– Tienes suerte.

– Si, es una buena mujer.

– No lo digo por eso, sino por el nombre.

– ?El nombre?

– Tendran que buscarse un nombre occidental para relacionarse con los cubanos. Hay uno muy comun, que significa lo mismo que su nombre: Rosa.

– Losa -repitio ella con dificultad.

– Ya aprenderas a pronunciarlo. -Se les quedo mirando con tardia sorpresa-. ?Por que no me avisaste que vendrias? La Voz del Pueblo publico algo sobre unos disturbios, pero…

El rostro de Siu Mend se ensombrecio.

– Abuelo, tengo malas noticias.

El anciano miro a su nieto, y la barbilla le temblo ligeramente.

– Vamos adentro -murmuro con un hilo de voz. Siu Mend levanto la pipa de agua que reposaba junto a la puerta y los cuatro entraron a la casa.

Esa noche, cuando ya el pequeno Pag Li dormia en el improvisado lecho de la sala, el matrimonio se despidio del anciano y entro al cuarto que seria su dormitorio hasta que pudieran tener un techo propio.

– Manana ire a ver a Tak -susurro Siu Mend, recordando al comerciante que habia tenido tratos con el difunto Weng-. No sere una carga para el abuelo.

– Tu eres parte del negocio familiar.

– Pero he llegado sin nada -suspiro Siu Mend-. Si no se lo hubieran robado todo…

Capto la expresion de Kui-fa.

– ?Que pasa?

– Voy a ensenarte algo -susurro ella-. Pero prometeme que no vas a gritar… La casa es pequena y todo se oye.

Siu Mend asintio, mudo de asombro.

Con parsimonia, su mujer se acosto sobre la cama, abrio las piernas y comenzo a hurgarse con el dedo la abertura por donde tantas veces habia penetrado el mismo y por donde su hijo llegara al mundo. Una esferilla nacarada emergio de la flor enrojecida que era su sexo, como un insecto que brotara magicamente entre sus petalos. De aquella cavidad, escondrijo natural de toda hembra, fue saliendo el collar de perlas que Kui-fa llevara consigo desde que Siu Mend la dejara sola en el canaveral. Con el adentro habia soportado la larga travesia donde los despojaron de casi todo cuanto llevaran, excepto ese collar y algo mas que ella no le mostro. Ahora coloco las perlas ante su marido, como una ofrenda que este recibio maravillado y estupefacto.

El hombre miro a Kui-fa como si se tratara de una desconocida. Se dio cuenta de que el nunca hubiera tenido la imaginacion -y quizas el valor- para realizar semejante acto, y penso que su esposa era una mujer excepcional; pero nada de esto dijo en voz alta. Mientras sobaba el collar, se limito a murmurar:

– Creo que ya podemos tener un negocio propio.

Su mujer solo supo lo emocionado que estaba cuando el apago la luz y se le echo encima.

Comenzo entonces una vida completamente diferente para Pag Li. En primer lugar, tuvo un nombre nuevo. Ya no se llamaria Wong Pag Li, sino Pablo Wong. Sus padres serian ahora Manuel y Rosa. Y el comenzo a pronunciar sus primeras palabras en aquel idioma endemoniado, ayudado por su bisabuelo Yuang, que para los cubanos era el respetable mambi Julio Wong.

La familia se habia mudado a un cuartico aledano. Cada madrugada, Pablito marchaba con sus padres a arreglar el pequeno almacen que habian comprado cerca de Zanja y Lealtad, con la idea de convertirlo en un tren de lavado. Medio dormido aun, el nino iba trastabillando por las calles oscuras, arrastrado por su madre, y solo se despabilaba cuando comenzaba a trasladar objetos de un lado a otro.

Trabajaban hasta bien entrado el mediodia. Entonces se iban a una fonda y comian arroz blanco y pescado con verduras. A veces el nino pedia bollitos de carita, unas frituras deliciosas hechas con masa de frijoles. Y una vez por semana, su padre le daba unos centavos para que fuera a la sorbetera del chino Julian y probara alguno de sus helados de frutas -mamey, coco, guanabana- que tenian fama de ser los mas cremosos de la ciudad.

Por las tardes, cuando volvian a casa, encontraban a Yuang sentado en el umbral, contemplando la ajetreada vida del barrio mientras fumaba.

