agua de Vichy… El nerviosismo que le provocaban sus deberes estaba mas alla del entendimiento de su mujer.
– Precisamente esta a punto de llegarme un cargamento -mentia con su mejor sonrisa-. ?Adonde quiere vuestra senoria que le avise?
Anotaba la direccion y dejaba el negocio al cuidado de su mujer para recorrer los comercios de la ciudad en busca de algo semejante. Una vez que hallaba la mercancia, compraba varias muestras para regatear un descuento y, al dia siguiente, le avisaba al cliente. A partir de ese dia, exhibia el nuevo producto y, si se vendia bien, mandaba a buscar mas.
La fama de su establecimiento traspaso los limites del vecindario y se expandio en ambas direcciones, llegando hasta la plazuela de la Catedral -el corazon oriental de intramuros- y mas alla de las semiderruidas murallas, en pos de las estancias occidentales. De vez en cuando aparecia por alli alguno que otro conde o marques, deseoso de obsequiar a su novia unas cuantas varas de telas orientales o algun chal de Manila.
El mal caracter de Florencio aumentaba en proporcion al crecimiento de su negocio. Caridad pensaba que quizas el espiritu de su hombre no habia estado preparado para tanto trasiego y recordaba con anoranza su vida en la quinta, cuando ella era lo unico que le importaba. Ahora apenas la miraba. Todas las noches subia las escaleras arrastrando pesadamente los pies y se dejaba caer sobre la cama, casi siempre borracho. Ella se acariciaba el vientre y sus lagrimas fluian en silencio.
Cierta manana en que ella regresaba del mercado, decidio entrar a su casa atravesando la taberna, en vez de usar la escalera lateral. Florencio estaba sentado ante una mesa, secundado por la algarabia de varios hombres que le animaban en su empeno por beber vaso tras vaso de aguardiente. A cada nuevo vaso, mas monedas se agrupaban frente a el.
– ?Vaya! Se ve que aqui saben divertirse de verdad -comento una voz agradable a sus espaldas-. Y esto si que no me lo habian contado.
Caridad se volvio. Una mulata tan clara que hubiera podido pasar por blanca contemplaba el jolgorio desde la calle. Al parecer acababa de bajarse de una volanta, cuyo conductor aguardaba por ella. Caridad solo tuvo tiempo para echar una breve ojeada a la desconocida. Aunque la madurez habia dejado huellas en su rostro, las curvas de su vestido escarlata delataban un cuerpo sorprendentemente joven.
– ?Tambien vienes a divertirte? -pregunto la desconocida.
– Es mi marido -respondio Caridad con un nudo en la garganta, senalando a Florencio.
– ?Ah! Vienes a buscar al palomo que se fue de casa…
– No. Esta es mi casa. Esta es nuestra taberna.
La mulata contemplo a Caridad y, por primera vez, parecio reparar en su estado.
– ?Te falta mucho? -pregunto haciendo un leve gesto hacia el vientre.
– No creo.
– Bueno, ya que eres la duena y que tu marido anda tan ocupado, me imagino que puedes atenderme… Necesito jabon de acido fenico. Me dijeron que aqui tenian.
– No se. Mi marido es quien se ocupa de la mercancia, pero puedo mirar.
Caridad atraveso el salon y se metio en el almacen posterior. Al cabo de unos instantes, asomo la cabeza tras la cortina de saco y pregunto a la desconocida:
– ?Cuantos necesitas?
– Cinco docenas.
– ?Tantos? -replico ingenuamente-. Estos no son para uso diario, sino contra las epidemias.
– Ya lo se.
Caridad la miro fijamente como si quisiera recordar algo, pero al final volvio a esconderse tras la cortina. Desde la acera, la mujer le hizo senas al conductor para que acercara mas el carruaje mientras ella se abanicaba con violencia. Un momento despues, Caridad salio del interior arrastrando trabajosamente una caja, pero no pudo avanzar mucho. Sintio una punzada en el bajo vientre que la hizo saltar como si le hubieran dado un latigazo. Miro hacia la calle, pero la mujer parecia ensimismada en la contemplacion de algo que ocurria en la esquina. Se volvio a su marido, que seguia ajeno a su presencia. Con dificultad, se abrio paso en medio del grupo.
