propusieron. Cualquiera de ellas era un cuchitril comparado con su apartamento, pero no le quedo otro remedio que aceptar. Se mudo a una casita en el corazon del Barrio Chino, no porque fuera mejor que las otras, sino porque penso que a Pablo le agradaria regresar al barrio de su infancia. Alli lo espero hasta que salio de la carcel. Pero nunca imagino que los recuerdos se convirtieran en algo tan doloroso.

A veces Pablo preguntaba por la fonda de los Meng o por los helados del chinito Julio, como si aun le costara creer que veinte anos de aquella debacle hubieran podido arrasar con las vidas de quienes conociera.

– Ha sido peor que una guerra -murmuraba el cuando Amalia le describia el destino de sus antiguos vecinos.

Y eso que ella se guardaba las peores historias e inventaba otras para sustituirlas. Por ejemplo, nunca le conto que el doctor Loreto habia sido hallado muerto una manana en el mismo escalon donde Rosa solia llevarle su cena. Vagamente le dijo que el doctor se habia marchado a Estados Unidos para reunirse con sus hijos.

Amalia era feliz de tenerlo a su lado, aunque su felicidad estaba empanada por una angustia que no queria admitir: le habian robado veinte anos de vida junto a aquel hombre, un tiempo que nadie -ni siquiera Dios- podria devolverle.

?Y Pablo? ?Que guardaba en su cabeza aquel hombre que cada tarde recorria el barrio de su infancia, ahora poblado de criaturas que parecian sombras? Aunque nunca se quejo, Amalia sabia que un trozo de su alma se habia convertido en un paisaje lleno de cenizas y oscuridad. Solo sonreia cuando Isabel los visitaba y le traia a su nieto, un chiquillo de ojos verdosos y rasgados. Entonces ambos se sentaban en el umbral de la casa y, como hiciera su bisabuelo Yuang con el, le contaba historias de la epoca gloriosa en que los mambises escuchaban la palabra sagrada del apak Jose Marti, el Buda iluminado, y sonaban con la libertad que llegaria pronto. Y el nino, que aun era muy pequeno, pensaba que todo habia terminado como en los cuentos de hadas y sonreia feliz.

A veces Pablo insistia en salir del Barrio Chino. Entonces caminaban por el Paseo del Prado, que conservaba sus leones de bronce y la algarabia de los gorriones entre las ramas. O se iban hasta el malecon para rememorar sus tiempos de novios.

Un Dia de Difuntos quiso visitar el monumento a los mambises chinos con Amalia, su hija y su nieto. El marido de Isabel no fue. Anos de asedio y amenazas lo habian convertido en un individuo mezquino y lleno de temores, muy diferente al joven sonador que la muchacha conociera. Ya no iba a ver a sus suegros, sabiendo que el habia pasado veinte anos en la carcel por contrarrevolucionario. Fue durante aquella salida cuando Pablo se dio cuenta del alcance de la destruccion.

La Habana parecia una Pompeya caribena, destrozada por un Vesubio de proporciones cosmicas. Las calles se hallaban cubiertas de baches que los escasos vehiculos -viejos y destartalados- debian ir vadeando si no querian caer en ellos y terminar alli sus dias. El sol chamuscaba arboles y jardines. No habia cesped por ningun sitio. La ciudad estaba inundada de vallas y carteles que llamaban a la guerra, a la destruccion del enemigo y al odio sin cuartel.

Solo el monumento de marmol negro permanecia intacto, como si estuviera hecho de la misma materia de los heroes a los cuales rendia tributo; la misma sustancia de esos suenos por los que lucharan los guerreros de antano: «No hubo un chino cubano desertor; no hubo un chino cubano traidor». Aspiro la brisa que soplaba desde el malecon y, por primera vez desde que abandonara la carcel, se sintio mejor. Su bisabuelo Yuang estaria orgulloso de el.

Una fina llovizna empezo a caer, ignorando la presencia del sol que arrancaba vapores del asfalto. Pablo alzo la vista hacia el cielo azul y sin nubes, dejando que su rostro se mojara con aquellas lagrimas dulces y luminosas. El tampoco habia traicionado y nunca traicionaria… Y viendo aquella lluvia milagrosa, supo que el difunto mambi le enviaba sus bendiciones.

