llego el momento de regresar y, dividido entre su reticencia a abandonar aquel pais y el deseo de retornar a su familia, Siu Mend se hizo nuevamente a la mar.

Paso mucho tiempo, y Siu Mend no lograba olvidar la atmosfera salada y transparente de la isla; pero su recuerdo quedo atrapado en las redes silenciosas de su memoria, sofocado por deberes mas cercanos. Soplaban vientos nuevos, con noticias de una guerra civil que amenazaba con cambiar el pais. Tambien se decia que los japoneses avanzaban desde el oriente. Pero eran rumores dispersos que iban y venian como la epoca de lluvias, y en la comarca nadie les presto atencion.

De ese modo se aprestaron a recibir un nuevo Ano de la Rata. Con dos anos mas, habria transcurrido un ciclo completo desde que naciera Pag Li y vendria nuevamente otro Ano del Tigre. Solo que el pequeno habia nacido bajo el elemento fuego y el proximo ciclo seria de tierra. De cualquier modo, Siu Mend penso que ya podia comenzar a buscarle esposa. Kui-fa protesto, diciendo que era demasiado pronto, pero el no le hizo caso. Tras muchas dudas y algunas consultas secretas con su tio, decidio hablar con el padre de una de las jovenes candidatas. Hubo intercambio de regalos entre las familias y votos por el futuro enlace, tras lo cual todos regresaron a ocuparse de sus asuntos en espera del acontecimiento.

Y una tarde llego la guerra.

Las canas se alzaban verdemente bajo el sol y los campos se movian como un mar azotado por la brisa. Kui- fa bordaba unas zapatillas en su alcoba cuando escucho los gritos.

– ?Ahi vienen! ?Ahi vienen!

Por puro instinto se lanzo hacia el escondite donde guardaba las joyas, cogio el envoltorio que le cabia en un puno y lo escondio en su ropa. Antes de que los gritos se repitieran, ya habia arrastrado a Pag Li hacia la puerta. Su marido tropezo con ella. Venia sudoroso y con la ropa en desorden.

– ?A los campos! -exclamo con ansiedad.

– ?Ayii! -llamo Kui-fa en direccion a la cocina-. ?Ayii!

– ?Dejala! -dijo su marido, mientras la arrastraba hacia fuera-. Debe de haber huido con los otros.

Los primeros disparos brotaron cuando aun se hallaban a un centenar de pasos de las siembras. Despues fueron los gritos… lejanos y terribles. Se sumergieron en las canas cuyas hojas les aranaban los rostros y les cortaban la piel, pero Siu Mend insistio en seguir andando. Mientras mas se alejaran, mas seguros estarian. La lluvia de disparos crecio tras ellos a medida que se internaban en las canas. Pag Li protestaba por el escozor, pero su padre no le permitio detenerse. Solo cuando la artilleria se convirtio en un vago rumor, Siu Mend los dejo descansar.

Se acomodaron como pudieron entre los matorrales, pero nadie durmio en toda la noche. A ratos escuchaban algun grito. Kui-fa se retorcia las manos de angustia, imaginando a quien pertenecerian las voces, y el nino gimoteaba dividido entre el panico y las molestias.

– Por lo menos, estamos vivos -decia Siu Mend, tratando de- tranquilizarlos-. Y si eso es asi, es posible que los otros tambien lo esten… Ya los encontraremos.

La luna se alzo sobre sus cabezas; una luna mojada como el rocio que empapaba sus ropas. El frio y la humedad penetraban hasta sus huesos. Abrazando a su hijo, Kui-fa levanto la vista hacia el disco de plata que tanto le recordaba el rostro de Kuan Yin, la Diosa de la Misericordia, y le parecio que todo el cielo lloraba con ella. ?O era solo el llanto de la luna lo que anegaba los sembrados? Siu Mend se pego mas a ellos. Asi permanecieron los tres hasta que llego la manana.

La frecuencia de los disparos habia ido menguando hasta desaparecer. Kui-fa respiro con alivio cuando entrevio el disco solar entre las largas y aserradas hojas, pero Siu Mend no les dejo abandonar el refugio. Alli permanecieron todo el dia, acosados por los insectos, el hambre y la sed. Solo cuando el sol descendio de nuevo para ocultarse y las estrellas brillaron en el cielo, Siu Mend decidio que ya era hora.

