Las botas se me rompieron,
el dinero se acabo.
?Ay, perrito de mi vida!
?Ay, perrito de mi amor!
Miro a su alrededor, como si esperara escuchar las campanillas del chino Julian anunciando sus helados de coco, guanabana y mantecado: los mejores del barrio; pero en la calle solo jugaban tres chiquillos medio desnudos, que pronto se aburrieron y entraron a una casa.
A punto de marcharse, noto la expresion con que una ninita contemplaba algo que ocurria al doblar de la esquina, fuera del campo de su vision. Se asomo un poco, sin delatar su presencia, y vio a dos muchachas que conversaban animadamente junto a unos latones de basura. Comprendio de inmediato que una de ellas era prostituta. Su vestimenta y maquillaje la delataban; una pena, porque era bonita, de rasgos delicados y con un aire muy distinguido. La otra era monja, pero no parecia estarle dando ningun sermon a la descarriada. Por el contrario, ambas parecian charlar como si fueran viejas amigas.
La prostituta tenia una risa dulce y traviesa.
– Me imagino la cara que pondria tu confesor si le dijeras que hablas con el espiritu de una negra conga -se mofo.
– No digas eso, Claudia -respondio la monja-. No sabes lo mal que me hace sentir.
?De que hablaban aquellas mujeres? Miro en torno. No habia nadie mas a la vista, excepto la ninita, que permanecia sentada en el quicio de la puerta.
Los tres muchachos que antes jugaran en la acera volvieron a salir, dando alaridos y batiendose a machetazos contra los colonizadores espanoles. Pablo no pudo escuchar el resto de la conversacion. Solo vio que la monja se guardaba un papelito que le diera la prostituta antes de marcharse; despues hizo algo mas extrano todavia: miro hacia un monton de basura y se persigno. Enseguida parecio ruborizarse y, casi con furia, hizo la senal de la cruz en direccion a los latones, antes de seguir su camino.
Dios, que pais tan raro se habia vuelto la isla.
Llegaron noches de lluvia y dias de calor. Se inventaron nuevas consignas y se prohibieron otras. Hubo manifestaciones convocadas por el gobierno y protestas silenciosas en las casas. Corrieron rumores de atentados y se hicieron discursos que los negaban. Con el tiempo, Pablo lo fue olvidando todo. Olvido sus primeros anos en la isla, sus angustias por comprender su idioma, las interminables tardes de llevar y traer ropa; olvido sus anos universitarios cuando se debatia entre tres existencias: estudiar medicina, verse con Amalia a escondidas y luchar en el clandestinaje; olvido que alguna vez quiso irse de un pais al que habia llegado a amar; olvido los documentos que se enmohecian en una gaveta… Pero no olvido su rabia.
En las noches mas oscuras, su pecho gemia con un dolor antiguo. Huracanes, sequias, inundaciones: de todo fue testigo durante aquellos anos en los que su vida tenia cada vez menos sentido. Ahora el pais atravesaba una nueva etapa que, a diferencia de otras, parecia planificada porque hasta tenia un nombre oficial: Periodo Especial de Guerra en Tiempo de Paz. Un nombre estupido y pedante, penso Pablo, intentando acallar sus entranas que chillaban de soledad. Nunca antes habia sentido un hambre tan atroz, tan dominante, tan omnipresente. ?Seria por eso que nunca le dejaron abandonar el pais? ?Para matarlo lentamente?
Abrio la puerta y se sento en el umbral. El vecindario permanecia en tinieblas, inmerso nuevamente en uno de sus interminables apagones. Una ligera brisa recorria la calle, trayendo el vago rumor de las palmeras que cuchicheaban en el Parque Central. Sombras luminosas cubrian a medias el disco de la luna y se transformaban en volutas tiznadas. Por alguna razon recordo a Yuang. Ultimamente pensaba mucho en el, quizas porque los anos le habian hecho valorar mas su sabiduria.
«Es una lastima que yo no la haya aprovechado mas cuando el estaba vivo», se dijo, «pero debe pasarle a mucha gente. Demasiado tarde nos damos cuenta de cuanto quisimos a nuestros abuelos, de cuanto pudieron darnos y de lo que no supimos tomar en nuestra inocente ignorancia. Pero la huella de esa experiencia es imperecedera y de algun modo permanece en nosotros…».
Le gustaba mantener aquellos monologos. Era como conversar de nuevo con el viejo mambi.
El viento silbo con voz de espectro. Por instinto alzo la vista: las estrellas hacian cabriolas entre las nubes. Miro con mas atencion. Los puntos de luz se adelantaban o retrocedian, se unian en grupos y parecian bailar en rueda; despues se juntaban hasta formar un solo cuerpo y de pronto salian disparados en todas direcciones como fuegos artificiales… Pero no eran fuegos artificiales.
–
La calle se hallaba desierta, aunque en la oquedad de otra puerta Pablo creyo percibir una silueta. ?Era real?
–
Las estrellas se movieron, formando figuras caprichosas: un animal… tal vez un caballo. Y montado encima, un hombre: un guerrero.
–
Y escucho la susurrante respuesta:
– Pag Li…
La vision blanquecina se movio en las tinieblas. Pablo sonrio.
–
Un parpado de nubes dejo entrever la luna, cuya luz se derramo sobre los espiritus que deambulaban entre los vivos. De la tierra broto aquel olor a hogar: era un aroma parecido a las sopas que hacia su madre, al talco con que su padre se cubria despues del bano, a las manos arrugadas de su bisabuelo… La noche desfallecia como el animo de un condenado a muerte, pero Pag Li sintio una felicidad nueva y extatica.
La silueta se acerco y, durante unos instantes, lo miro con aquella ternura infinita que sus anos de muerto no habian extinguido. Con sus manos heladas le toco las mejillas. Se inclino y le dio un beso en la frente.
–
Y se apreto al regazo de su bisabuelo.
– No llores, pequeno. Aqui estoy.
Lo mecio con suavidad, acunandolo dulcemente contra el.
– Tengo miedo, abuelo. No se por que tengo tanto miedo.
El anciano se sento a su lado y le rodeo los hombros con un brazo, como cuando Pag Li era nino y se reclinaba en su pecho a escuchar las hazanas de aquellos heroes legendarios.
– ?Recuerdas como conoci al apak Marti? -le pregunto.
– Me acuerdo -contesto enjugandose las lagrimas-, pero cuentamelo otra vez…
Y Pag Li cerro los ojos, dejando que su memoria se fuera llenando con las imagenes y los gritos de batallas olvidadas. Y poco a poco, abrazado a la sombra de su bisabuelo, dejo de sentir hambre.
Hoy como ayer
Era tan temprano que el cielo aun conservaba sus tonos violetas, pero el bar parecia mas oscuro que de costumbre. Guiandose por el recuerdo, mas que por la vista, Cecilia fue acercandose al rincon donde solia sentarse Amalia. No creyo que hubiera llegado, pero prefirio esperarla alli. Cuando noto una sombra que se movia en la silla, se detuvo. La sombra pertenecia a un hombre.
– Perdone -dijo ella, retrocediendo-. Lo confundi con alguien.
– ?Podrias quedarte un rato? -pidio el-. No conozco a nadie aqui.
– No, gracias -respondio ella con voz gelida.
– Disculpa, no quise ofenderte. Llegue hace poco de Cuba y no se como son las costumbres.
Cecilia se detuvo.
– Iguales que en cualquier otro sitio -le dijo irritada, aunque sin saber por que-. Ninguna mujer