– No te alejes de los trillos -advertia dona Ana-. Por esta sierra vagan todo tipo de criaturas… ?Y no te fies de ningun desconocido, por muy inofensivo que parezca! No vaya a ocurrirte como a la pobre Ximena, que se tropezo con el mismisimo diablo cuando este tocaba su flauta en la cueva de las pinturas, y desde entonces anda loca de remate…

Angela la escuchaba a medias, preguntandose a ratos que habria sido del Martinico. El duende no habia vuelto a aparecer desde que pasaran por Ciudad Encantada, donde se detuvieron un rato a descansar, fascinados por la belleza de esos parajes. La region debia su nombre a un conjunto de piedras talladas por la mano milenaria de las aguas. Vagar entre ellas era como pasear por un pueblo fantasmagorico o por los jardines de algun castillo mitico.

El Martinico, que los habia perseguido haciendo toda clase de ruidos y quebrando ramas a su paso, guardo un silencio de muerte cuando vislumbraron la silueta de los promontorios. Angela penso que por lo menos el fastidioso duende no era indiferente a ciertos actos de Dios. Horas mas tarde, noto que parecia haberse eclipsado. No le dio mucha importancia, pues supuso que estaria explorando algunos de los recovecos -escaleras, toboganes, senderos- que abundaban en el lugar. Solo dos noches despues de llegar a Torrelila se dio cuenta de que no habia vuelto a verlo. ?Se habria librado de el para siempre? Tal vez solo fuera un duende que buscaba un sitio mejor para vivir.

– …pero ese estado le dura pocas horas -decia dona Ana, tras comprobar la terminacion de un volante-. Asi es que ella sigue esperando por algun mozo que la libere del hechizo; y aquel que lo logre, se casara con ella y conseguira muchas riquezas… algunos dicen que hasta la inmortalidad.

Angela no supo si la mujer habia estado narrando un cuento de hadas o una leyenda de la zona, pero no se molesto en averiguar. En ningun caso le interesaba. Absorta en su labor, ni siquiera noto que los hombres ya estaban de regreso, hasta que su madre le pidio ayuda para sacar el asado del horno.

Cada manana escuchaba el mudo quejido de la sierra, como si alli palpitara un sufrimiento antiguo. Por las tardes, al final de sus labores, salia a vagar por las inmediaciones en busca de algunas hierbas para cocinar, despues de meter en su morral pan, miel y alguna fruta que se iba comiendo por el camino. Recorria los trillos apenas hollados y se perdia entre el follaje multiverde de la cordillera. Poco a poco sintio regresar su melancolia: la misma que precediera la llegada del Martinico; pero ahora venia cargada de angustia. Quizas fuera aquel silencio expectante de los bosques. O ese latido omnipresente que golpeaba, constante y doloroso, su corazon.

Asi transcurrieron algunas semanas.

Una manana se deslizo de su cama mas temprano que de costumbre y decidio salir en busca de hierbas. Toda la noche habia sentido una rara ansiedad, y ahora su pecho palpitaba mientras subia hacia una zona que nunca antes habia explorado.

Impulsada por su instinto, anduvo en direccion a la cumbre oscurecida de nubes. El viento soplaba con un ulular extrano y muy pronto descubrio el origen del sonido: el aire jugueteaba entre los resquicios de un torreon que se caia a pedazos junto a una fuente. Agotada por la subida, se detuvo a descansar.

Pese a la cercania del verano, los entornos de la sierra rezumaban su frialdad matutina. Angela levanto el rostro al sol para sentir sus rayos, que ya comenzaban a calentar con fuerza. A sus espaldas, el susurro de unas gasas cubrio la voz de la brisa. Angela se volvio sobresaltada. Junto a la fuente, una joven se peinaba con los pies sumergidos en el agua.

– Hola -dijo Angela-. No te senti llegar.

– No me viste -le aclaro la otra, sin dejar de acicalarse-. Ya estaba aqui cuando apareciste por ese trillo.

