en la noche que para emborracharse o cantar.

Caridad no sabia que iba a una quinta de recreo, un sitio destinado al reposo y a la contemplacion. Observaba con recelo las haciendas junto a las cuales pasaba su carromato: palacetes de ensueno, rodeados de jardines y protegidos por arboles frutales. Por un instante olvido sus miedos y presto oidos a la conversacion de dos capataces que guiaban el carromato.

– Ahi vivio dona Luisa Herrera antes de casarse con el conde de Jibacoa -decia uno-. Y aquella es la casa del conde de Fernandina -indico hacia otra mansion, adornada por un jardin lateral y un poderoso fronton al frente-, famosa por las estatuas de sus dos leones en la entrada.

– ?Que paso con ellas?

– El marques de Pinar del Rio las copio para ponerlas a un costado de su casa, asi es que el conde se cabreo y mando a retirar las originales. Mira, ahi estan los leones del marques…

Aunque su vida hubiera dependido de ello, Caridad nunca habria podido describir la majestuosidad de la verja custodiada por aquellos dos animales -uno dormido, con su cabeza descansando entre las patas, y el otro aun sonoliento-; tampoco habria sabido dar una descripcion exacta de los vitrales elaborados con rojos sangrientos, azules profundos y verdes miticos, ni de las rejas bordadas que protegian los ventanales, ni de las columnas de esplendor romano que resguardaban el portal. Carecia de vocabulario para eso, pero su aliento se detuvo ante tanta belleza.

– Esa es la finca del conde de Santovenia -dijo el hombre, desviandose un poco para que su acompanante pudiera ver mejor.

Caridad estuvo a punto de lanzar un grito. La mansion era un sueno esculpido en marmol y cristal donde se multiplicaban la luz y los colores del tropico, una maravilla de jardines que se perdian en el horizonte, con sus juegos de agua que murmuraban en las fuentes y sus estatuas blanquisimas que refulgian como perlas bajo el sol. Nunca habia visto algo tan hermoso, ni siquiera en esos suenos donde paseaba junto a las murallas de piedra y los laberintos misteriosos, perdidos en la selva donde viviera su madre, quien le contara como habia vagado entre esas ruinas cuando era nina.

Pronto perdieron de vista la mansion y se dirigieron a otra de fachada mas austera. Al igual que muchas familias adineradas, los Melgares-Herrera se habian hecho construir un palacete con la esperanza de escapar a la vida citadina, cada vez mas agitada y promiscua, repleta de comercios y vendedores que pregonaban a toda hora sus mercancias, con sus casas de huespedes que albergaban a viajeros o negociantes provenientes de provincia, y sazonada de delitos y crimenes pasionales que enlutaban la prensa.

La quinta de Jose Melgares era famosa por sus fiestas, como la celebrada anos atras en honor a la boda de la nina Teresa, fruto de su union con Maria Teresa Herrera, hija del segundo marques de Almendares. El mismisimo gran duque Alejo de Rusia habia estado entre los asistentes.

Ahora el carromato entraba a la hacienda con su carga de esclavos. Asustados los unos, resignados los otros, el grupo fue conducido de inmediato ante dona Marite, como llamaban a la senora sus allegados. La mujer salio al umbral mientras los esclavos permanecian a cierta distancia. Despues de observarlos unos segundos, avanzo hacia ellos. A cada paso, su vestido crujia con un frufru inquietante que no apaciguo el nerviosismo de los cautivos.

– ?Como te llamas? -pregunto a la unica adolescente del grupo.

– Kamaria.

– ?Eso es un nombre?

– Fue el que me dio mi madre.

Dona Marite estudio a la muchacha, intuyendo algun dolor tras aquella desafiante respuesta.

– ?Donde esta?

– Muerta.

El temblor de su voz no paso inadvertido para la mujer.

– ?Como te llamaban los senores de la otra hacienda?

– Caridad.

– Bueno, Caridad, creo que voy a quedarme contigo. -Y agitando su abanico de encajes, apunto con el a dos ninos que no habian dejado de agarrarse las manos en todo el viaje-. Tomas -se dirigio a uno de los hombres que los habia conducido hasta alli-, ?no hacian falta jardineros y alguien mas en la cocina?

– Creo que si, ama.

– Pues ocupate de eso. Ustedes -dijo a la jovencita y a los ninos-, vengan.

