Se abrieron las puertas y entramos. En los muros del patio habia seis trompeteros vestidos con ropajes de seda. Resultaba muy impresionante, pues sus trompetas tenian casi dos metros de longitud. Tocaron dando la bienvenida, y la Reina aplaudio, muy satisfecha.

A medida que avanzabamos, la escena se hacia mas espectacular. En medio del lago, habian construido una isla y en ella habia una hermosa mujer. A sus pies estaban tendidas dos ninfas y a su alrededor un grupo de damas y caballeros sostenian en alto antorchas encendidas.

La dama del lago recito un panegirico similar a los que habiamos oido antes. La Reina proclamo que todo aquello era maravilloso. Luego la llevaron al patio central, donde habia un grupo reunido, vestidos todos de dioses: Silvano, rey de los bosques, le ofrecio a la Reina hojas y flores; alli estaba Ceres con trigo; Baco con uvas, Marte con armas y Apolo con instrumentos musicales para cantar el amor que el pais profesaba a su Reina.

Ella los recibio a todos con gratas palabras, felicitandoles por su arte y su belleza.

Leicester le dijo que habia muchas mas cosas que tenia que ver, pero que la suponia cansada del viaje y preferia que descansara. Debia tener sed, ademas, y el podia asegurarle que encontraria la cerveza de Kenilworth muy de su gusto.

—Me he asegurado de que nada os disguste, Majestad, como sucedio en Grafton, pues probe la cerveza y, pareciendome fuerte y desabrida, traje cerveceros de Londres para que podais beberia aqui segun vuestro gusto.

—Se que puedo confiar en que mis queridos Ojos se cuidaran de mi comodidad —dijo la Reina, emocionada.

En el patio interior se disparo una salva y cuando la Reina estaba a punto de entrar en el castillo, Robert le pidio que se fijase en el reloj de aquella torre que se llamaba la torre de Cesar. El reloj era de un delicado azul y los numeros y las manecillas de oro puro. Podia verse desde todos los alrededores. Le suplico que lo mirase unos instantes, porque si lo hacia, veria pararse las manecillas de oro.

—Eso significa que mientras vos, Majestad, honreis Kenilworth con vuestra presencia, se parara el tiempo —explico.

Era evidente que ella se sentia muy feliz. ?Cuanto amaba Isabel aquella pompa y aquel ceremonial! ?Cuanto le complacia aquella adulacion y, sobre todo, cuanto amaba a Robert!

Entre su cortejo, se comentaba que quiza con motivo de aquella visita anunciase la Reina su intencion de casarse con el. Parecia indudable que eso era lo que Robert estaba esperando.

Aquellos dias de Kenilworth serian inolvidables… no solo para mi, cosa comprensible, pues significaron un hito en mi vida, sino para todos los presentes.

Creo que puedo decir que jamas hubo, ni habra, hospitalidad y agasajos y diversiones como los que ideo Robert para deleite de su Reina.

Hubo fuegos artificiales, saltimbanquis italianos, combates entre toros y osos y, por supuesto, justas y torneos. Dondequiera estuviese la Reina, siempre habia baile, y permanecia levantada hasta altas horas de la madrugada bailando y nunca parecia cansarse.

Durante los primeros dias de Kenilworth, Robert apenas se aparto de la Reina, y, de hecho, mas tarde, tampoco pudo ausentarse nunca por demasiado tiempo. En las raras ocasiones en que bailo con otras, vi que Isabel le observaba atentamente y con impaciencia. En una ocasion, le oi decir: «Confio en que disfruteis del baile, Lord Leicester». Y se mostro muy fria y muy altiva hasta que el se inclino y le susurro algo que le hizo sonreir y recuperar su buen humor.

Resultaba practicamente increible que no fuesen amantes.

Yo podria haber creido que estaba sonando con un imposible si no fuese el hecho de que en varias ocasiones pude ver que los ojos de Robert recorrian la estancia y darme cuenta de que me buscaban. Cuando me encontraban, algo se encendia entre nosotros. Teniamos que encontrarnos, pero yo sabia que era imperativo que tomasemos las mayores precauciones.

