La mujer suspiro.
– ?Quieres cafe?
Fueron a la cocina.
– No se por que no te deshaces de ella.
– Me la dejo Demetrio -repitio la anciana con obstinacion.
– No veo que tiene de malo que la regales.
– Bueno, le preguntare. Pero tendre que esperar a que a el le de la gana de venir porque yo no soy Delfina.
Aunque Cecilia habia estado absorta en la cafetera, la ultima frase la obligo a levantar la vista.
– ?Como?
– Que si fuera Delfina podria llamarlo ahora mismo para saber que hacer, pero voy a tener que esperar.
Cecilia se quedo mirando a la anciana. Nunca dudo de la mediumnidad de su abuela Delfina; las anecdotas que circulaban en su familia eran demasiadas. Pero ahora no pudo determinar si lo que su tia abuela decia era real o producto de la vejez.
– No estoy loca -le dijo la mujer, sin inmutarse-. A veces siento que el anda por aqui cerca.
– ?Tu tambien ves cosas?
– Ya te dije que no soy como mi hermana. Ella era un oraculo, como el de Delfos. Creo que mama tuvo una premonicion cuando la bautizo asi. Delfina podia conversar con los muertos cuando se le antojaba. Ella los llamaba, y venian en tropel. Yo tambien puedo hablarles, pero tengo que esperar a que se presenten.
– ?Puedes hablar con mi madre?
– No, solo con mi hermana y con Demetrio.
Cecilia empezo a endulzar su cafe. Aun no podia decidir si todo eso era cierto. ?Como averiguarlo sin ofender a su tia abuela?
– ?Cuando te empezo lo de hablar con los muertos?
– Desde nina, cuando converse con mi abuela en el jardin pensando que habia venido a visitarnos. Al otro dia me entere que, a esa misma hora, estaba agonizando en una cama de la clinica Covadonga. Solo se lo conte a Delfina, que me consolo y me dijo que no me preocupara, que a ella le habian pasado cosas peores. Ahi fue cuando me entere de lo suyo.
– Pero ella no presintio esa muerte. ?Y nadie en la familia me hablo nunca de tus visiones!
– Lo mio no tuvo importancia. A Delfina le sucedian cosas mas extraordinarias. Siempre conocia de antemano las buenas y las malas noticias: algun avion que se iba a caer, quien se casaria con quien, cuantos hijos tendria una pareja de novios, desastres naturales que matarian a miles de gentes en cualquier sitio del mundo… Cosas asi. Delfina supo que tu madre estaba embarazada de ti antes que ella misma, porque tu abuelo, que en paz descanse, se lo confirmo desde el mas alla. Desde que tenia cuatro o cinco anos, conversaba con personas de la familia que habian vivido mucho antes. Al principio creyo que se trataba de visitas. Y como nadie le comentaba al respecto, presumia que no debia darse por enterada. Pero cuando crecio y empezo a preguntar, se dio cuenta de que habia estado hablando con personas que no eran reales… O mas bien, que no estaban vivas.
– ?Y no se asusto?
– Quienes se asustaron fueron mama y papa cuando ella menciono a «los visitantes». Pensaron que estaba loca o que inventaba cosas. Mi hermana quiso convencerles de lo contrario y les conto lo que los bisabuelos le habian revelado sobre sus infancias… Secretos imposibles de saber por Delfina. Eso los espanto aun mas.
Cecilia puso su taza en el fregadero.
– No se por que estamos hablando de esas cosas -mascullo Lolo-. Vamos a la sala.
Abandonaron la cocina y fueron hasta la otra habitacion, donde se sentaron junto a la puerta abierta.
– Cuentame de ti -pidio la anciana.
– No tengo nada que contar.
– Eso es imposible. Una muchacha tan joven y tan bonita debe tener enamorados.
– El trabajo no me deja tiempo.
– El tiempo se lo hace uno. No puedo creer que no vayas a ninguna parte.
– A veces voy a la playa.
No se atrevio a mencionar el bar, imaginando que no le gustaria saber que la nieta de su hermana andaba por esos antros.
– A tu edad, yo tenia un par de rinconcitos que eran mis preferidos.
– En esta ciudad no hay adonde ir. Es lo mas aburrido del mundo.
– Aqui hay lugares muy bonitos.
– ?Como cuales?
– El Palacio de Vizcaya, por ejemplo. O el Castillo de Coral.
– No los conozco.
– Pues ya te llamare algun fin de semana para ir a verlos. Y que conste -la amenazo con el dedo-, que no voy a echar esta frase en saco roto.
Media hora mas tarde, mientras bajaba las escaleras, Cecilia volvio a escuchar el chillido de la cotorra, al parecer liberada de su prision.
Su tia abuela tenia razon. No habia motivos para que permaneciera encerrada como si fuera un adefesio. Recordo el bar, donde habia estado varias veces y nunca habia bailado; y eso que estaba tan oscuro que nadie se daria cuenta de que no sabia donde ponia los pies. Ademas, con todos aquellos suecos y alemanes que no tenian ni idea de lo que era un guaguanco, casi podia ser la reina del solar. Pero la historia de Amalia era tan fascinante que lo olvidaba todo apenas llegaba.
Arranco su auto.
Todavia le quedaba tiempo para cambiarse de ropa y refugiarse en una mesa con su Martini en la mano. Sintio un cosquilleo en el corazon. En verdad, ?que importancia tenia su soledad cuando todo el pasado aguardaba por ella en el recuerdo de una anciana?
Alma de mi alma
La aldea se hallaba en las inmediaciones de Villar del Humo, un poco al oeste, como quien va en direccion a Carboneras de Guadazaon. Era un sitio muy parecido a otros dispersos por la serrania de Cuenca, pero a la vez diferente. Para empezar, ni siquiera aparecia en los mapas. Sus pobladores lo llamaban Torrelila, aunque su nombre no guardaba relacion con los amasijos de campanulas que inundaban las faldas de la sierra y que se extendian como una alfombra hasta el rio; tampoco tenia que ver con el color de los azafranes que abundaban en la zona.
Torrelila debia su nombre a una criatura feerica. Segun la leyenda, era un espiritu mas antiguo que la propia aldea y vivia en un manantial desde hacia siglos. Le llamaban «La mora de la fuente» y muchos aseguraban que era posible verla el dia de San Juan, cuando abandonaba su mansion acuatica y se sentaba junto a un torreon semiderruido para peinar sus cabellos. Algunas viejas suponian que estaba emparentada con las mouras gallegas, que tambien salen a peinarse en esa fecha; otras afirmaban que era prima de las
Angela no sabia nada de eso cuando llego a Torrelila; y de haberlo escuchado, tampoco habria mostrado el menor interes. Ella y sus padres estaban demasiado ocupados en remozar la diminuta vivienda que se hallaba a unos cien pasos de la casa del tio Paco. Anos atras, la choza habia servido de almacen. Ahora la luz del sol penetraba por los agujeros del techo, y la frialdad vespertina se colaba por las ventanas cuarteadas.
Por suerte, era la epoca de menos trabajo en el campo. Las espigas apenas asomaban y solo era necesario cuidar que las malas hierbas no ahogaran los retonos. Pedro, el tio Paco y otros dos lugarenos se afanaron en reparar la casa, mientras las mujeres bordaban cobertores y cortinas. Entre puntada y puntada, la esposa de Paco, una aldeana rolliza y de nariz roja, alertaba a Angela sobre los modos y costumbres de la zona.