apropiado, era posible percibir esas energias y tambien protegerse. Existian muchas herramientas para encausar la energia: el agua, los cristales, objetos puntiagudos como las dagas, las espadas o los cayados… En su proxima conferencia, los interesados podrian practicar algunos ejercicios para ver el aura. Ese era uno de los primeros pasos para reconocer la presencia de un ataque psiquico.
Mas tarde en su casa, mientras escuchaba los testimonios grabados de Bob y Gaia, una pizca de intuicion - quizas heredada de su abuela Delfina- le sugirio que no desechara nada en su investigacion, ni siquiera una conferencia tan alucinante como aquella. Ultimamente sus puntos de referencia parecian coincidir, como si todo tuviera una conexion. Y podian existir universos invisibles, dignos de ser explorados. Ademas, ?quien era ella para dudar? Como si no hubiera tenido una abuela sibilina.
Por un instante penso en Amalia. ?Que habria opinado de todas esas auras y energias? Cecilia no tenia idea de lo que pasaba realmente por la mente de la mujer. Apenas le habia hablado de algo ajeno a su propia historia. Siempre la escuchaba con la esperanza de que algun episodio acabara por desembocar en ella. Por eso regresaba al bar. Aquellos recuerdos se habian convertido en su vicio. Mientras mas conocia, mas queria saber. Era imposible evadir su hechizo. Y esa noche, se dijo, no seria la excepcion.
Perdoname, conciencia
Caridad se asomo a la ventana y observo a los primeros transeuntes. La madrugada habia dejado un rastro humedo en el antepecho de madera. Era su ultimo dia en aquella casa a la cual habia llegado con tanta esperanza, sonando que su vida seria otra e imaginando muchos desenlaces, pero ninguno como ese.
Despues del entierro de Florencio habia regresado a la tienda, dispuesta a sacar adelante el negocio. Aunque no sabia de numeros y malamente de letras, se las arreglo para mantener a flote aquel almacen de ultramarinos, aunque la oferta de productos mermo bastante sin la habilidad del difunto para regatear y conseguir buenos precios. Ademas, los proveedores no parecian responder a sus demandas del mismo modo en que habian respondido a las de Florencio. Tuvo que buscar un intermediario, pero no fue igual.
Tal vez hubiera podido permanecer alli, ganandose la vida a duras penas o quiza prosperando, pero finalmente decidio irse por razones que nunca le confesaria a nadie: la sombra de su marido la perseguia. A cada rato escuchaba sus pasos. Otras veces sentia su respiracion detras de ella, sobre su nuca. O le llegaba su olor, arrastrado por el viento. Varias noches noto que el colchon de su cama se hundia bajo el peso de un cuerpo que se acostaba junto a ella… No pudo aguantarlo y decidio vender. Con ese dinero compraria otro local e iniciaria un negocio distinto. Quizas una tienda de articulos para damas.
Esa manana se levanto mas temprano que de costumbre. A mediodia llegaria el notario, que le haria firmar unos papeles. Tiritando de frio -cercano ya el invierno tropical, que suele ser mojado y taladrante-, levanto el quinque. Todavia estaba oscuro en el interior de la casa, aunque ya las calles se clareaban con un brillo que dejaba en los objetos un halo dorado. Asi iluminada, la ciudad semejaba una vision espectral. La luz del tropico impregnaba la isla con esa magia; algo que sus habitantes apenas notaban, demasiado abrumados por sus problemas… Y el principal problema de Caridad era su hija, una nina ansiosa por conocerlo todo, pero extranamente silenciosa. La mujer nunca sabia que pensamientos transitaban detras de aquellos ojos, en los que -eso si- resplandecia la misma pasion que llenara la mirada de su padre.
Caridad coloco el quinque en el suelo y se agacho a encender el horno de lena para calentar agua. Observo como las llamas lamian los carbones que se ruborizaban hasta volverse rojas brasas, antes de palidecer y tenirse de gris. Asi estaba, en la contemplacion de aquella metamorfosis, cuando unos dedos rozaron sus hombros. Penso que su hija se habia despertado y se dio vuelta. La imagen de su marido, con el pecho destrozado a machetazos y el rostro lleno de sangre, se alzaba ante ella. Dio un grito y retrocedio, volcando el quinque sobre las llamas del horno. El metal estallo en medio del fuego y el combustible multiplico la hoguera, que salio de su entorno de piedra para cubrir las paredes de la cocina, quemandole levemente las piernas. Durante unos instantes se afano por apagar las llamas, azotandolas con un trozo de tela que hallo a mano; pero el fuego crecio, alimentado por la seca madera.
