el brillo de sus pupilas.

– ?Cuando llegaste de Cuba?

– Hace dos dias.

Cecilia creyo que habia oido mal.

– ?Solo dos dias?

Y como el no respondiera, ensayo otra pregunta.

– ?Quien te hablo de este sitio?

La camarera llego con las bebidas. Cuando se fue, Miguel se inclino sobre la mesa.

– No se que vas a pensar si te cuento algo un poco extrano.

«Haz la prueba», lo desafio ella mentalmente; pero en voz alta dijo:

– No pensare nada.

– Vine por mi abuela. Fue ella quien me hablo de este bar.

Cecilia se quedo de una pieza.

Una mujer envuelta en chales salio a la pista, abrio los brazos como si fuera a bailar la danza de los siete velos, y dejo escuchar su voz susurrante, hecha para cantar boleros:

– «?Como fue? No se decirte como fue, no se explicarte que paso, pero de ti me enamore…»

– Vamos -le dijo Miguel, arrastrandola de nuevo. ?Que dificil era hablar asi!

– ?Desde cuando tu abuela vive en Miami? -pregunto la muchacha, sin atreverse a pronunciar el nombre que retozaba en su lengua.

– Estuvo en Cuba varios anos, esperando el permiso de salida para ella y mi abuelo. Solo despues que el murio se lo dieron. Entonces viajo sola para aca, pensando que mi madre y yo vendriamos enseguida, pero no nos dejaron viajar hasta hace poco. Mira -dijo buscando bajo su camisa-, esto es de ella.

El familiar azabache negro, engarzado en su manita de oro, colgaba de la cadena que llevaba al cuello. Parecia una joya muy delicada, apenas visible, sobre aquel pecho joven y robusto. Cecilia cerro los ojos. No sabia como decirle… Intento seguir el ritmo de la melodia.

– ?Y cuando vendra por aqui?

– ?Quien?

– Tu abuela.

Miguel la miro con un brillo raro en los ojos.

– Mi abuela murio.

Cecilia dejo de moverse.

– ?Como?

– Hace un ano.

El trato de seguir bailando, pero Cecilia se habia quedado clavada en su lugar.

– ?No dijiste que te hablo del bar?

– En un sueno. Me dijo que viniera aqui y… ?Te sientes mal?

– Quiero sentarme.

La cabeza le daba vueltas.

– ?Como tienes ese amuleto suyo? -consiguio preguntar mientras se recuperaba.

– Se lo dio a una amiga para que me lo entregara. Desde anoche lo tengo. Quizas por eso sone con ella.

Entonces Cecilia recordo el primer acertijo: «cantina», «vision», «iluminaciones». ?Como no se dio cuenta antes? Cantina: asi llamaban a los bares en la epoca de Amalia. Eso era lo que la mujer habia querido decirle: ella era una vision en un bar, alguien que estaba alli para ser iluminada. Penso en las palabras de Amalia: «Su combinacion te mostrara quien eres y que debes esperar de ti». Ya no le quedaban dudas: ella tambien era una visionaria; alguien que podia hablar con los espiritus. Por eso arrastraba consigo una casa habitada por las almas de quienes se negaban a abandonarla. Ahora estaba segura de que habia heredado los genes de su abuela Delfina. Si hasta Claudia se lo habia dicho: «Tu andas con muertos». Pero habia estado ciega.

Sin embargo, quedaba el segundo acertijo. ?Cual seria el «desafio» relacionado con ese futuro que obsesionaba a todos? Amalia le habia advertido que los oraculos eran intuitivos, que debia buscar asociaciones. Muy bien. La «paloma» era un simbolo de paz. Pero ?como asociarla a la imagen de un «cementerio»? ?Significaba que el futuro de la isla era un desafio donde todos tendrian que decidir entre la paz y la muerte, entre la armonia y el caos?

– «No existe un momento del dia en que pueda apartarte de mi -canto la dama de los velos-. «El mundo parece distinto cuando no estas junto a mi…»

La cancion, dulce y melancolica, logro tranquilizarla.

– ?Te sientes mejor?

– No fue nada.

– ?Puedes bailar?

– Creo que si.

– «No hay bella melodia en que no surjas tu, ni yo quiero escucharla cuando me faltas tu…»

Aquel bolero parecia cantarle a su ciudad. O tal vez era que no podia escuchar un bolero sin recordar La Habana.

– «Es que te has convertido en parte de mi alma…»

Si, su ciudad tambien era parte de ella, como el soplo de su respiracion, como la naturaleza de sus visiones… igual que aquella que creia estar teniendo ahora en la atmosfera neblinosa del local: un hombrecito deforme, vestido con una especie de sotana, que se mecia ridiculamente sobre el piano.

– Miguel…

– ?Si?

– ?Me habre emborrachado con medio Mojito o es cierto que hay un enano encima del piano?

El observo por encima de su hombro.

– ?De que hablas? -comenzo a decir-. Yo no veo…

Se quedo en suspenso. Y cuando bajo la vista para mirarla, ella comprendio que conocia la leyenda del Martinico y que sabia lo que significaba verlo, pero ninguno de los dos dijo nada. Ya habria tiempo para explicaciones. Ya habria tiempo para hacer preguntas sobre los muertos. Ahora sospecho que siempre los tendria cerca, porque tambien acababa de descubrir a Amalia en medio del humo que danzaba como la niebla que sube del rio.

Cecilia dejo de bailar.

– ?Que te pasa? -pregunto Miguel.

– Nada -contesto estremeciendose, cuando Amalia paso entre ellos dejando una sensacion gelida.

Pero la muchacha no reparo en aquella frialdad. Solo queria saber que perseguia la mujer con esa mirada fija y fascinada. Giro un poco su cabeza y apenas la reconocio: una Amalia casi adolescente bailaba con un joven parecido a Miguel, aunque de rasgos mas asiaticos.

– «Mas alla de tus labios, del sol y las estrellas, contigo en la distancia, amada mia, estoy…»

Su Habana moribunda, habitada por tantos fantasmas dispersos por el mundo.

«Uno aprende a amar el lugar donde ha amado», repitio para si.

Alzo la vista para contemplar a Miguel; y recordo los rostros de esos muertos amados que seguian en su memoria. Su corazon estaba a mitad de camino entre La Habana y Miami. ?En cual de sus extremos respiraba su alma?

«Mi alma late en el centro de mi corazon», se dijo.

Y su corazon pertenecia a los vivos -cercanos o ausentes-, pero tambien a los muertos que seguian junto a ella.

– «Contigo en la distancia, amada mia, estoy» -canturreo Cecilia, contemplando la imagen de su ciudad en la pantalla.

Habana, amada mia.

Y cuando apoyo su cabeza sobre el pecho de Miguel, el fantasma de Amalia se volvio a mirarla y le sonrio.

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