Estaba adiestrandome a mi misma. Queria estar lista para cuando llegase el momento. Esta vez no queria un contacto precipitado tras unas puertas cerradas. Nada de «que sea esta noche si puedo desprenderme de la Reina». El seria razonable. Era el hombre mas razonable de la tierra Pero yo debia ser astuta. Ahora era mas sabia.

Me divertia pensar que Isabel y yo fuesemos rivales. Era una digna adversaria, sin duda, pues disponia de poderosas armas, de su poder y de sus promesas de grandeza… y sus amenazas, claro. «No creais que mi favor se limita a vos…» Era de nuevo la actitud de su padre. «Os he encumbrado. Podria igualmente haceros caer.» Enrique VIII habia dicho eso a sus favoritos… hombres y mujeres que habian trabajado para el y le habian dado lo mejor de si mismos: el cardenal Wolsey, Thomas Cromwell, Catalina de Aragon, Ana Bolena, la pobre Catalina Howard… y lo mismo le hubiese sucedido a Catalina Parr de no haber muerto el Rey a tiempo. Enrique habia amado a Ana Bolena tan apasionadamente como Isabel amaba a Robert, pero eso no la habia salvado. Robert debia pensar en todo esto de vez en cuando.

Si yo la disgustaba, ?que me pasaria? Tal era mi caracter que la consideracion del peligro no me detenia; en cierto modo, estimulaba aun mas mis deseos.

Por fin, llego el momento en que nos vimos solos. Me cogio de la mano y me miro a los ojos.

—?Que quereis de mi, mi senor? —pregunte.

—Lo sabeis —contesto el, apasionadamente.

—Hay aqui muchas mujeres —dije—. Y yo tengo marido.

—Yo solo quiero a una.

—Cuidado —bromee—. Eso es traicion. Vuestra soberana se enfadaria mucho con vos si se enterase de que decis tales cosas.

—Lo unico que me importa es que vos y yo estemos juntos.

Menee la cabeza.

—Hay un aposento… en la parte mas alta de la torre oeste. Nadie va nunca alli —insistio.

Yo me volvi, pero el me habia cogido la mano y me senti sacudida por aquel deseo que solo el podia despertar en mi.

—Estare alli a media noche… esperando.

—Podeis esperar, mi senor —dije.

Alguien subia las escaleras y rapidamente se fue. Tenia miedo a que le vieran, pense irritada.

No fui a aquel aposento de la torre, aunque me costo trabajo no hacerlo. Disfrute mucho, sin embargo, imaginandole paseando impaciente, esperandome.

La proxima vez que nos encontramos, se mostro despechado y mas impetuoso aun. No estabamos solos, y aunque aparentaba intercambiar cortesias con una invitada, me decia:

—He de hablar con vos. Tengo mucho que deciros.

—Bueno, si solo es hablar, quizas —dije yo.

Y fui al aposento.

El me abrazo e intento besarme, pero me di cuenta de que primero habia cerrado cuidadosamente la puerta.

—No —proteste—. Aun no. '—Si —dijo el—. ?Ahora! He esperado demasiado tiempo. No esperare un segundo mas.

Yo sabia de mi debilidad. Mi resolucion se tambaleaba. Le bastaba tocarme… yo siempre habia sabido que mi necesidad de el era similar a la suya de mi. Era inutil resistirse. Hablariamos despues.

El reia triunfal. Yo me sentia triunfante tambien, porque sabia que aquello era una rendicion temporal. Al final me saldria con la mia.

Despues, el dijo, satisfecho:

—?Oh, como nos necesitamos, Lettice!

—Me las he arreglado muy bien sin vos durante ocho anos —le recorde.

—?Ocho anos perdidos! —suspiro.

—?Perdidos? Oh, no, mi senor, progresasteis mucho en el favor real durante ese tiempo.

—Cualquier tiempo no pasado con vos es tiempo perdido.

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