– Flor, necesito que me ayudes.
El hombre la miro apenas y tomo otro vaso de la mesa.
– Flor…
Habia seis vasos vacios ante el. Uno mas ahora. Siete.
– Flor. -Detuvo su brazo en el instante en que se llevaba el octavo a los labios.
De un formidable empujon, la derribo al suelo. Ella grito de dolor mientras la algarabia de los hombres disminuia al darse cuenta de lo ocurrido. La desconocida fue a socorrerla.
– ?Estas bien?
Caridad sacudio la cabeza. Gruesas lagrimas resbalaban por su rostro. Se levanto, ayudada por la mujer y uno de los hombres.
– Deja -la atajo la desconocida, cuando vio que pretendia volver a arrastrar la caja-. Llamare al conductor para que lo haga. ?Cuanto es todo?
La mujer pago lo que le dijeron y salio, no sin antes echarle una mirada que a Caridad se le antojo de lastima. Los gritos habian disminuido despues del altercado y muchos parroquianos se marcharon, pero Caridad no presto atencion a nada mas. Se dirigio al piso alto, apoyandose en la baranda.
Esa noche, Florencio subio tambaleandose y penetro en el dormitorio. Un vaho denso y desagradable golpeo su olfato.
– Cono, mujer, ?no puedes abrir las ventanas?
Un vagido extrano lleno la habitacion. Florencio fue hasta el rincon donde apenas alumbraba una vela. Su mujer estaba echada sobre la cama, con un bulto que apretaba contra su pecho. Solo entonces Florencio supo que el olor que flotaba en la habitacion era sangre.
– ?Cachita? -la llamo por primera vez en mucho tiempo.
– Es una nina -murmuro ella con un hilo de voz.
Florencio se acerco a la cama. La vela le temblaba tanto que Caridad se la quito de las manos y la coloco sobre la mesa de noche. Despacio, el hombre se inclino sobre la cama y contemplo a la criatura dormida, sujeta aun al pecho de su madre. La niebla que anegaba su cerebro se esfumo. Vagamente recordo los terminos de una apuesta, los vasos que alguien le llenaba, las bromas, el gemido de una mujer…
– No llamaste. No… -se echo a llorar. Caridad le acaricio la cabeza. Y no dejo de hacerlo durante las dos horas que estuvo arrodillado, pidiendole perdon.
Al dia siguiente no quiso probar la bebida, ni al otro, ni siquiera al tercero, aunque varios habituales trajeron a un contrincante dispuesto a derrotar al
Con la llegada de Maria de las Mercedes, ahora tendria mas bocas que alimentar. Supo que la reputacion del negocio habia mermado debido a sus continuas borracheras, y decidio recuperarla. Durante los meses siguientes, trabajo mas que nunca. Si desde el inicio se habia empenado en que su establecimiento tuviera un buen surtido de mercancias, ahora decidio que seria el mejor. Contrato a un empleado para que atendiera el negocio cuando el iba al puerto en busca de articulos raros o curiosos. La Flor de Monserrat volvio a convertirse en un punto de referencia para viajeros y caminantes que buscaban direcciones. El lugar se hizo tan conocido que pronto se uso como guia.
Pero la ciudad crecia y el numero de comercios tambien. Nuevas familias y nuevos barrios se establecieron en los suburbios de extramuros. Florencio sospecho que no podria competir con los negocios que prosperaban al otro lado de las antiguas murallas. Tras mucho pensar en la forma de llegar a los clientes mas alejados, se le ocurrio que su peon llevara mercancias de puerta en puerta, con un gran letrero que indicara el nombre y la direccion de su establecimiento. La idea no era suya, por cierto. Semanas atras habia visto el carromato de Torcuato, un antiguo calesero que tenia fama de pendenciero y al que apodaban Botija Verde, con un letrero que decia:
SINO TOCUATO,
VINOS FINO, SIDRA I VELMU