—Majestad, no teneis mas que ordenarlo —replique, afirmando lo obvio.

Ella cabeceo y dijo:

—Han pasado muchas cosas mientras estuvisteis fuera de la Corte. Echo mucho de menos a mi querida prima, a tu madre, por desgracia.

—Majestad, siempre fuisteis muy buena con ella. Muchas veces me lo dijo.

?Era realmente una lagrima lo que vi en aquellos ojos de color oscuro? Quiza, pues era muy sentimental con los que creia que habian sido sus verdaderos amigos, y mi madre habia sido sin lugar a dudas amiga suya.

—Era demasiado joven para morir —dijo, casi como un reproche.

?Un reproche a mi madre por abandonarla? ?A Dios por llevarsela y afligir a la Reina?

«?Ay, Catalina Knollys, como os atreveis a abandonar a vuestra soberana que tanto os necesitaba!» «Senor, ?por que tuvisteis que apartar de mi lado a tan excelente subdita?» Estuve a punto de dar voz a estos pensamientos. Conten tu lengua, me adverti. Pero no era mi lengua lo que me habia llevado al destierro. En realidad, a Su Majestad, que se pasaba la vida entre aduladores, le gustaba en ocasiones la adulacion.

—Me alegro de ver a Su Majestad con tan buena salud y recuperada ya de su enfermedad —dije.

—Oh, se creian que estaba al borde de la muerte y confieso que hubo veces en que yo tambien lo pense.

—Oh no, Majestad, vos sois inmortal. Teneis que serlo, pues vuestro pueblo os necesita.

Ella cabeceo y dijo:

—Bueno, bueno, Lettice. Me agrada que esteis de nuevo con nosotros. Aun os queda belleza. Essex tendra que arreglarselas sin voz durante un tiempo. Esta haciendo muchas cosas en Irlanda. No es que tenga gran juicio, pero si un gran corazon. Confio en que tenga mas suerte alli. Pronto dejaremos Greenwich.

—?Estais cansada del lugar, Majestad?

—No. Siempre fue uno de mis lugares preferidos. Supongo que uno siente eso con el lugar donde nace. Pero tengo que complacer a Lord Leicester. Esta muy impaciente por ensenarnos Kenilworth. Tengo entendido que lo ha transformado en una de las mejores mansiones del pais. No me dejara tranquila hasta que me lo ensene.

De pronto me incline hacia delante y, cogiendo aquella hermosisima mano blanca entre las mias, la bese. Si Robert estaba febril de emocion por ensenarle a la Reina Kenilworth, yo me hallaba en un estado parecido solo por verle. Alce la vista y procure mostrar temor por mi atrevimiento, pero Isabel estaba sentimental y, despues de todo, yo era miembro de la familia.

—Majestad —dije—, soy una presuntuosa. Me he visto desbordada por el placer que me produce volver a estar con vos.

La dureza de aquellos ojos se suavizo momentaneamente. Me creia.

—Me agrada teneros aqui, Lettice —dijo—>. Preparadlo todo para ir a Kenilworth. Supongo que querreis tener vestidos nuevos para este acontecimiento. Traereis con vos a vuestra modista. Hay una pieza de terciopelo escarlata… suficiente para un vestido. Decidles que os he dicho que podeis cogerla. Todas tenemos que estar hermosas para mi senor Lord Leicester —anadio con una sonrisa.

Le amaba, no habia duda. Podia percibirlo en su voz cuando pronunciaba su nombre; y me preguntaba si no estaria iniciando un peligroso camino. Solo con pensar en el ya se me aceleraba el pulso. Sabia que aunque hubiese cambiado yo aun seguiria queriendole.

Si me miraba, si mostraba de la forma mas leve que estaba dispuesto a revivir su deseo de mi, no vacilaria en convertirme en la rival de la Reina.

—Tomare un poquito de ese vino de Alicante —dijo ella.

Lo mezcle con agua, tal como le gustaba. Siempre comia y bebia muy frugalmente, y pocas veces tomaba vino, solia preferir una cerveza ligera. Y cuando lo tomaba, lo mezclaba con abundante cantidad de agua. A veces le impacientaba la comida, y en ocasiones de protocolo no muy rigido, se levantaba antes de que el resto de los comensales hubiesen terminado. Deplorabamos esto porque significaba que teniamos que dejar la mesa, pues nadie podia quedarse si ella se iba y, como nos servian despues que a ella, esto significaba a menudo una comida apresurada, asi que nunca estabamos muy deseosas de comer con la Reina.