Dio media vuelta y echo a andar. La muchacha tomo de la mano a los pequenos y los condujo tras la senora.

La casa habia sido construida en torno a un patio central rodeado de galerias. Pero a diferencia de otros palacetes similares, estas galerias eran corredores cerrados y no pasillos abiertos al patio. Sin embargo, las amplias persianas francesas y los ventanales de disenos geometricos permitian el paso de la luz y la brisa, que iluminaban y refrescaban las habitaciones.

– Josefa -dijo la mujer a una negra-, encargate de que se banen y coman.

La vieja esclava los hizo banar y vestirse de limpio antes de conducirlos a la cocina. Nacidos en la isla, ninguno de ellos entendia bien la lengua de sus padres. Por eso la anciana se vio obligada a amonestarlos en su mal castellano:

– Cuando suena campana, e' hora 'e comida pa'l esclavo… Lo amo no guta que su botine tengan la menor suciesa, asi qui lo tienen con brillo la manana -miro a los ninos-. Eso le toca a vuse.

Caridad se entero de que seria una especie de sirvienta de alcoba. Deberia planchar, arreglar ei tocado de su ama, lustrarle los zapatos, perfumarla, llevarle refrigerios o abanicarla. Josefa se encargaria de adiestrarla en todos los menesteres porque, aunque ya la joven tenia alguna experiencia, la sofisticada vida en La Habana de extramuros requeria habilidades mas refinadas.

De vez en cuando, la muchacha acompanaba a dona Marite en sus paseos a otras fincas. Habia una hacienda especialmente hermosa que visitaban de vez en cuando. Pertenecia a don Carlos de Zaldo y a dona Caridad Lamar, quienes habian heredado la propiedad despues que su duena anterior falleciera.

La primera vez que la muchacha llego a la quinta con su ama, tres esclavos se ocupaban de regar y podar el jardin, abrumado de rosales y jazmines. Uno de ellos, un mulato de tez parecida a la suya, se quito el sombrero al verlas pasar, pero Caridad tuvo la impresion de que no lo hacia por respeto al ama blanca. Hubiera jurado que los ojos del sirviente estaban fijos en ella. Fue la primera vez que vio a Florencio, pero no fue hasta tres meses despues que el se atrevio a hablarle.

Una tarde, aprovechando que Caridad estaba en la cocina preparando un refresco para las senoras, Florencio se le acerco. Asi supo que, al igual que ella, era hijo de un blanco y de una esclava negra.

Su madre habia logrado comprar su libertad despues que el dueno anterior la vendiera a don Carlos, pero la mujer prefirio seguir viviendo en la nueva hacienda con su hijo. A Caridad le parecio una situacion extrana, pero Florencio le aseguro que habia casos parecidos. A veces los esclavos domesticos estaban mejor alimentados y vestidos bajo la tutela de un senor que trabajando por cuenta propia, y eso habia hecho que algunos negros percibieran la libertad como una responsabilidad que no estaban dispuestos a enfrentar. Preferian al amo que les daba un poco de comida, antes que vagar a 3a buena de Dios sin saber que hacer. Florencio habia recibido una educacion esmerada, sabia leer y escribir, y se expresaba con un acento extremadamente educado, producto del afan de sus amos de tener a un esclavo instruido que pudiera realizar tareas de cierta complejidad. Pero a diferencia de su madre, que habia muerto dos anos atras, Florencio queria independizarse y emprender un negocio. Ya nada lo ataba a la finca. Ademas, para el, como para la mayoria de sus hermanos, era mejor una libertad llena de riesgos que aquella esclavitud degradante. Y para lograrla, llevaba bastante tiempo ahorrando… La presencia de otro esclavo interrumpio la conversacion. Caridad no pudo decirle que ella tambien habia guardado dinero con el mismo fin.

A veces dona Marite iba a casa de dona Caridad; otras, los Zaldo-Lamar visitaban a sus vecinos. Como calesero, Florencio acompanaba a los senores en esos trasiegos, lo cual le daba ocasion para intercambiar unas frases con la joven cuando esta salia a brindarle un refresco.

Sin que ambos se dieran cuenta, el tiempo se convirtio en meses. Pasaron dos, tres, cuatro anos, en que los amores de la mulata con el elegante esclavo dejaron de ser un secreto para todos, excepto para sus amos.

– ?Cuando vas a hablar con dona Marite? -pregunto Florencio, una vez que llegaron a la conclusion de que

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