Llenos de miedo, desandaron sus pasos hasta el borde del sembrado, donde Siu Mend les ordeno que se detuvieran.

– Voy a salir -anuncio a su mujer-. Si no regreso, da media vuelta y huye. No te quedes aqui.

Kui-fa espero con angustia, temiendo escuchar a cada momento el grito agonizante de su marido, pero solo le llego el murmullo de los grillos que volvia a aduenarse del silencio. Recordo las joyas que habia guardado en sus ropas. Tendria que hallarles un sitio mas seguro. La ausencia de su marido le recordo algo. Si, habia un lugar donde nadie las descubriria…

Los insectos acallaron sus voces con la llegada de la brisa que precede al amanecer. El disco de la luna llena se movio un poco. Hubo mas frio y humedad. Una niebla interminable y lacrimosa se elevo sobre sus cabezas. Soplo el fantasma del viento y unos pasos se acercaron entre las canas. La mujer apreto al nino dormido contra su pecho. Era Siu Mend. Pese a la poca luz, la expresion en su rostro era tan elocuente que Kui-fa no tuvo que preguntar. Cayo de rodillas ante su marido, sin fuerzas para sostener al nino.

– Vamonos -dijo el con los ojos llenos de lagrimas, ayudandola a levantarse-. Ya no hay nada que podamos hacer.

– Pero la casa… -murmuro ella-. Los sembrados…

– La casa no existe. El terreno… es preferible venderlo. Los soldados se han marchado, pero volveran. No quiero quedarme aqui. De todos modos, se lo he prometido a Weng.

– ?Lo viste?

– Antes de que muriera.

– ?Y Mey Ley? ?Y los otros?

En lugar de contestar, Siu Mend tomo al nino de una mano y a ella de la otra.

– Nos iremos a otro sitio -anuncio con voz ahogada.

– ?Adonde?

El hombre la miro un instante, pero ella supo que sus ojos no la veian. Y cuando respondio, su voz tampoco parecia la suya, sino la de un mortal que ansia regresar de nuevo al reino del Emperador de Jade.

– Nos iremos a Cuba.

Te odio y sin embargo, te quiero

Como cada sabado, Cecilia se habia ido a caminar por el embarcadero. Contemplo el parque lleno de patinadores, parejas con ninos, ciclistas y corredores. Era una imagen bucolica y a la vez desoladora. Tantos rostros felices, lejos de animarla, la dejaban con una sensacion de aislamiento. Pero no era solo aquel parque lo que le producia tanta angustia, sino el mundo; todo lo que llamaban civilizacion. Sospechaba que hubiera sido mas feliz en algun sitio salvaje e inhospito, libre de compromisos sociales que solo servian para provocarle mas ansiedad. Pero habia nacido en una ciudad calida, marina y latina, y ahora vivia en otra ciudad calida, marina y anglosajona. Lo suyo era karmatico.

Siempre se habia sentido una extranjera de su tiempo y de su mundo, y aquella percepcion habia aumentado en los ultimos anos. Quizas por eso regresaba una y otra vez al bar donde podia olvidar su presente a traves de las historias de Amalia.

Toda su vida le interesaron los personajes lejanos en la geografia, contrario a su madre que amaba cuanto tenia que ver con su isla. Por eso le habia puesto Cecilia, en homenaje a la novela de Cirilo Villaverde Cecilia Vaides, un clasico de obligada referencia. Pero ella no habia heredado ni sombra de esa pasion. Su pasado la tenia sin cuidado. En la escuela no se cansaban de repetir que en la isla siempre hubo hambrientos o poderosos, unos con mucho y otros con poco, en diferentes estadios de la historia: el mismo cuento de explotadores y explotados ad infinitum… hasta que llego La Pelona, como lo bautizo enseguida su abuela clarividente para gran escandalo de los vecinos que vitoreaban su entrada triunfal.

Lo ocurrido despues fue peor que todo lo anterior, aunque de eso no se hablaba en clases. Blandiendo su guadana, La Pelona arraso con propiedades y vidas humanas; y en menos de cinco anos, el pais era la antesala

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