ideas, desde peregrinas hasta otras mas logicas, pero igualmente complicadas. Benigno Massague solia decirles que «la verdad es siempre lo mas simple».
?Donde estaba alli la sencillez de la verdad?
– ?Que hacemos?, ?entramos? -propuso Julia.
– ?A estas horas?, ?los dos? -Gil arrugo la cara-. A un puticlub no creo que vayan parejas.
– Si, si son dos viciosos o algo asi, digo yo.
– ?Tenemos tu y yo pinta de viciosos? -ahora Gil sonrio.
– Pues entra tu.
– ?Y que digo? «Hola, busco a Lenox. ?Sabes algo de la muerte de Marta, tio?».
– Vale, yo solo digo que ahi dentro hay algo.
– Siempre estamos a tiempo de volver, cuando tengamos mas pruebas.
– ?Crees que las tendremos?
Gil no le respondio. No era necesario. Tampoco hacia falta decir que iban a hacer a continuacion, pero Julia lo expreso con palabras:
– Volvamos a casa de Ursula.
– No hablara, y menos despues de esto -Gil hizo de abogado del diablo-. El tal Lenox la estaba amenazando.
– Sabe algo, y Marta era su amiga.
Julia ya estaba sentada en la parte de atras de la moto. No se habian quitado el casco, asi que su cara tenia una expresion de chiste, con las mejillas apretadas y los labios algo salidos, en plan besucon. Gil la miro con aquella ternura que en las ultimas horas parecia haber olvidado, o mejor dicho, aparcado. En los ojos de su companera brillaba aquella ferrea determinacion que tanto le gustaba pero que, al mismo tiempo, le asustaba tambien.
Se lo dijo:
– ?Crees que nos estamos metiendo en un lio?
– ?Lo dices por Lenox, el puticlub…?
– Si.
– ?No! -movio una mano en plan pijo, de arriba abajo.
– Ah, vale -suspiro Gil, cargado de ironia.
Se hizo con el control de la moto e iniciaron el camino de regreso al barrio de Marta y Ursula, a mas velocidad. Volvieron a aparcar en el mismo lugar que unos minutos antes y recorrieron a pie el camino hasta el callejon. La puerta de la casa estaba cerrada, y tambien la ventana. Llamaron dos veces, sin exito, y se enfrentaron a su desaliento.
– ?El bar?
– Habra que ver -se resigno el-. Tu espera aqui.
Gil camino hasta el
Gil no llego a entrar en el bar. Se acerco a la cristalera y rapidamente dio media vuelta, como si hubiese visto un fantasma. Julia ya conocia la respuesta antes de formularle la pregunta.
– Esta ahi -la informo-, detras de la barra, ayudando.
– ?Que hacemos?
– Volvemos manana, o esperamos.
– ?Tienes algo que hacer?
– No.
– Entonces esperamos -fue determinante.
– A la orden, jefa.
– Oh…, lo siento, es que…
– Tranquila, no seas tonta. Yo tambien iba a proponertelo.
– ?Donde nos metemos? Aqui cantamos mucho.
– Lo ideal seria en un bar, pero el unico que hay es este -Gil esbozo una sonrisa de resignacion.
– Entonces nos quedamos aqui.
– Y si vienen los malos, ?nos besamos para despistar?
Julia le devolvio la sonrisa. No fue perversa, solo picara.
– Aqui no hay malos -dijo, abarcando la calle.
– Ya me parecia -se encogio de hombros el.
Se sentaron en el castigado bordillo. Julia le observaba de reojo. Gil fingia mirar la rueda trasera de su moto. La calle tenia baches impresentables. De algun lado a su izquierda fluia una musica crispada, hiriente, sin melodia alguna, mas propia de una discoteca a altas horas de la madrugada que de alli; y de algun otro lado, a su derecha, un cantaor flamenco rasgaba el aire con su quebranto emocional. El resultado era un caos acustico ininteligible e inarmonico, pero demostraba que, alli, la vida ofrecia sus contrastes. Por la acera de enfrente pasaron dos subsaharianos cargados con fardos de ropa, y otro con lo que parecian ser discos compactos con destino a la venta callejera ilegal. Dos mujeres obesas hablaban por sus respectivas ventanas. De una tienda de verduras llegaban de vez en cuando sus aromas hasta ellos.
Una hora.
Hablaron de la facultad, del caso, de Marta, de todos los personajes vistos hasta ese momento.
Dos horas.
Hablaron de Gil y de Vic, de Julia y de la historia de sus padres, de si mismos, aunque sin abordar algunos de los sentimientos que le dominaban a el o la hacian sentirse hipersensible a ella. Y de nuevo de Marta y su mundo, de aquellas fotos, de aquellos poemas. Cada vez que Julia abria el cuaderno y deslizaba la vista por uno, las lagrimas aparecian en sus ojos y el nudo de su garganta se clonaba con otro en la boca del estomago. Casi tres horas.
Ya no hablaban, solo esperaban, sintiendose ridiculos, perdidos.
Quedaban los poemas, y no bastaban. -Escucha -dijo Julia-:
– ?Cuando escribio eso? -pregunto Gil.
– La fecha es de hace seis meses -se enfrento a sus ojos y agrego-: Mas o menos cuando murio su madre.
– ?No te sientes como si estuvieras leyendo su diario privado?
– Intento… -Julia no encontro las palabras, vencida por la emocion.
– Intentas meterte en su alma, en su corazon, en su mente, pero eso no te ayudara a escribir el trabajo; al contrario, te confundira. Ya sabemos que no es lo que decia el periodico o creia la policia, de acuerdo, pero sigue pesando la causa de su muerte: la mataron por algo que hizo o que sabia. Puede que no fuera un demonio, pero hay que demostrar que era ese angel del que nos hablo Salvador Ponsa. Olvidate de sus fotos, su belleza o esa sonrisa. Incluso de esos poemas -senalo el cuaderno.
– Ya no puedo -confeso Julia.
Tampoco pudieron seguir hablando. Anochecia, -y la calle estaba mal iluminada, pero cada vez que alguien entraba o salia del bar
Finalmente.
Se pusieron en pie los dos.
La chica seguia vestida de negro, pero iba un poco mas arreglada, como si se dispusiera a ir a dar una vuelta o a verse con alguien. Sujetaba dos enormes bolsas de basura y se dirigia al contenedor ubicado en la otra esquina, un poco mas abajo, cerca de donde ellos habian estado esperando. La alcanzaron justo cuando introducia las dos bolsas en su interior.