Insistio en que su empleado tomara la Calzada del Monte y llegara hasta las alejadas quintas de El Cerro, con muestras de telas y otros articulos semejantes. Pronto comenzo a recibir encargos que a veces el mismo se ocupaba de llevar. Durante los cuatro anos siguientes, todo fue un ir y venir por aquellas barriadas que iban creciendo a ojos vistas. La ciudad perdia los restos de sus murallas y se expandia como un monstruo maravilloso y multiple. Florencio hubiera podido recorrerla con los ojos cerrados y, de paso, recitar a algun viajante los pormenores de su vida social.
– ?A que no sabes quienes se han mudado a la plaza de la Catedral? -pregunto un dia a su mujer.
– ?Quienes?
– Don Jose y dona Marite.
– ?Estas seguro?
Su marido asintio sin dejar de comer.
– ?En cual palacio? -insistio ella, recordando sus dias al servicio de los Melgares-Herrera.
– Donde antes vivia el marques de Aguas Claras -le aclaro despues de tragar.
– ?Y la quinta?
– Esta en venta.
– ?Por que habran hecho eso? Falta de dinero no sera, si se han mudado a ese sitio…
– Dicen que el conde de Fernandina quiere comprarles la hacienda.
– ?Y la suya?
– Yo creo que no quiere verle mas la jeta a don Leopoldo. Desde que el marques le copio los leones, lo tiene atravesado en el gaznate como un hueso de gallina.
– Eso fue hace anos.
– Hay cosas que los ricos no perdonan.
– Bueno, ahora dona Marite estara mas cerca. ?Crees que nos comprara algo?
– Voy a llevarle una muestra de los piques franceses.
Fue entonces cuando su unico empleado decidio marcharse. En lugar de contratar a otro, Caridad le dijo a su marido que ella se encargaria del local y, pese a la resistencia de Florencio, termino por convencerlo. La pequena Meche ya tenia edad suficiente para acompanarla.
– Este sitio siempre me sorprende -dijo una voz desde la puerta, a la semana siguiente de comenzar a trabajar-. Ya veo que na Caridad decidio ocuparse.
Alzo la vista y vio una figura que le parecio conocida.
– ?Hay jabones de acido fenico? -pregunto la mujer, avanzando desde la calle.
Pese a que habia transcurrido bastante tiempo desde su unico encuentro, Caridad recordo a la desconocida que habia llegado a la tienda con tan raro encargo, la tarde en que naciera su hija.
– Necesito cinco docenas -dijo la mujer, sin esperar respuesta-. Pero no voy a llevarlos conmigo ahora. Dile a don Floro que los envie a na Cecilia, a la direccion de siempre… Le pago cuando despache.
La mujer dio media vuelta para salir, pero tropezo con un negro malencarado que entraba.
– ?Ta Florencio? -pregunto el con voz tan estentorea que la nina lo miro asustada.
– No, tuvo que ir a…
– Pue dale mi recao. Dile que Tocuato astao aqui, y que no se meta conmigo poqque no sera mi prime muettecito.
– ?Que le ha hecho mi marido? -atino a musitar Caridad.
– Me ta quitando clientela. Y eso no pue pemmitilo…
– Mi marido no le quita clientes a nadie. El solo trabaja…
– Me ta quitando clientela -repitio el negro-. Y a Botija Verde naiden le pone pie alante.
Y salio como mismo habia entrado, dejando a Caridad con el corazon en la boca.
– Andese con cuidado -escucho-. Ese negro es peligroso.
No habia notado que dona Cecilia permanecia junto a la puerta.
– Mi marido no le ha hecho nada a ese hombre.
– Eso no le importa a Botija Verde. Basta que el crea lo contrario.
Le volvio la espalda y solo se detuvo un momento ante la criatura que la miraba con ojos desmesuradamente abiertos.
– Es muy chula -comento antes de salir.
Esa noche, cuando Florencio regreso de su recorrido, Caridad ya habia dado de comer a la nina y lo aguardaba ansiosa.
– Tengo un recado… -comenzo a decir ella, pero se interrumpio al notar la expresion de su rostro-. ?Que pasa?
– El conde de Fernan dina va a dar una fiesta. ?Sabes donde?
Su mujer se encogio de hombros.
– En la quinta de los Melgares.
– ?Por fin compro la hacienda?
– ?Aja! Ahora quiere homenajear a esos principes de los que tanto se habla.
– ?Eulalia de Borbon? -pregunto Caridad, que estaba al tanto de los ultimos acontecimientos sociales.
– Y su marido, Antonio de Orleans… El conde quiere hacer un sarao a todo trapo. ?Y quien crees que le vendera el cargamento de velas y de bebidas que necesita? -Hizo una reverencia-. Servidor.
– No tenemos velas para tanto caseron. Y no creo que los toneles sean…
– Ya lo se. Manana me voy al puerto de madrugada.
Caridad empezo a servirle la cena.
– Torcuato vino a buscarte.
– ?Aqui?
– Esta furioso.
– ?Ese negro!… Ya me ha mandado varios recaditos. No pense que se atreviera a venir aqui.
– Debes tener cuidado.
– Es un bocon. No hara nada.
– A mi me da miedo.
– No pienses en eso -dijo el, atragantandose con un pedazo de pan-. ?Paso alguien mas?
– Si, una senora que encargo cinco docenas de jabones…
– Na Ceci. Siempre compra lo mismo.
– ?Para que quiere tantos jabones? ?Tendra una lavanderia?
– ?Y Mechita? -la interrumpio Florencio.
Caridad olvido su pesquisa para concentrarse en los progresos de su hija que ya comenzaba a conocer las letras. No era mucho lo que Caridad podia ensenarle, pero si lo suficiente para que la nina comenzara a deletrear sus primeras palabras.
La fiesta en casa del conde fue uno de los grandes sucesos de la ciudad. La fastuosidad de la vajilla y de los adornos, el ajuar de los asistentes, la magnificencia de los manjares -todos los elementos que contribuyen a dar realce a un evento semejante- habian sido cuidados hasta el ultimo detalle. Y no era para menos. Dos representantes de la corte espanola serian los homenajeados. La propia princesa de Borbon escribiria mas tarde en su diario secreto: «La fiesta que en mi honor dieron los condes de Fernandina me impresiono vivamente por su elegancia, su distincion y su senorio, todo bastante mas refinado que en la sociedad madrilena». Y despues recordaba como los habia conocido cuando era nina, en casa de su madre, pues eran frecuentes invitados al palacio de Castilla, impresion especial dejo en la princesa ?a hermosura de las criollas. «Habia oido ponderar la belleza de las cubanas, su senorio, su elegancia y, sobre todo, su dulzura; pero la realidad supero en mucho a lo que habia imaginado.»
En medio de tanto lujo, quizas la infanta pasara por alto el brillo de los centenares de velas que iluminaban los salones y los corredores mas apartados de la mansion. Pero Florencio observo su efecto antes de partir. Desde la calzada era posible percibir la vaharada multicolor de los vitrales. El portal custodiado por ciclopeas columnas