criaturas inmortales. Ahora, mientras contemplaba a los transeuntes, su juventud le parecia el recuerdo de otra vida. ?Alguna vez hablo con una ninfa? ?Habia sido bendecida por un dios triste y olvidado? De no haber sido por la persistencia del duende, hubiera creido que todo era un sueno.

Dos decadas es mucho tiempo, sobre todo si uno vive en tierra extrana. La angustia palpitaba en su pecho cuando escuchaba las canciones llegadas de su patria: «Si llegan tristes hasta esos mares ?ay! los cantares que exhalo aqui, ese es mi pecho que va cautivo porque no vivo lejos de ti». Si, anoraba su tierra, los hablares de su gente, la vida placida y eterna de la serrania donde no existia un manana, sino solo el ayer y el ahora.

Sus padres habian muerto junto a las faldas de la sierra. Ella les habia prometido regresar, pero nunca lo hizo, y llevaba esa promesa rota como un fardo pesado y antiguo.

Juanco, por suerte, habia sido un buen marido. Algo cascarrabias, eso si, sobre todo despues que heredara el almacen de tio Manolo… o la bodega, como le decian los lugarenos. Mientras ella criaba a su hijo, Juanco acumulaba dinero con la esperanza de abrir el unico negocio que le apasionaba: una compania de grabaciones.

– Es una locura -le confiaba a Guabina, una mulata de cabellos rojizos que vivia en la casa aledana-. ?Te imaginas? A duras penas mantiene una bodega en este barrio de mala muerte y todavia pretende competir con el gringo del perrito.

Se referia al logotipo de la Victor Records, que mostraba a un perro frente a la bocina de un gramofono.

Juanco le habia explicado por que seria tan provechoso abrir una compania de grabaciones en La Habana: los musicos no tendrian que viajar mas hasta Nueva York. Pero ella no queria oir de aquella locura.

Angela llego a odiar tanto al gringo del perrito que Guabina, sabedora de cuestiones magicas, le propuso hacer una brujeria… no al hombre, sino al animalito.

– Muerto el perro, se acabo la rabia -dijo-. Y seguro que al dueno le da una sirimba despues. Se ve que lo quiere mucho para sacarlo en todos sus anuncios.

– Jesus -decia Angela-, que tampoco quiero cargar con una muerte en mi conciencia. Ademas, la culpa no es del condenado perro, sino de esas vitrolas que han puesto por todas partes. ?Son una maldicion!

– Tampoco asi, dona Angela, que la musica es una bendicion de los dioses, un descanso en este valle de lagrimas, un traguito de aguardiente que nos endulza la vida…

– Pues a mi me la amarga, Guabina. Y para serte franca, creo que a mi hijo lo ha desquiciado un poco.

– ?A Pepito? -replico la mulata-. ?Que va a desquiciarse ese muchacho! Si esta mas alebrestao que nunca.

– Demasiado. Algun bicho raro lo ha picado, y tiene que ver con esos sonsonetes que se oyen a toda hora por las esquinas.

Angela suspiro. Su Pepito, su nino del alma, llevaba semanas viviendo en otro mundo. Todo habia empezado poco despues de regresar una madrugada, medio ebrio, apoyado en los hombros de dos amigos. Ella habia estado al borde de un infarto y amenazo con prohibirle todas las salidas nocturnas, pero su hijo no se dio por enterado. La borrachera solo le hacia sonreir, pese a que Angela manoteaba como un ventilador frente a su rostro, a punto de abofetearlo.

De pronto, como era de esperar con tanta algarabia, el Martinico aparecio en medio de una nubecilla liliputiense y salto sobre la vitrina abarrotada de mayolica. Angela se puso histerica, lo cual alboroto aun mas al Martinico. Los muebles comenzaron a brincar mientras ella gritaba -mitad contra el Martinico, mitad contra su hijo- hasta que Juanco salio del cuarto, asustado por el escandalo.

– El muchacho ya es un hombre -dijo cuando se entero del motivo original del disturbio, aunque ignorando el segundo de ellos-. Es normal que llegue un poco tomado a casa. Ven, vamos a dormir…

– ?Un poco tomado? -chillo Angela, olvidando la hora y los vecinos-. ?Esta hecho una uva!

– De todos modos, ya es mayor de edad.

