coterraneo para que repartiera la ropa a domicilio. A veces Pablito tambien ayudaba, y como ninguno de sus padres escribia ni leia el castellano, tuvo que aprenderse de memoria los motes con que habian bautizado a sus clientes.
– Lleva el traje blanco al mulato del lunar en la frente, y los dos bultos a la vieja resabiosa.
Y buscaba el traje con el papel donde se leia en cantones «mulato con lunar» y los dos bultos atados que rezaban «vieja bruja», y los entregaba a sus duenos. De igual modo, apuntaba los nombres de los clientes a quienes recogia la ropa sucia. Y delante de las narices de don Efrain del Rio escribia «patan afeminado»; y en el recibo de la senorita Mariana, que se tomaba el trabajo de pronunciar bien su nombre («Ma-ria-na») para que el chinito lo entendiera, garrapateaba con expresion muy seria «la joven del perro tuerto»; y en el de la esposa del panadero ponia «mujer habladora»… Y asi sucesivamente.
Esos primeros tiempos fueron de descubrimiento. Poco a poco, las clases comenzaron a tener sentido. La maestra, dandose cuenta de su interes, se empeno en ayudarlo; pero eso significo duplicar sus tareas escolares.
Ahora tenia menos tiempo para charlar con el bisabuelo. Al regreso de las clases, marchaba a saltos por las aceras, oyendo las canciones que escapaban de los bares donde los musicos iban a tomar o a comer. Pag Li no se detenia a escucharlos, aunque le hubiera gustado oir mas de aquella musica pegajosa que estremecia la sangre. Seguia de largo, pasaba delante de la puerta del viejo Yuang, y enseguida corria a meter la cabeza en sus cuadernos hasta que su madre lo obligaba a banarse y cenar.
Asi pasaron muchos meses, un ano, dos… Y un dia Pag Li, el primogenito de Rosa y Manuel Wong, se convirtio definitivamente en el joven Pablito, al que sus amigos tambien comenzaron a llamar Tigrillo cuando supieron el ano de su nacimiento.
En otro pais del hemisferio ya hubiera sido otono, pero no en la capital del Caribe. Las brisas azotaban los cabellos de sus habitantes, levantaban las faldas de las damas y hacian ondear las banderas de los edificios publicos. Era la unica senal de que el tiempo comenzaba a cambiar, porque aun la calidez del sol castigaba las pieles.
Tigrillo regresaba de la fonda de la esquina, despues de cumplir con el encargo de su padre: la apuesta semanal a la bolita, una loteria clandestina que todos jugaban, en especial los chinos. La pasion por el juego era casi genetica en ellos, tanto que su famosa charada china o
La charada estaba representada por la figura de un chino, cuyo cuerpo mostraba todo tipo de figuras acompanadas por cifras: en la cima de la cabeza tenia un caballo (el numero uno); en una oreja, una mariposa (el dos); en la otra, un marinero (el tres); en la boca, un gato (el cuatro)… y asi, hasta el treinta y seis. Pero la
La madre de Tigrillo habia sonado la noche anterior que un gran aguacero se llevaba sus zapatos nuevos. Con esos dos elementos -agua y zapatos-, los Wong decidieron jugar al numero once -que aunque equivalia a gallo, tambien significaba lluvia- y al treinta y uno -que aunque era venado, tambien podia ser zapatos-. Aquella variedad de acepciones se debia a que ya se habian creado otras charadas: cubana, americana, india… Pero la mas popular -y la que todos recitaban de memoria- era la china.
Antes de llegar al bar donde el bolitero Chiong recogia las apuestas, el muchacho lo vio conversando con un curioso personaje: un paisano con traje y corbata occidentales, y un fino bigotito recortado, algo bastante inusual en un chino… al menos, en los que Pag Li conocia. Chiong tenia cara de susto y miraba en todas direcciones. ?Buscaba ayuda o temia que lo vieran? El instinto le dijo a Pag Li que se mantuviera a distancia. Mientras fingia leer los carteles del cine, observo con disimulo como Chiong abria la caja, sacaba unos billetes y se los entregaba al individuo. La imagen alerto su memoria. «Cuando veas a un chino vestido como un blanco rico, apartate de el. Lo mas probable es que sea uno de esos gangsters que extorsionan los negocios de las personas decentes…», le habia advertido Yuang. Bueno, la
El muchacho suspiro. De todos modos, no debia meterse en politica. Tan pronto el hombre se alejo, cruzo la calle y pago por las apuestas con aire de quien no ha visto nada.
– ?Eh! ?Tigre!
Se volvio en busca de la voz.
– Hola, Joaquin.
Joaquin era Shu Li, un companero de clases nacido en la isla, pero hijo de cantoneses.
– Iba a buscarte. ?Quieres ir al cine?
Pablo lo penso un poco.
– ?Cuando?
– Dentro de media hora.
– Pasare por ti. Si no llego a tiempo, es que no me dejaron ir.
Yuang estaba sentado en el umbral. Saludo al muchacho con un movimiento de mano, pero este corrio al interior de su casa.
– Mami, ?puedo ir al cine? -pregunto en cantones, como hacia siempre que hablaba con sus padres y, a veces, con su bisabuelo.
– ?Con quien?
– Shu Li.
– Esta bien, pero primero lleva esta ropa a casa del maestro retirado.
– No lo conozco.
– Vive al lado del grabador de discos.
– Tampoco se quien es. ?Por que no mandas a Chiok Fun?
– Esta enfermo. Tienes que llevarlo tu. Despues sigues para casa de Shu Li… ?Y alegrate de que tu padre no haya llegado, porque a lo mejor ni te dejaba ir!
El joven miro el bulto de ropa.
– ?Cual es la direccion?
– ?Sabes donde esta la fonda de Meng?
– ?Tan lejos?
– Dos o tres casas despues. En la puerta hay una aldaba que parece un leon.
Pablito se bano, se vistio y comio algo, antes de salir corriendo. Durante el trayecto iba preguntando la hora a todos los transeuntes. No llegaria a tiempo. Siete cuadras despues, pasaba por delante de la fonda y buscaba la aldaba con el leon, pero en esa calle habia tres puertas parecidas. Maldijo su suerte y la desgraciada costumbre de sus padres de no poner direcciones en los recibos. Tantos anos de vivir en aquella ciudad y todavia no se habian aprendido ni los numeros… ?Le habia dicho su madre que era dos casas despues de la fonda? ?O cuatro? No recordaba. Decidio tocar de puerta en puerta hasta dar con la indicada. Y fue una suerte que asi lo hiciera. O una desgracia… O quizas ambas cosas.
Herido de sombras
The Rusty Pelican era un restaurante rodeado de agua, situado a la entrada del cayo Biscayne. Apenas vio las letras rojas sobre las maderas virgenes, Cecilia recordo que su tia se lo habia mencionado. Visto desde el inmenso puente no era muy atractivo. Solo la cantidad de barcos y yates que lo rodeaban, desmentia que se tratara de un lugar abandonado. Pero cuando entro en su atmosfera helada y contemplo el mar, mas alla de las paredes de vidrio, reconocio que la anciana tenia razon. En Miami existian lugares de ensueno.
Vieron el atardecer desde aquella pecera cristalina que los aislaba de la canicula. A lo lejos, las lanchas dejaban estelas de espuma tibia sobre las aguas cada vez mas oscuras mientras los edificios se iban llenando de