Libre de pecado

Cecilia acelero su auto a traves de las callejuelas de Coral Gables, sombreadas por arboles que vertian chubascos de hojas sobre las gentes y las casas. Era un paisaje que le recordaba ciertos recovecos de La Habana… lo cual era inexplicable porque con sus muros rugosos y sus jardines casi goticos, humedecidos de hiedra, Coral Gables se asemejaba mas a una aldea encantada que a la ciudad en ruinas que dejara atras. Quizas la asociacion se debiera a la similitud de dos decrepitudes distintas: una fingida con elegancia y otra remanente de glorias pasadas. Paseo su mirada entre los jardines salpicados de flores y sintio un latido de nostalgia. Que espiritu obsesivo el suyo que aun extranaba el rugido de las olas contra la costa, el calor del sol sobre las calles destruidas y el aroma que escapaba de un suelo que insistia en ser fertil cuando se empapaba tras algun aguacero tibio.

No podia mentirse a si misma. Si le importaba ese pais; tanto como su propia vida, o mas. ?Como no iba a importarle si era parte de ella? Penso en lo que sentiria si desapareciera del mapa, si de pronto se esfumara y fuera a parar a otra dimension: una Tierra donde no existiera Cuba… ?Que haria entonces ella misma? Tendria que buscar otro lugar exotico e imposible, una region donde la vida desafiara la logica. Habia leido que las personas eran mas saludables si mantenian alguna conexion con el lugar donde habian crecido o si vivian en un sitio semejante. Asi es que tendria que hallar un pais alucinante y bucolico a la vez, donde pudiera reajustar sus relojes biologicos y mentales. A falta de Cuba, ?que lugares le servirian? Por su mente desfilaron los megalitos de Malta, la ciudad abandonada de los anasazi, y la costa tenebrosa y antigua de Tintagel, plagada de recovecos por donde deambularan los personajes de la saga arturiana… Lugares misteriosos donde latia el eco del peligro y, por supuesto, llenos de ruinas. Asi era su isla.

Desperto de su ensueno. Cuba seguia en su sitio, casi al alcance de la mano. El resplandor de sus ciudades podia distinguirse desde Key West en las noches mas oscuras. Su mision, por el momento, era otra: desentranar su futuro mas cercano. O al menos encontrar una pista que le indicara la ruta hacia ese futuro.

El chillido de la cotorra fue la primera respuesta a su timbrazo. Una sombra cubrio la mirilla.

– ?Quien es?

La tentacion fue demasiada.

– Juana la Loca.

– ?Quien?

?Santisima virgen! ?Para que preguntaba si la estaba viendo?

– Soy yo, tia… Ceci.

Hubo un sonido de cerrojos que se deslizaban.

– Vaya, que sorpresa -dijo la anciana al abrir la puerta, como si solo entonces acabara de verla.

– El pueblo… unido… jamas sera vencido…

– ?Fidelina! Esta cotorra del demonio me va a matar de los nervios.

– La culpa es tuya por no haberte librado de ella.

– No puedo -gimio Lolo-. Demetrio me ruega todas las noches que no se la regale a nadie, que solo puede verla a traves de mi.

Cecilia suspiro, resignada a formar parte de una familia que se debatia entre la locura y la bondad.

– ?Quieres cafe? -pregunto la mujer, entrando en la cocina-. Acabo de colar.

– No, gracias.

La anciana volvio, segundos despues, con una tacita en la mano.

– ?Averiguaste algo sobre la casa?

– No -mintio Cecilia, incapaz de enfrentarse nuevamente a lo que habia descubierto.

– ?Y tus ejercicios para ver el aura?

Cecilia recordo la niebla blanquecina en torno a la planta.

– Solo vi espejismos -se quejo-. Nunca sere como mi abuela; no tengo ni gota de vision.

– Puede ser -murmuro la anciana, sorbiendo con cuidado su cafe-. Ni Delfina ni yo tuvimos necesidad de hacer cosas raras para hablar con los angeles o los muertos, pero ya nada es como antes.

Cecilia espero a que la anciana terminara su cafe.

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