Debia unirme a la Reina en Greenwich, y cuando mi embarcacion me llevaba por el rio, me sentia abrumada por la animacion y el bullicio de la vida de Londres y por el hecho de volver alli. El rio era, como siempre, la mas concurrida de las vias de comunicacion del pais. Navegaban hacia Palacio junto a nosotros embarcaciones de todo genero. Entre ellas la embarcacion dorada del alcalde, escoltada por las menos ostentosas de sus ayudantes. Los barqueros con sus pequenas embarcaciones remaban habilmente entre las otras de mayor envergadura, silbando y cantando y diciendose cosas entre si. En una de las barcas iba una chica que podria haber sido la hija de un barquero; tocaba un laud y cantaba una cancion: «Rema en tu bote, Norman» (cancion que llevaba mas de cien anos cantandose) con voz potente, aunque un poco ronca, para delicia de los ocupantes de las otras embarcaciones. Era una escena tipica del rio de Londres.

Me sentia alternativamente entusiasmada y recelosa. Pasase lo que pasase, me advertia a mi misma, no debia ser desterrada otra vez. Tenia que vigilar mi lengua… pero quiza no demasiado, pues a la Reina le gustaba de vez en cuando un comentario caustico. Me vigilaria en relacion con sus favoritos (individuos como Heneage, Hatton y el conde de Oxford) y sobre todo con el conde de Leicester.

Tambien me decia a mi misma que debia haber cambiado en ocho anos, pero me gustaba pensar que habia sido para mejor y no para peor. Naturalmente, era una mujer mas madura, habia tenido varios hijos, pero sabia que los hombres me encontraban mas atractiva que nunca. Estaba firmemente decidida a una cosa. No debia permitir que me tomasen y me dejasen como me habia sucedido antes. Por supuesto, procuraba recordarme siempre a mi misma, que el se habia comportado de aquel modo por causa de la Reina. Ninguna otra mujer podria haberme desplazado por si sola. Aun asi, mi vanidad femenina se habia visto herida, y en el futuro (si habia un futuro con Robert) le haria saber que no tenia intencion de permitir que volviese a pasar.

Era primavera y la Reina habia ido a Greenwich, cosa que le gustaba hacer en aquella epoca del ano para gozar alli de los placeres estivales. Se habia arreglado todo para su llegada; y en los aposentos de las damas que estaban a su servicio, me recibieron Cate Carey, Lady Howard de Effingham, Ana, Lady Warwick y Catalina, condesa de Huntingdon.

Cate era hermana de mi madre y prima de la Reina; Ana era la esposa de Ambrose, el hermano de Robert; y Catalina era hermana de Robert.

La tia Cate me abrazo y me dijo que tenia muy buen aspecto y que se alegraba de volver a verme en la Corte.

—Habeis estado fuera tanto tiempo —dijo Ana, con cierta acritud.

—Ha estado con su familia y ahora tiene gracias a ello una familia maravillosa —dijo tia Cate.

—La Reina hablaba de vos de vez en cuando —anadio Catalina—. ?No es cierto, Ana?

—Es verdad que lo hacia. Una vez dijo que de joven erais una de las damas mas hermosas de su Corte. Le gusta rodearse de gente bien parecida.

—Tanto le agradaba que me tuvo alejada de aqui ocho anos —les recorde.

—Pensaba que vuestro marido os necesitaba y no queria separaros de el.

—?Por eso le envia ahora a Irlanda?

—Debierais haber ido con el, Lettice —dijo mi tia—¦. No es bueno dejar sueltos a los maridos tan lejos.

—Oh, Walter tiene unas diversiones muy especiales.

Catalina se echo a reir, pero las otras dos parecian serias.

—Lettice querida —dijo Cate, muy al estilo de la tia prudente—. Su Majestad no debe oiros hablar asi. No le agradan las actitudes frivolas respecto al matrimonio.

—Es extrano que respetandolo tanto sea tan reacia a contraerlo.

—Hay cosas que quedan fuera de nuestro conocimiento —dijo con viveza mi tia— Os vera manana a la hora de la cena; sereis una de las damas encargadas de probar su comida. Estoy segura de que os dira algo durante la cena. Ya sabeis que le gusta prescindir del ceremonial en la mesa.

Sabia que mi tia me estaba advirtiendo de que tuviese cuidado. Habia estado desterrada de la Corte muchos anos, lo cual significaba que, de algun modo, habia ofendido a la Reina, pues ella era sumamente benigna con sus parientes… sobre todo con los Bolena. Con los Tudor solia ser algo mas dura porque tenia que tener cuidado con ellos, pero los Bolena, al no tener ningun derecho al trono, le estaban agradecidos por encumbrarlos, y a ella le encantaba honrarles.