– Buenas tardes, abuelo -saludaba Pag Li con respeto.

– Buenas, Tigrillo -contestaba Yuang-. Cuentame, ?que hicieron hoy?

Y escuchaba el relato del muchacho, mientras sobaba su pipa de bambu. Habia construido aquel artefacto con un enorme envase de lata, al que le habia cortado la parte superior. Despues de llenarlo con agua hasta la mitad, se sentaba en su escalon. En la otra parte de la lata cortada, colocaba las brasas de carbon. La pipa era una gruesa cana de bambu a la que se le insertaba un fino tubo en un costado. Dentro de esa rama hueca, introducia la picadura de tabaco en forma de bolita y la encendia con un periodico enrollado que acercaba a las brasas. Era un ritual que Pablito no se perdia por nada del mundo, pese al cansancio con que regresaba del almacen. Ni siquiera altero aquella costumbre cuando empezo la escuela.

Ahora que debia andar solo por aquel vecindario, su bisabuelo lo aleccionaba sobre peligros que al nino le parecian imaginarios.

– Cuando veas a un chino vestido como un blanco rico, apartate de el; lo mas probable es que sea uno de esos gangsters que extorsionan los negocios de las personas decentes. Y si ves a alguien gritando y repartiendo papeles, no te le acerques; la policia pudiera estar cerca y arrestarte por creer que andas apoyando las arengas de los dirigentes sindicales…

Y de ese modo, el anciano iba numerando todos los posibles desastres que acechaban en el mundo. Pablito notaba, sin embargo, que el bisabuelo tenia palabras mas suaves hacia esos agitadores o dirigentes sindicales, hacia los «revolucionarios», como les llamaba a veces. Pero aunque intento preguntarle varias veces a que se dedicaban, el viejo solo respondio:

– Todavia no tienes edad para ocuparte de esas cosas. Primero estudia y despues veremos.

Asi, pues, Pablo se sentaba entre aquellos ninos y trataba de adivinar el tema de la clase a traves de las laminas y los dibujos, pero su chapurreado espanol era objeto de burlas. Y aunque dos condiscipulos de origen cantones lo ayudaban, regresaba a casa muy deprimido. De cualquier manera, se esmeraba en embadurnar su cuaderno de signos y en chapurrear las lecciones entendidas a medias.

Por las tardes, como siempre, se iba a charlar con el anciano. Mas que nada, disfrutaba con las historias que a veces parecian un ciclo legendario de la dinastia Han. En esos relatos habia un personaje que al nino le gustaba especialmente. Su bisabuelo le llamaba «el Buda iluminado». Debio de haber sido un gran hechicero, pues aunque Yuang insistia en que muchas veces no comprendia bien de que hablaba, nunca pudo dejar de seguirlo a todas partes; y siempre hablaba de una luz que veia cuando el llegaba.

– Akun -pedia el nino casi a diario, en su habitual mezcla de cantones y castellano-, cuentame del Buda iluminado con el que fuiste a pelear.

– ?Ah! El respetable apak Jose Marti.

– Si, Malti -lo animaba el nino, luchando con las erres.

– Un gran santo…

Y su bisabuelo le contaba del apostol de la independencia cubana, cuyo retrato colgaba en todas las aulas; y recordaba la noche en que lo conocio, en una reunion secreta a la que lo llevaron otros culies, cuando aun la libertad era un sueno. Y de como, siendo todavia un nino, el joven habia sufrido prision y tuvo que arrastrar un grillete con una bola enorme; y que de aquel grillete habia hecho una sortija que llevaba consigo para no olvidar nunca la afrenta.

– ?Y que mas? -lo animaba el muchacho cuando su bisabuelo cabeceaba.

– Estoy cansado -se quejaba el.

– Bueno, akun, ?quieres que encienda el radio?

Entonces se sentaban a escuchar las noticias que llegaban de la patria lejana, a la que Pag Li comenzaba a olvidar.

Y mientras el nino aprendia a conocer su nuevo pais, Manuel y Rosa iban llenandose de clientes que, atraidos por la fama de su lavanderia, solicitaban cada vez mas sus servicios. Pronto tuvieron que emplear a otro

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