– ?Eres cubana?
– Si, ?y tu?
– Tambien.
– Soy de La Habana.
– Yo naci en Miami.
– Entonces no eres cubano.
– Si lo soy -porfio el-. Naci aqui por casualidad, porque mis padres se fueron…
No era la primera vez que Cecilia se enfrentaba a ese fenomeno. Era como si la sangre o los genes surgidos de la isla fueran tan fuertes que se necesitaba mas de una generacion para renunciar a ellos.
– ?Puedo invitarte a cenar?
– Gracias, pero no creo…
– Si te decides, llamame. -Saco una tarjeta del bolsillo y se la dio.
Varias calles mas alla, Cecilia aprovecho la luz roja de un semaforo para leerla: Roberto C. Osorio. Y una frase en ingles que tuvo que releer. ?Dueno de un concesionario de autos? Nunca habia conocido a alguien que se dedicara a semejante cosa. Pero podria ser un cambio interesante, el comienzo de una aventura… Tuvo un instante de panico. Los cambios la aterraban. Los cambios nunca habian sido buenos en su vida.
Llego al apartamento, sin animos de cocinar. Se sirvio una lata de sardinas, otra de peras en almibar y algunas galletas. Comio de pie, junto al mostrador de la cocina, antes de sentarse a leer el I Ching. A mitad de la lectura, se le ocurrio hacer una consulta al oraculo solo para ver que decia. Despues de lanzar tres monedas seis veces, resulto el hexagrama 57: Sun, Lo suave (lo penetrante, el viento). El dictamen fue: «Es propicio tener adonde ir. Es propicio ver al gran hombre». No se tomo el trabajo de leer las diferentes lineas por separado. Si lo hubiera hecho, tal vez habria tomado otra decision que no fuera llamar al numero que aparecia en la tarjeta.
Dejo un recado y colgo. Ahora solo le quedaba esperar… pero no en la soledad de su refugio.
Si me comprendieras
Subieron al barco, empujados por la marea humana que se apretujaba en los muelles, pero antes tuvieron que pagar una suma exorbitante: unos pendientes de oro y dos pulseras de plata. Gracias a aquel punado de joyas que Kui-fa rescatara, la familia consiguio un espacio sobre cubierta. Antes de zarpar, habian logrado vender el terreno y la casa, si bien a un precio mucho menor de lo que valian. Mecidos por el furioso oleaje, marido y mujer hicieron planes, contando el dinero y las alhajas que podrian ayudarles a comenzar una nueva vida. Los otros refugiados estaban demasiado mareados y dormian casi todo el tiempo. O eso parecia.
Dos dias antes de llegar, alguien les robo su pequeno tesoro. Pese a que las autoridades registraron a muchos pasajeros, el hacinamiento era tan grande que fue imposible realizar una pesquisa a fondo. Siu Mend sintio que el panico lo invadia. Confiaba en la ayuda de su abuelo, pero le aterraba la idea de llegar a un pais extrano sin nada que ofrecer. Se encomendo a sus antepasados, pensando en la ciudad que los aguardaba.
Los olores del mar habian cambiado, ahora que la embarcacion se mecia gracilmente sobre las aguas oscuras del Caribe.
– Mira, Pag Li, hay luna llena -susurro Kui-fa al oido de su hijo.
Estaban recostados sobre la borda, contemplando la claridad que surgia en el horizonte. Cada cierto tiempo, una rafaga de luz centelleaba en medio de aquel resplandor.
– ?Que es eso, padre?
– El Morro. -Y al adivinar la pregunta en los ojos de su hijo, aclaro-: Una linterna gigante que sirve de guia a los barcos en la noche.
– ?Una linterna gigante? ?De que tamano?
– Como una pagoda. Quizas mas grande…
Y siguio describiendo a Pag Li otras maravillas. El nino escuchaba con asombro aquellos relatos sobre criaturas que tenian la piel negra, de divinidades que entraban en los cuerpos de hombres y mujeres para obligarlos a ejecutar danzas salvajes… ?Ah! Y la musica. Porque habia musica por doquier. Los islenos se reunian en familia y oian musica. Cocinaban al son de la musica. Estudiaban o leian, y la musica acompanaba esos momentos que debian ser de silencio y recogimiento. Aquella gente parecia incapaz de vivir sin musica.
