– Mucho paro -susurro Gil.

– Y ellas, haciendo labores de hogar -se sintio subitamente furiosa Julia.

– Con suerte -agrego el.

No siguieron murmurando. Su presencia podia ser tan insolita como cuando en las peliculas del Oeste aparecia el clasico forastero en la cantina del pueblo. Alli no habia sheriff, pero si miradas que los siluetearon de arriba abajo, en especial a ella, aunque vestia con la mayor de las discreciones. Luego, cada cual volvio a lo que estuviera haciendo antes de su llegada: beber, fumar, hablar, jugar al domino o a las cartas -en las mesas, o limitarse a mirar su distancia mas inmediata, casi siempre interior.

Y habia muchos ojos perdidos.

– Alla vamos -dijo Gil.

Buscaron un hueco en la barra y lo encontraron al fondo, junto a la puerta de los servicios. Bastaba con verla para no atreverse a entrar. Otra puerta comunicaba con la cocina. Viendo la comida y las condiciones higienicas, se preguntaron en que andaria trabajando la Conselleria de Sanitat. El unico camarero era un hombre de unos cuarenta y algunos anos, cabello revuelto y nariz de patata, picada de viruela. Se acerco a ellos despues de discutir con uno de sus parroquianos sobre las posibilidades de que le tocara la primitiva.

– ?Que van a tomar? -les pregunto.

Gil iba a pedir dos refrescos, para no precipitarse, pero, por lo visto, Julia tenia ganas de marcharse de alli cuanto antes, asi que, sin darle tiempo a decir nada, pregunto:

– ?Esta Ursula?

El hombre fruncio el ceno. Con eso, su cara adquirio un aspecto de lo mas feroz.

– ?Que ha hecho?

– Nada, solo queriamos hablar con ella -quiso tranquilizarlo Julia.

Demasiado tarde.

– ?De que?

– Bueno… -vacilo la muchacha.

– De Marta Jimenez -fue directo Gil.

– ?Sois de la policia? -lo dijo como si dudara, a causa de su juventud.

– No, periodistas.

– ?Vais a pagarle algo?

– No, tan solo…

– Largaos -se echo hacia atras y se cruzo de brazos.

– Oiga, lo unico que…

– Lo unico que vais a conseguir es nada, ?de acuerdo? -le corto en seco-. Ahora salid por donde habeis entrado y adios.

– Si, dejadla en paz -mascullo el hombre que estaba sentado mas cerca de ellos, en la barra.

– Usted no puede…

Fue la ultima insistencia. Gil tiro del brazo de Julia, cortandola casi al mismo tiempo que lo hacia la reaccion del hombre:

– ?Quereis daros el piro de una vez, so mierdas? ?Andando! ?Ya!

Sus gritos hicieron que todo el personal del bar callara de golpe y le mirara. El unico sonido que permanecio en el aire fue el de la maquina tragaperras, con su cantinela estupida. Solo le faltaba una letra en la que se mofara de los ludopatas que vertian monedas en su ciega ranura con la esperanza imposible de vencerla, porque ella, a la larga, siempre ganaba.

El ambiente era todo menos favorable.

Y, ademas, no eran periodistas de verdad. Solo aprendices.

La salida fue un poco vergonzante, al pasar entre las miradas y los rostros de indiferencia, entre algun resentimiento y entre el humo que, de pronto, parecia haberse espesado mas. Julia volvio a sentir varios ojos hundidos en su cuerpo juvenil.

La libertad que les dio el mundo al otro lado de la puerta del bar fue reconfortante, aunque la imagen de aquel barrio extremo, duro y singular tuviera poco de ello.

– Ven -dijo Gil.

Fue el primero en caminar de nuevo por la calle perpendicular. El bar Bartolo hacia esquina con ella, asi que lo dejaron atras a los pocos pasos. Gil miraba el muro de ladrillos medio roto de ese lado.

– ?Que buscas? -pregunto Julia.

– Esto.

A unos quince metros de la esquina, al terminar la pared de ladrillos, habia un patio vecinal, mas bien una callecita interior, sin salida por el otro lado, con puertas a ambos lados y pequenos porches que daban una sensacion distinta, como de pueblo escondido. El bar debia de tener la vivienda por aquel lado, presumiblemente la primera de la izquierda.

– ?Probamos? -volvio a animarse Julia.

– Si.

Entraron. Cada porche era distinto en su variopinta decoracion, a pesar de la igualdad arquitectonica. Unos tenian infinidad de macetas con flores; otros, cachivaches amontonados; un par de ellos guardaban motos. En total habia diez. Dos ninos sucios jugaban al fondo, y la unica persona adulta visible, una mujer mayor, limpiaba judias verdes sentada en una silla, en la segunda casa de la derecha. Se dirigieron hacia ella.

– Perdone, senora -dijo Julia con exquisita correccion-. Estamos buscando a Ursula, la del bar Bartolo.

Los miro con fijeza, primero a ella, luego a el. Era Semana Santa, no habia escuelas, asi que las probabilidades de que una adolescente estuviera en su casa a media manana del lunes eran bastante altas. La mujer debio de decidir que eran de fiar, o que no se trataba de algo que le importase.

– ?Ursula! -grito-. ?Aqui te buscan!

Julia y Gil volvieron la cabeza. Por la puerta de la primera casa de la izquierda, tal como habian deducido, vieron aparecer a una chica de quince o dieciseis anos. La edad era indeterminada porque ella tambien lo era. Vestia de negro absoluto, en plan moda siniestra: cabello, maquillaje de ojos, labios, unas, vestido, calcetines y zapatos, con el ombligo al aire, tal vez para poder lucir alli el tatuaje del que hacia gala, una figura esoterica que se lo envolvia y desaparecia hacia la pelvis. El pelo estaba cortado mas o menos a lo punki, todo de punta. Llevaba una oreja, la derecha, repleta de piercings, asi como otros en la nariz, la ceja izquierda, el hueco entre la barbilla y el labio inferior y el propio ombligo. Diez anillos en los diez dedos de las manos. Lo que mas destacaba en ella, aparte de su imagen, eran sus pechos, abundantes en exceso para su edad, y la oscura belleza que se empenaba en disimular con su aspecto.

Se encontraron en mitad de la callejuela interior, ella desafiante, mostrando incertidumbre con la mirada, ellos sin saber muy bien como atacarla.

– ?Que quereis? -les pregunto.

– Me llamo Julia -volvio a tomar la iniciativa por aquello de ser del mismo genero-. El es Gil.

– Vale, ?y que? -Ursula no vario su gesto.

– Queriamos hablar de Marta.

Percibieron algo mas que el tono hosco de su reaccion. Vieron irritabilidad, cansancio, frustracion…, miedo.

– Marta esta muerta -les dijo-. Ya no vale la pena hablar de ella.

– Pensamos que si vale la pena, porque…

Dejo a Gil con la palabra en la boca. Se dio media vuelta y regreso a su casa, caminando despacio, destilando rencor. Antes de desaparecer, percibieron dos detalles: su puno izquierdo cerrado con furia y su mano derecha volando hacia su cara, tal vez para apartar de alli una lagrima inquieta.

– ?Que hacemos?

– Ahora, nada.

Regresaron a la calle, abandonando aquel microcosmos. Al salir, vieron a la mujer limpiando sus judias, a los ninos jugando, y tambien un movimiento en una de las ventanas de la casa en la que vivia la amiga de Marta Jimenez Campos.

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