
La oscuridad descendia sobre la arena y Gaia se habia marchado, pero Cecilia continuaba oyendo a sus espaldas la musica de los cafes abiertos al aire libre. Por alguna razon, el relato de la segunda vision la habia deprimido. ?Por que Gaia no habia ido a la playita con algun amigo? ?Seria porque estaba tan sola como ella?
Su mirada resbalo entre las olas de un mar cada vez mas agitado a medida que avanzaba la noche. Pensaba como habria sido su vida si sus padres le hubieran regalado un hermano. Mucho antes de que pensara en irse, ambos murieron con pocos meses de diferencia y la dejaron abandonada en una casona de El Vedado, hasta que ella decidio huir durante aquellos dias en que miles de personas se lanzaban a las calles gritando «?libertad, libertad!» como una manada enloquecida…
Harta de soledad, recogio su toalla y la metio en su bolso. Se daria una ducha antes de ir al bar. La gente salia a fiestas, se reunia con amigos, hacia planes con su pareja; pero ella solo parecia tener una rutina… si es que puede llamarsele asi a conversar un par de veces con la misma anciana. Sin embargo, no tenia otra cosa que hacer. Solo necesito media hora para llegar a su apartamento, y otra mas para comer y vestirse.
Cuando llego al bar, ya estaba lleno de juerguistas y de humo: una niebla asfixiante y naturalmente toxica. Apenas se podia respirar en aquella atmosfera que parecia la antesala de un hospital oncologico. Estornudo varias veces, antes de que sus pulmones se acostumbraran a la concentracion de veneno.
«El hombre es un ser adaptable a cualquier mierda -penso-. Por eso sobrevive a todas las catastrofes que provoca.»
La gente se apretujaba en la pista, arrullada por la voz del cantante. Junto a la barra, una pareja se contemplaba amorosamente en esa oscuridad de ultratumba. No habia nadie mas en las mesas.
Cecilia se sento en el otro extremo, pero ni siquiera habia un camarero para atenderla. Quizas tambien huyera a la pista para mecerse con el septuagenario bolero: «Sufro la inmensa pena de tu extravio, y siento el dolor profundo de tu partida, y lloro sin que sepas que el llanto mio tiene lagrimas negras… tiene lagrimas negras como mi vida…». De pronto, el bolero abandono su tono quejumbroso y se convirtio en un jolgorio rumbero: «Tu me quieres dejar, yo no quiero sufrir. Contigo me voy, mi santa, aunque me cueste morir…». Las parejas rompieron su abrazo para mover sabrosamente caderas y hombros, abandonando el animo funebre de la cancion. Asi era su pueblo, penso Cecilia, gozador hasta en la tragedia.
– Esa fue siempre una de mis canciones favoritas -dijo a sus espaldas una voz.
Cecilia salto del susto, volviendose hacia la mujer que parecia haber entrado sigilosamente.
– Y era tambien la favorita de mi madre -siguio diciendo la recien llegada-. Cada vez que la oigo, me acuerdo de ella.
Cecilia se fijo en su rostro. La oscuridad debio haberla enganado antes, porque la mujer apenas tendria cincuenta anos.
– Nunca me dijo que le ocurrio a Kui-fa cuando su marido se marcho a Cuba, ni que fue de la muchacha medio loca.
– ?Cual muchacha?
– Esa que tenia visiones… la que creia ver a un duende.
– Angela no estaba loca -aseguro la mujer-. Tener visiones no convierte a nadie en un desquiciado. Tu, mas que nadie, deberias saberlo.
– ?Por que?
– ?Piensas que tu abuela estaba loca?
– ?Quien le dijo que ella tenia visiones?
– Tu misma.
Cecilia estaba segura de que jamas habia mencionado la mediumnidad de su abuela. ?O lo hizo la primera noche? Habia estado un poco mareada…
– Solo queria saber en que acaba su relato -dijo Cecilia, pasando por alto el incidente-, pero sigo sin ver que relacion hay entre una familia cantonesa y una espanola que ve duendes.
– Porque falta la tercera parte de la historia -afirmo la mujer.
Lagrimas negras
El camino que conducia a la quinta estaba custodiado por todo tipo de arboles. Naranjales y limoneros perfumaban la brisa. Las guayabas maduras estallaban al caer, hartas de esperar por alguien que las recogiera en su rama. En ciertos tramos, los sembrados de maiz aranaban la tarde con sus afiladas hojas.
Aunque no habia cesado de llorar, Caridad contemplaba el paisaje con una mezcla de curiosidad y admiracion. Ella y varios esclavos mas habian recorrido la distancia que separaba Jaguey Grande de esos parajes. Pero la nina no lloraba porque hubiera dejado atras a su antiguo amo, sino porque en el ingenio habian quedado los restos de su madre.
Dayo -como fuera conocida entre los suyos- habia sido secuestrada por unos hombres blancos cuando aun vivia en su lejana costa selvatica de Ife, a la que los blancos llamaban Africa. Por esa razon Caridad nunca supo quien fue su padre; la propia Dayo no lo sabia. Sirvio como mujer a tres de ellos durante la travesia hacia Cuba. Despues fue vendida al dueno de un ingenio en la isla, donde dio a luz a una extrana criatura con piel de tonalidades lacteas.
Poco antes del parto, Dayo fue bautizada como Damiana. Anos mas tarde le explico a su hija que su verdadero nombre significaba «la felicidad llega», porque eso habia sido ella para sus padres: una gran dicha tras muchas peticiones a Oshun Fumike, que concede hijos a las mujeres esteriles. A Damiana tambien le hubiera gustado ponerle a su bebe un nombre africano que le recordara su tribu, pero sus amos no se lo permitieron. Sin embargo, la belleza de la nina era tan grande que decidio llamarla en secreto Kamaria, que significa «como la luna», porque asi era su bebe de radiante. Pero ese nombre solo lo uso en la intimidad. Para sus amos, la nina siguio siendo Caridad.
Madre e hija tuvieron suerte: nunca fueron enviadas a la plantacion. Como Damiana tenia abundante leche, fue destinada a amamantar a la hija del amo, que acababa de nacer. Y cuando Caridad crecio un poco, paso a servir en las habitaciones de la senora, una mujer sonriente que le daba monedas por cualquier motivo, de manera que madre e hija empezaron a hacer planes para comprar su libertad. Por desgracia, el destino altero sus planes.
Una epidemia que asolo la zona, durante el verano de 1876, mato a decenas de habitantes de la region, negros y blancos por igual. De nada valieron los cocimientos de hierbas, ni los sahumerios medicinales, ni las ceremonias que los negros hacian a escondidas: amos y esclavos sucumbieron a la fiebre. Caridad perdio a su madre, y el amo a su mujer. Sin animo para soportar la vision de la esclavita que le recordaba a su difunta esposa, el hombre decidio regalarla a un primo que vivia en una finca del naciente barrio habanero de El Cerro.
La muchachita se preparo para lo peor. Nunca antes habia servido fuera de la casa y no estaba segura de que ahora tuviera iguales privilegios. Se imagino trabajando de sol a sol, toda mugrienta y quemada, sin mas animos