Angela no replico. Observo las hebras doradas que caian sobre los hombros de la desconocida y sintio un ramalazo de inquietud, pero la joven abandono su arreglo y le sonrio.

– No deberias andar por estos lugares.

– Ya me lo advirtieron -reconocio Angela, recordando las palabras de dona Ana.

– Una joven se expone a muchos peligros en esta sierra.

– Tu tambien eres joven y estas tan campante, peinandote en el bosque.

La desconocida contemplo a Angela unos segundos, antes de afirmar:

– Algo te esta sucediendo.

– ?A mi?

Pero la otra se limito a observarla, esperando una respuesta. Los pies de Angela juguetearon con un helecho empapado en rocio.

– Ni yo misma lo se -admitio finalmente-. A veces quiero llorar, pero no encuentro razon.

– Mal de amores.

– No estoy enamorada.

– Arranca ese helecho y llevalo a casa -recomendo la doncella-. Te dara suerte.

– ?Eres bruja?

La desconocida se rio, y su gorjeo fue como el murmullo de los arroyos que bajan de las cumbres. Angela observo la peineta que la joven enterraba de nuevo en sus cabellos y tuvo un presentimiento.

– Te dire algo mas -continuo la doncella, estudiando las nubes que comenzaban a sombrear la manana-. Hoy es un dia especialmente peligroso… ?Trajiste miel?

– ?Quieres? Tambien tengo pan.

– No es para mi. Pero si te encuentras con alguien mas, ofrecele lo que llevas.

– Nunca le he negado comida a nadie.

– Nadie te pedira nada; eres tu quien debera ofrecer, hoy o cualquiera de estos dias en que empieza el verano. -Los ojos de la doncella se oscurecieron-. Si no lo haces…

Dejo la frase inconclusa, pero Angela prefirio no escuchar algo que podria atemorizarla aun mas, pues acababa de notar la extremidad que afloraba bajo las gasas violetas que se hundian en la fuente; una extremidad muy diferente a la tez sonrosada de la doncella, porque era una cola escamosa y verde que se retorcia bajo la superficie liquida.

– Y tu -anadio Angela, temblorosa-, ?no necesitas nada?

La doncella volvio a sonreir.

– Si, pero no esta en tus manos ofrecermelo.

Angela se puso de pie, indecisa.

– Se quien eres -susurro, debatiendose entre la pena y el error.

– Todos saben quien soy -repuso la doncella sin inmutarse.

– Perdona, pero soy forastera en la zona… ?Hay otras como tu?

– Si, pero viven lejos -contesto la joven, mirandola fijamente-. Por aqui habitan otras criaturas que tampoco son humanas.

– ?Duendes? -aventuro Angela, pensando en su Martinico.

– No. Algunas han estado aqui mucho antes de que llegaran los hombres; otras vinieron con ellos. Yo misma soy extranjera, pero me siento parte de este lugar y apenas recuerdo el mio. -La joven alzo el cuello y parecio olfatear el aire-. Ahora vete. No me queda mucho tiempo.

Angela no quiso averiguar que le ocurriria a la doncella cuando se le terminara el tiempo. Arranco el helecho, dio media vuelta y emprendio el regreso sin mirar atras.

– Nina, ?donde te habias metido? -la regano dona Clara, junto al fogon de lena donde se asaba un cuarto de cabra.

Angela se apresuro a sacar las hierbas aromaticas que recogiera, pero guardo el helecho tras unas vasijas, indecisa sobre lo que haria con el.

– Tio Paco tiene una visita esperando para comer, y tu perdida por ahi. ?Por que demoraste tanto? -repitio y, sin dejarle responder, agrego-: Lleva el pan y sirve el vino. Pusimos la mesa debajo del vinedo.

– ?Cuantos somos?

– A ver: Ana y tio Paco, dos vecinos, nosotros tres, dona Luisa y su hijo.

– ?Dona Luisa?

– La viuda que vive cerca de la salida del pueblo.

Angela se encogio de hombros. Habia conocido a mucha gente desde su llegada, pero no tenia cabeza para

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