Apenas pude dormir aquella noche de lo nerviosa que estaba por mi vuelta a la Corte. Sabia que tarde o temprano iba a verme cara a cara con Robert. Inmediatamente me daria cuenta de si aun seguia atrayendole, y entonces podria descubrir con alegria hasta que punto y si el estaba dispuesto a correr riesgos por mi. Habia algo respecto a lo cual estaba decidida: nada de abrazos precipitados y luego adios porque la Reina no le permitia amar a otra mujer.

Esta vez tendra que ser algo mejor, Robert, murmuraba para mi. Suponiendo, claro, que aun me encuentres deseable… y, por supuesto, que yo sienta el mismo deseo irresistible de hacerte mi amante.

Aunque fue una noche de desasosiego e insomnio, que alegria verme alli en aquella cama contemplando el futuro. Como habia podido soportar todos aquellos anos esteriles…, bueno, no del todo esteriles… tenia a mis hijos… mi propio y adorable Robert. Podia dejarle sin pesar pues estaba bien atendido, y los muchachos, una vez pasaran de la primera infancia, se impacientan con una madre carinosa y devota a su lado. Siempre estaria alli, mi hijo amado. Cuando se hiciese mayor tendria a su madre como el mejor de sus amigos.

Como era domingo, habia mucha gente en Palacio. El Arzobispo de Canterbury, el Obispo de Londres, el Canciller, oficiales de la Corona y otros caballeros que habian ido a presentar sus respetos a la Reina. Ella les recibiria en el salon de audiencia, que estaba adornado de ricos tapices y tenia el suelo cubierto de juncos frescos.

La gente se habia reunido a ver el cortejo, que era realmente impresionante. A la Reina le gustaba que se diese libertad al pueblo para ver las ceremonias de la Corte. Habiendo alcanzado su encumbrada posicion considerando siempre cautamente la voluntad del pueblo, se mostraba en toda ocasion sumamente deseosa de complacerle; cuando pasaba entre el pueblo a caballo o en coche, hablaba hasta con los mas humildes; queria que comprendiesen que aunque era un ser glorioso, una divinidad en la tierra, amaba al pueblo y era en cierto modo su servidora. Este era uno de los secretos de su gran popularidad.

Vi entrar a los condes, los caballeros de la jarretera y los barones, luego llego el Canciller entre dos guardas, uno de los cuales llevaba el cetro regio y el otro la espada del Estado en una vaina roja tachonada de flores de lis. Inmediatamente despues iba la Reina, pero no pude quedarme a verla pues tenia que atender a mis obligaciones.

La preparacion de la mesa siempre me divertia. Ningun rito sagrado podria ser ejecutado con mas reverencia. Las encargadas de probar la comida de la Reina aquella manana eramos una joven condesa y yo, pues existia la tradicion de que una de las catadoras debia estar soltera y la otra casada… y ambas debian ser del mismo rango.

Primero aparecio un caballero con una vara y tras el llego un hombre con un mantel; siguiendole llegaron otros con el salero, la fuente y el pan. Apenas pude reprimir una sonrisa cuando se arrodillaron ante la mesa vacia antes de colocar en ella lo que llevaban.

Luego nos llego el turno a nosotras. Nos acercamos a la mesa, yo llevando el cuchillo. Las dos tomamos pan y sal y lo frotamos en los platos para cerciorarnos de que estaban limpios; y cuando terminamos estas tareas trajeron los manjares. Cogi el cuchillo y corte porciones que di a varios de los guardias que estaban alli mirando. Comieron lo que les di. Esta ceremonia estaba destinada a proteger a la Reina de un envenenamiento.

Cuando terminaron de comer, sonaron las trompetas y entraron dos hombres con timbales y tocaron sus instrumentos para indicar que la comida estaba lista.

La Reina no iba a sentarse en la sala principal, sino que comeria en una pequena camara contigua. Supuse que me llamaria a su lado durante la comida.

Estaba en lo cierto. Por fin llego. Llevamos la comida que quiso a una pequena camara, y alli me dio la bienvenida a la Corte y me dijo que podia sentarme a su lado.

Manifeste mi aturdimiento por el honor que me dispensaba y ella me miro inquisitivamente. Yo estaba deseando examinar mas de cerca las huellas del paso del tiempo en ella, pero para eso debia esperar.

—Vaya —'dijo—. El campo os sienta bien, y el tener hijos. Dos varones, creo que teneis, espero conocerles algun dia.

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