ambos poseian capital suficiente para liberarse.
– La semana que viene -dijo ella-. Dame tiempo para prepararla.
– ?Tiempo?
– Ha sido muy buena. Por lo menos, le debo…
– No le debes nada -se quejo el-. Tal parece que no quisieras vivir conmigo.
Ella se le acerco amorosa.
– No es eso, Flor. Claro que quiero estar contigo.
– Entonces, ?cual es el problema?
Caridad sacudio la cabeza. No queria admitirlo, pero de pronto sentia ese miedo que antes le pareciera tan absurdo. Acostumbrada a tener un techo donde dormir y una cocina bien surtida, le aterraba la idea de verse en la calle, sin mas proteccion que el cielo sobre su cabeza, obligada a ganarse el pan por sus propios medios y expuesta a cualquier desvario de la vida. Era un reflejo que se habia anclado en su pecho, como mismo queda sepulto el espiritu cuando ha vivido mucho tiempo a la sombra de un amo. Asi se sentia ella: sin animos para valerse por si sola, aterrada ante la perspectiva de un mundo que no conocia y que nunca le preguntaria si estaba o no preparada para vivir en el, un mundo con leyes que nadie le habia ensenado… Penso en esos pichones que tantas veces habia visto balancearse indecisos sobre las ramas, llamados a puro grito por sus padres desde algun arbol cercano, y supo que tendria que hacer como ellos: abrir las alas y lanzarse al abismo. Seguramente se estrellaria contra el suelo.
– Esta bien -dijo finalmente-, lo hare manana.
Pero dejo pasar dias y semanas sin decidirse a hablar con dona Marite. Florencio languidecia mientras podaba los rosales, mas por el deseo de estar junto a su amada que por su frustrado plan de libertad.
Una tarde sorprendio una conversacion que lo alarmo. Don Carlos lo habia mandado a llamar. Florencio llego al portal donde sus amos bebian champola y disfrutaban el fresco de la tarde.
– ?Es el desastre! -decia don Carlos, mientras agitaba un periodico ante el rostro livido de su mujer-. No podremos seguir viviendo en esta quinta. ?Sabes que solamente para atender los jardines y la casa tenemos veinte esclavos?
– ?Y que vamos a hacer?
– No quedara mas remedio que vender.
Florencio sintio que la sangre abandonaba su rostro. ?Vender! ?Vender que? ?La casa? ?La dotacion de esclavos? Lo separarian de Caridad. Nunca mas volveria a verla… Don Carlos reparo en el mulato que aguardaba al pie de la verja.
– Florencio, prepara el quitrin. Vamos a la finca de don Jose.
El joven obedecio mientras un torbellino de ideas frustraba el empeno de sus manos por enjaezar los caballos. Despues regreso a la casa y se vistio con botines, casaca y guantes. Estuvo a punto de olvidar su sombrero de copa. Don Carlos salio de la mansion como una tromba, periodico en mano, seguido por su atribulada mujer. Ambos cuchichearon durante el breve trayecto hasta la otra finca, pero Florencio no presto atencion a sus murmullos. En su cabeza solo quedaba espacio para la unica decision posible.
La pareja se bajo del carruaje, sin darle tiempo a nada. Aun sentado en el quitrin, escucho las voces agitadas y las exclamaciones de don Jose y de su amo. Aguardo unos segundos antes de entrar. Cuando ya cruzaba el patio, Caridad se interpuso en su camino.
– ?Que vas a hacer?
– Lo que acordamos hace tiempo.
– No es un buen momento -susurro ella-. No se que ocurre, pero no parece bueno… Tengo miedo.
Florencio siguio andando sin atender a sus ruegos. Su entrada al salon fue tan intempestiva que ambos hacendados detuvieron su discusion para mirarlo. Dona Marite se abanicaba nerviosamente en su asiento y se veia mas blanca que el encaje de su abanico.
– ?Que ocurre? -pregunto don Carlos, con cara de pocos amigos.
– Mi amo… Disculpe su merce, pero debo decir algo, ahora que estan todos reunidos.
– ?No pudiera ser en otro momento?
– Dejalo que hable -le rogo su mujer.
– Bueno -resoplo don Carlos, volviendo a hundir su rostro en el periodico como si ya se hubiera desentendido del asunto.