– ?Mercedes! -grito, lanzandose hacia el cuarto de su hija dormida-. ?Mercedes!
La nina abrio unos ojos absortos y espantados, sin comprender aun que ocurria.
– ?Sal de la cama! -rugio Caridad, sacandole las sabanas-. ?Se quema la casa!
Cuando llegaron los bomberos, La Flor de Monserrat era un monton de ruinas humeantes que los vecinos contemplaban con una mezcla de horror y fascinacion. Muchas mujeres se habian acercado a Caridad y le ofrecian agua, cafe y hasta traguitos de licor para que se animara, pero ella no hacia mas que contemplar con la mirada perdida los restos de lo que fuera su mayor capital.
Al mediodia seguia alli, sentada junto al bordillo de la acera, balanceandose con las manos en torno a sus piernas, mientras su hija le acariciaba los cabellos y trataba de arroparla contra su pecho. Asi las encontro el notario, que observo por unos instantes las ruinas y las dos criaturas sentadas en la acera, como si no comprendiera que ese desastre se relacionaba con el de alguna manera. Al final suspiro y, viendo que nada mas podria hacer, dio media vuelta y se alejo.
Na Ceci se habia levantado muy animada. Atras habian quedado esos eternos calores estivales que siempre la ponian de tan mal humor. En casa, todos dormian. Decidio usar su brio madrugador para llegarse hasta La Flor de Monserrat y hacer su encargo habitual, ignoro los coches que pasaban vacios por su lado y se fue a pie. Era sabroso pasear al aire libre, disfrutando de esa brisa fresquita como granizada. A sus sesenta y tantos anos, parecia una mujer de apenas cincuenta que incluso algunos tomaban por cuarentona; y tenia un porte atractivo que muchas veinteaneras envidiaban. Era un ejemplar de hermosura en aquella tierra donde abundaban las bellezas.
Camino con paso ligero, sorteando los charcos en medio de los adoquines. Mucho antes de llegar, el aire comenzo a traerle un tufillo al que no presto atencion hasta que doblo la esquina y descubrio el desastre. Durante unos instantes contemplo los restos del incendio, inmovil y estupefacta. Despues vio las dos figuras agazapadas frente al edificio y se acerco a ellas casi con sigilo.
– Dona Caridad -llamo en susurros, porque no se atrevio a darle los buenos dias.
La mujer alzo la vista, pero no auno a responder. Solo cuando volvio a contemplar su antigua casa, murmuro:
– Hoy no tengo jabones.
Cecilia se mordio los labios y observo a la criatura que continuaba aferrada a su madre.
– ?Tienes adonde ir?
La mujer movio la cabeza.
Cecilia le hizo senas a un carruaje que se habia apostado en la esquina.
– Vamos -le dijo, inclinandose para ayudarla-. No pueden quedarse aqui.
Sin oponer resistencia, Caridad se dejo guiar hasta el coche. Na Ceci grito una direccion y el cochero azuzo a sus caballos que corrieron en direccion al mar, pero nunca llegaron a el. Tras andar algunas calles, se desviaron hacia la izquierda y se detuvieron en una barriada silenciosa.
Un hombre que las vio desde la otra acera, cruzo la calle.
– ?Cuanto es lo tuyo, linda? -pregunto, arrimandose a Caridad.
Por primera vez desde el desastre, la mujer reacciono. Le dio un empujon al hombre que casi lo tumba. Este se abalanzo hacia ella como si fuera a pegarle, pero dona Cecilia se interpuso.
– No estamos abiertos a esta hora, Leonardo. Y ella no esta a la venta.
La actitud altiva de Cecilia fue suficiente para que el hombre retrocediera.
– Lo siento -murmuro Cecilia, mientras abria la puerta.
Caridad dudo unos segundos, pero acabo por cruzar el umbral. Dentro no vio una sala ni un comedor, sino un patio enorme enmarcado por cuatro galerias techadas y puertas a todo lo largo. Varias prendas femeninas descansaban sobre los muebles diseminados por doquier. Y de pronto recordo como habia conocido a la mujer.