Kui-fa contemplo la luna, que parecia rodeada por un halo sobrenatural. Su aspecto de gasa brumosa multiplicaba la sensacion de irrealidad. Comprendio que su vida anterior habia desaparecido para siempre, como si ella tambien hubiera muerto junto al resto de su familia. Tal vez su cadaver reposaba en los sembrados de arroz mientras su espiritu navegaba rumbo a una ciudad desconocida. Tal vez se acercaba a la mitica isla donde Kuan Yin tenia su trono.
«?Diosa de la Misericordia, senora de los afligidos!», rogo Kui-fa. «Calma mis temores, cuida de los mios.»
Y siguio rezando mientras nacia el amanecer y el buque se acercaba, con su agotada carga, a la isla donde dioses y mortales coexistian bajo un mismo cielo.
Pero ningun relato de Siu Mend hubiera podido prepararla para la vision que aparecio ante sus ojos, a media manana, brillando en el horizonte. Un muro estrecho y blanco, semejante a una muralla china en miniatura, protegia a la ciudad del embate de las olas. El sol parecia colorear los edificios con todos los tonos del arco iris. Y vio los muelles. Y el puerto. Todo aquel mundo abigarrado y sobrenatural. Que multitud de gentes raras. Como si las diez regiones infernales hubieran dejado escapar a sus habitantes. Y los gritos. Y las vestimentas. Y aquella lengua gutural.
Tras bajarse del barco, y guiandose por sus recuerdos, Siu Mend los condujo a traves de las intrincadas callejuelas. De vez en cuando se cruzaba con algun coterraneo y pedia instrucciones en su lengua. Kui-fa notaba las miradas de todos, incluyendo las de los propios chinos. No tardo en darse cuenta de que sus vestimentas resultaban ajenas al humedo calor de la ciudad, llena de mujeres que ensenaban las piernas sin ninguna verguenza y que llevaban vestidos que permitian adivinar sus formas.
Pero era Pag Li quien mostraba mayor entusiasmo con tanta fiesta para los sentidos. Ya habia notado que, de una acera a otra, y a veces desde la calle, los ninos lanzaban monedas con la intencion de golpear o alcanzar otras. No entendia bien en que consistia el juego, pero se adivinaba una fiebre de aquel pasatiempo que se repetia de calle en calle, y que provocaba gritos y discusiones entre los participantes.
Por fin la familia penetro en una barriada repleta de paisanos, donde el aroma a incienso y vegetales hervidos flotaba en el aire, mas omnipresente que el olor del mar.
– Me parece haber vuelto a casa -suspiro Kui-fa, que no habia abierto la boca en todo el trayecto.
– Estamos en el Barrio Chino.
Kui-fa se pregunto como regresaria a ese vecindario si alguna vez tenia que salir de el. En cada esquina habia una losa metalica con el nombre de la calle, pero eso no le serviria de nada. Con la excepcion de los letreros que inundaban aquel barrio, el resto de la ciudad exhibia un alfabeto ininteligible. Se consolo al recordar la cantidad de rostros asiaticos que habia visto.
– ?Abuelo! -grito Siu Mend, al divisar a un anciano que fumaba placidamente en un escalon.
El viejo pestaneo dos veces y se ajusto las gafas, antes de ponerse de pie y abrir los brazos.
– Hijo, pense que no volveria a verte. Se abrazaron.
– Ya ves que regrese… y he traido a tu bisnieto.
– Asi es que este es tu primogenito.
Observo al nino con aire distante, aunque era evidente que deseaba besarlo. Finalmente se contento con acariciarle las mejillas.
– ?Y esa es tu mujer?
– Si, honorable Yuang -dijo ella, haciendo una leve reverencia.
– ?Como me dijiste que se llamaba?
– Kui-fa -dijo el.