Florencio sintio que el corazon se le salia del pecho.
– Cachita y yo… -callo al darse cuenta de que nunca antes habia usado aquel apodo frente a otros-. Caridad y yo queremos casarnos. Tenemos dinero para comprar nuestra libertad.
Don Carlos alzo la vista del periodico.
– Ya es tarde, hijo.
– ?Tarde? -Florencio sintio que las rodillas le temblaban-. ?Que quiere decir su merce? ?Tarde para que?
Don Carlos blandio el periodico bajo las narices del esclavo.
– Para comprar la libertad de nadie.
A sus espaldas, Florencio escucho un roce de sayas almidonadas. Caridad se recostaba a la pared, mas palida aun que su ama. El fue a socorrerla, mientras dona Marite daba gritos a otra esclava para que acudiera con las sales.
– ?Por que es tarde, su merce? -pregunto Florencio con la vista empanada por las lagrimas-. ?Por que no podemos comprar nuestra libertad?
– Porque desde hoy sois libres -respondio el hombre, arrojando el periodico a un rincon-. Acaban de abolir la esclavitud.
Caridad y Florencio se mudaron a esa zona de la capital que veinte anos atras fuera de intramuros. Todavia la nobleza criolla ocupaba los grandes palacetes cercanos a la catedral y a sus plazas aledanas, pero ya se iban abriendo paso todo tipo de negocios, pertenecientes a plebeyos emprendedores y sin grandes capitales… muchos de ellos, antiguos esclavos que, como la joven pareja, contaban con algun dinero.
Florencio habia buscado mucho por la zona de Monserrat, previendo el paso creciente de transeuntes hacia las nuevas barriadas de extramuros. Cerca de la plazuela, compro un local de dos pisos. La pareja se fue a vivir en la planta alta y convirtio la planta baja en una taberna, que tambien venderia productos de ultramar.
Nada parecia empanar la tranquilidad, excepto que el tiempo pasaba y Caridad se sentia cada vez mas inquieta por la ausencia de un hijo. Ano tras ano ensayaba cuanto metodo de prenez le recomendaban, sin resultado alguno. Pero ella no desistia. De cualquier manera fueron anos buenos, aunque dificiles; prosperos, pero angustiosos. Nada parecia seguro. Caridad prodigaba paciencia, en espera de su ansiada maternidad, y Florencio tuvo que derrochar encanto y habilidad en su negocio. Muchas veces se sentaba a tomar algun trago con los paisanos.
– Flor, ?puedes venir un momento? -le llamaba Caridad, mientras fingia buscar algo detras del mostrador; y cuando el se acercaba, lo alertaba-: Ya vas por el tercer trago.
Algunas veces Florencio atendia a su llamado, pero en otras ocasiones se justificaba.
– Don Herminio es un cliente importante -le decia-. Dejame terminar esta copa y ya vuelvo.
Pero los clientes importantes iban en aumento, y tambien la cantidad de copas que Florencio consumia a diario. Caridad lo veia, y a veces lo dejaba… hasta un dia en que su vientre por fin comenzo a crecer. Ya no podia estar tan pendiente de su marido, absorta en bordar panales y mantillas para el futuro bebe; y cuando bajaba al salon, nunca podia decir cuantos tragos se habia bebido el hombre.
– Flor -lo llamaba ella, acariciandose el vientre.
El se levantaba de la mesa malhumorado.
– ?No puedes quedarte tranquila? -le chillaba tras la cortina que separaba el almacen del local lleno de clientes.
– Solo queria decirte que ya has bebido…
– ?Ya lo se! -gritaba el-. Dejame atender a la gente como es debido.
Y salia con una gran sonrisa a servirse el siguiente trago. Caridad regresaba a su cuarto con aire de pesar, incapaz de entender por que el buen caracter de su esposo se habia agriado si el negocio parecia ir tan bien. La clientela se volvia cada vez mas distinguida porque Florencio habia sabido atender los reclamos de sus paisanos que muchas veces llegaban preguntando por cosas que el no tenia: medias negras berlinesas, jabones de Helmerich contra la sarna y la tina, pique crudo de Viena, jarabe de Tolu, arreos para quitrin, elixires dentifricos,