Pero en esta ocasion, se demoro, y todas pudimos comer a satisfaccion.

Mientras daba sorbos de vino, sonreia dulcemente… pensaba en Robert, no me cabia duda.

Fue en julio cuando salimos para Kenilworth, que queda entre las ciudades de Warwick y Coventry, a unos ocho kilometros de cada una de ellas, asi que habia bastante distancia desde Londres e iba a ser un viaje largo.

Era una brillante y numerosa caravana en la que se incluian treinta y uno de los hombres mas poderosos del pais, todas las damas de la Reina, entre las que figuraba yo, y cuatrocientos criados. La Reina se proponia estar en Kenilworth mas de dos semanas.

La gente salia a vernos pasar y hubo los habituales vitores para la Reina y aquellos agradables contactos entre ella y el pueblo, de los que Isabel no se olvidaba por nada del mundo.

No llevabamos recorrido mucho cuando vimos que cabalgaba hacia nosotros un grupo de jinetes. Ya desde lejos le reconoci a la cabeza de la comitiva. Mi corazon latio con mas fuerza. Ya sabia lo que iba a sentir aun antes de que llegase junto a nosotros. Que bien montaba. Estaba cualificado, no habia duda, para el papel de caballerizo de la Reina en todos los sentidos. Estaba mas viejo, si… algo mas corpulento que ocho anos antes; su rostro tenia un tinte mas rojizo y se veian sombras blancas en el pelo por las sienes. Con su jubon de terciopelo acuchillado tachonado de estrellas, segun la nueva moda alemana, y la pluma del sombrero del mismo tono que el jubon aunque un poco mas claro, tenia un aspecto majestuoso, y me di cuenta de inmediato de que aun poseia el viejo magnetismo. No me cabia duda de que Isabel amaba al Robert maduro igual que habia amado al joven. Y me di cuenta tambien de que a mi me pasaba lo mismo.

Se detuvo a muy poca distancia de nuestro grupo, y adverti que la Reina se ruborizaba un poco, lo que indicaba su satisfaccion.

—Vaya —dijo—, pero si es mi senor Lord Leicester.

El se situo a su lado. Tomo su mano y la beso, y cuando vi que sus ojos se encontraban al alzar el la mano de ella, senti las torturantes punzadas de los celos. Solo pude controlarme con el consuelo de que Robert rendia tributo unicamente a la corona. De no haber sido por la Reina, no habria tenido ojos mas que para mi.

Siguieron cabalgando juntos.

—?Que os proponeis viniendo asi de sorpresa, bribon? —pregunto ella. Bribon, dicho de aquella manera era un termino carinoso, y no era la primera vez que la oia aplicarselo.

—No podia permitir que fuese otro quien os llevase a Kenilworth —dijo el con vehemencia.

—Bueno, considerando las ganas que tenemos de ver ese castillo magico vuestro, os perdonaremos. Teneis un aspecto muy saludable, Rob.

—Me encuentro mejor que nunca —contesto el—. Y eso quiza se deba al hecho de que estoy al lado de mi soberana.

Me senti enferma de rabia, pues no habia mirado ni una sola vez en mi direccion.

—Bueno, demonos prisa —dijo la Reina—. O tardaremos semanas en llegar a Kenilworth.

Cenamos en Itchingworth, donde tuvimos una esplendida recepcion, y como habia un bosque, la Reina expreso deseos de cazar.

La vi irse cabalgando junto a Robert. No hacia tentativa alguna de ocultar la atraccion que sentia hacia el. En cuanto a el, no podia estar segura de cuanto era verdadero afecto y cuanto ambicion. Lo mas probable es que ya no siguiese teniendo esperanzas de casarse con ella, pero aun asi seguia necesitando conservar su favor. No habia hombre en Inglaterra mas odiado que Robert Dudley. Se habia encumbrado gracias al especial interes de la Reina y eso habia provocado muchas envidias. Que habia miles de personas que esperaban ansiosas su caida, muchas que le conocian y otras muchas que no… asi es la naturaleza humana.

Yo estaba empezando a entender a Robert y, mirando hacia atras, todo me resultaba mucho mas claro que en los dias de nuestra intimidad. Se comportaba cortesmente con todos los que se acercaban a el, siempre se mostrasen humildes, y de hecho su actitud desmentia a veces la fuerza calculadora que se escondia tras ella.

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