– ?Valiente cosa!

– Dejalo tranquilo -dijo Juanco en un tono que rara vez usaba, pero que impedia nuevas replicas-. Vamos a dormir.

Y ambos se fueron a la cama, despues de acostar a su hijo, dejando al duende sin publico y frustrado.

Al dia siguiente, su hijo se levanto y se metio en la ducha durante una hora hasta que Angela lo llamo a gritos para preguntar que le pasaba. El muchacho salio rozagante del bano y salio de casa sin desayunar -algo insolito en quien nunca hacia nada si antes no se zampaba su cafe con leche, media rebanada de pan con mantequilla y tres huevos fritos con jamon-, dejando atras una estela de perfume que mareo a su madre.

– Esta de vacaciones -solia contestar Juanco si ella se quejaba de las tardanzas de su hijo-. Cuando vuelva a la universidad, no tendra tiempo ni para soplarse las narices.

Pero las clases se hallaban a dos meses de distancia y todas las mananas el joven se pasaba horas bajo la ducha cantando a voz en cuello: «Por ella canto y lloro, por ella siento amor, por ti, Mercedes querida, que extingues mi dolor…». O aquella otra cancion que la enloquecia por su tono quejumbroso y rumbero: «No la llores, no la llores, que fue la gran bandolera, enterrador no la llores…».

Ahora, mas que nunca, odiaba al gringo del perrito. Estaba segura de que ese ejercito de vitrolas cantando en cada esquina los enloqueceria a todos. Su hijo habia sido uno de los primeros en sucumbir, y ella, sin duda, seria de las proximas. ?Como iba a gustarle la musica cuando era algo que tenia que escuchar por obligacion y no por placer? En los ultimos anos, aquella plaga de trovadores ambulantes y tragamonedas infernales habia invadido la ciudad como una peste biblica.

– El problema del nino Pepe no es la musica -la interrumpio Guabina una tarde, cuando su amiga iba por la mitad de su queja-. Aqui se mueven fuerzas mayores.

Angela callo de golpe. Cada vez que su amiga comenzaba a hablar de esa manera sibilina, se producia alguna revelacion.

– ?No es la musica?

– No, aqui hay lio de faldas.

– ?Una mujer?

– Y no de las buenas.

El corazon de Angela dio un vuelco.

– ?Como lo sabes?

– Recuerda que yo tambien tengo mi Martinico -respondio la mulata.

Guabina era la unica persona, ademas de su marido y de su hijo, que conocia la existencia del duende. Juanco, que habia sido testigo de extranos hechos, aceptaba su presencia sin referirse a el. Su hijo se burlaba de aquella historia, tachandola de supersticion. Solo Guabina habia acatado el hecho sin aspavientos ni asombros, como un percance cotidiano mas. Angela se lo habia confesado una tarde en que la mulata le hablo de un espiritu mudo que se le aparecia cuando algo malo rondaba cerca.

– ?Una mujer? -repitio Angela, intentando comprender el significado de la idea: su hijo ya no era un muchacho, su hijo podia enamorarse, su hijo podia casarse e irse a vivir lejos-. ?Estas segura?

Guabina desvio la mirada hacia un rincon de la habitacion.

– Si -afirmo.

Y Angela supo que la respuesta provenia de alguien a quien ella no podia ver.

Leonardo habia salido mas temprano que de costumbre. A su paso, las puertas se abrian como estuches en una tienda de fantasia: los prostibulos del barrio se preparaban para recibir a sus clientes.

Cuando llego a casa de dona Ceci, la entrada ya estaba abierta.

– Pasa -lo saludo la propia duena, envuelta en la estola negra que nunca se quitaba-. Voy a avisarle a las muchachas.

Leonardo la agarro por el brazo.

– Ya sabes por quien vine. Avisale solo a ella.

– No se si quiera recibirte hoy.

Leonardo contemplo a la mujer con repugnancia y se pregunto como pudo haberle gustado alguna vez. Habia sido en otra epoca, claro. Su sangre corria tan impetuosa que su cerebro apenas le dejaba pensar. Pero ahora contemplaba las ruinas de la que fuera una de las mujeres mas hermosas de la ciudad: una anciana llena de afeites que trataba de ocultar el perenne temblor de sus manos con los mismos gestos altivos de su juventud.

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