El oceano, la lluvia y los huracanes eran bautizos naturales que redimian a los hijos de una virgen que, segun la leyenda, habia llegado por mar en una tabla, deslizandose sobre las olas en el primer
Evoco la llovizna que despidiera al Papa en el santuario de San Lazaro -una lluvia curativa, delicada como una filigrana, que se derramo sobre la noche de la isla- y recordo la lluvia sin nubes que cayera sobre Pablo frente al monumento de marmol negro. Por algun azar de la memoria, tambien penso en Roberto… Ay, su amante imposible. Hermoso y lejano como su isla. Mentalmente le envio un beso y le deseo suerte.
Tu me acostumbraste
Y fue como si el mensaje lluvioso de Yuang hubiera renovado ese espiritu rebelde y aventurero que era la marca de su signo. La lluvia fortalecio el animo que nunca perdiera. Su llanto al salir de la carcel no habia sido una senal de derrota, como penso Amalia, sino de rabia. Apenas volvio a ponerse en contacto con la vida, recobro el tono de su voz interior: esa que le exigia clamar justicia por encima de todo. Siguio diciendo lo que pensaba, como si no tuviera conciencia de que aquello podia costarle una paliza o el regreso a la carcel. En el fondo seguia siendo un tigre, viejo y enjaulado en esa isla, pero tigre al fin y al cabo.
Amalia, en cambio, temia por el y por el resto de su familia en un sitio donde la justicia se habia vuelto draconiana. Por eso comenzo a gestionar -papeles van, papeles vienen; certificados y matasellos, entrevistas y documentos- la unica posibilidad de que todos continuaran con sus vidas.
Un dia llego de la calle y se detuvo en el umbral, tratando de recuperar el aliento. Miro a Pablo, a su hija y a su nieto, que coloreaba los barcos de papel que su abuelo iba colocando sobre la mesa.
– Nos vamos -anuncio.
– ?Adonde? -pregunto Isabel.
Amalia resoplo con impaciencia. ?Como si hubiera algun otro sitio al cual se pudiera ir!
– Al norte. Le dieron la visa a Pablo.
El nino dejo de atender sus barcos. Habia estado oyendo hablar de esa visa durante meses. Sabia que tenia que ver con su abuelo, que era un ex preso politico, aunque no entendia muy bien lo que significaba eso. Solo sabia que no debia comentarlo en la escuela, sobre todo despues que aquella especie de estigma provocara el divorcio de sus padres.
– ?Cuando se van? -pregunto Isabel.
– Querras decir cuando nos vamos. Tu y el nino tambien tienen visa.
– Arturo nunca me dara permiso para sacarlo.
– Pense que ya habias hablado con el.
– A el le da igual, pero no puede autorizarlo. Perderia su trabajo.
– Ese… -comenzo a decir Amalia, pero se contuvo al notar la mirada del nieto- solo piensa en el.
– No podre hacer nada hasta que el nino sea mayor.
– Si, y cuando cumpla los quince anos ya estara en la edad del Servicio Militar y entonces no lo dejaran salir.
Isabel suspiro.
– Vayanse ustedes. Papa y tu han sufrido mucho; no tienen nada que hacer en este pais.
El nino escuchaba, casi asustado, aquel duelo entre su madre y su abuela.
– No he esperado veinte anos a tu padre para perder a mi hija y mi nieto ahora.
– No nos perderas, ya nos reuniremos -le aseguro observando de reojo a su padre, que no habia abierto la boca, sumido en quien sabe cuales pensamientos-. Son ustedes quienes no deben esperar.
– Por lo menos trata de hablar con Arturo. ?O prefieres que lo haga yo?
– Ya veremos -susurro sin mucho convencimiento-. Es tarde, mejor nos vamos… Despidete, corazon.
El nino beso a sus abuelos y salio brincando a la acera. Alli permanecio saltando sobre un pie hasta que su madre lo tomo de la mano y se alejo con el.
Amalia se asomo para verlos marchar y sintio que el corazon le dolia tanto como el dia en que vio morir a su padre.
?Como podia dejarlos atras? No ver crecer a su nieto, dejar de abrazar a su hija: esa era la mitad de su miedo. La otra mitad era perder nuevamente a Pablo, y eso era lo que ocurriria si no lo sacaba de alli.
Por eso esperaba con ansiedad el permiso de salida que debia otorgarle el gobierno: la famosa tarjeta blanca. O la «carta de libertad», como le llamaban los cubanos tras el exito de cierta telenovela donde una esclava se pasaba mas de cien episodios esperando ese documento. Todos aquellos con visado para viajar debian pasar por una telenovela semejante: a menos que llegara esa tarjeta, nunca podrian salir.
Los primeros meses estuvieron llenos de esperanza. Cuando paso el primer ano, la esperanza se transformo en ansiedad. Despues del tercer ano, la ansiedad se convirtio en angustia. Y despues del cuarto, Amalia se convencio de que jamas los dejarian irse. Quizas veinte anos de carcel les habian parecido insuficientes.
Se consolaba viendo crecer a su nieto: un muchacho hermoso y dulce como su Pablo en la lejana epoca en que se conocieron. Amalia notaba como se esmeraba en complacer a su abuelo. Siempre se las arreglaba para estar cerca de el, como si la amenaza de su separacion hubiera hecho que atesorara cada minuto que pasaban juntos: temor que cada vez parecia mas irreal, porque el tiempo pasaba y Pablo continuaba viviendo en esa prision que era la isla.
Aunque seguia asustando a la gente con sus frases temerarias, nunca regreso a la carcel. Quizas, despues de todo, la policia secreta hubiera decidido que era un anciano inofensivo. De cualquier manera, dijera lo que dijera, nada podria hacer.
La escasez es el arma mas eficaz para controlar las rebeliones. Con la excepcion de algunos letreros que aparecian en los muros y los banos de ciertos lugares publicos, nada parecia ocurrir… Tampoco habia con quien conspirar. La culpa era de esa epidemia que se habia adherido como un parasito a la piel de todos: el miedo. Nadie se atrevia a hacer algo. Bueno, solo algunos; pero esos ya estaban en la carcel. Entraban y salian regularmente de ella, y jamas lograban otra cosa que no fuera denunciar o protestar. Eran hombres y mujeres mas jovenes que Pablo, de un valor semejante al suyo, aunque sin los medios para conseguir mas de lo que el propio Pablo habia podido lograr.
A Pablo no le quedo otro remedio que observar; observar y tratar de entender ese pais que cada vez se volvia mas extrano. Un dia, por ejemplo, habia salido muy temprano a dar una vuelta y se detuvo frente a la antigua fonda de los Meng, que ahora era un local donde se almacenaban folletos de la Union de Jovenes Comunistas. Alzo el rostro al cielo enlodado de nubes, deseando que lloviera un poco para recibir las bendiciones de su bisabuelo. Junto a el paso un perro sarnoso y lampino, de esa especie que alli llamaban «perros chinos» porque apenas tienen pelos. El animal lo miro con miedo y esperanza. Pablo se agacho para acariciarlo y recordo aquella tonada de su ninez:
Cuando sali de La Habana
de nadie me despedi,
solo de un perrito chino
que venia tras de mi.
Como el perrito era chino
un senor me lo compro
por un poco de dinero
y unas botas de charol.