Tenia un temperamento que podia ser violento si se irritaba; habia en su vida muchos secretos oscuros; aun asi, a los que se acercaban a el con una actitud normal, les trataba con toda cortesia. Pero, por supuesto, el debia tener mucho cuidado, incluso con la Reina. Si ella tenia tristes recuerdos que habian influido en su actitud hacia el amor, lo mismo le sucedia a el. Su abuelo, asesor financiero del Rey Enrique VII, habia sido decapitado… arrojado a los lobos, se decia, para aplacar al pueblo, que estaba descontento por los impuestos decretados por el Rey y recaudados por Dudley y Empson; el padre de Robert habia perdido la cabeza por intentar poner en el trono a Juana Grey y a su hijo Guildford. Era natural pues, que Robert se esforzase al maximo por conservar su cabeza. Creo que estaba bastante seguro, Isabel detestaba firmar sentencias de muerte aunque se tratase de enemigos. Era muy poco probable que, pasase lo que pasase, fuese a firmar alguna vez la de su amado.

Pero, por supuesto, podia caer en desgracia y, naturalmente, se esforzaba al maximo para que no sucediese.

Aun no me habia visto cuando llegamos a Grafton, donde la Reina tenia una mansion propia. Isabel estaba de magnifico humor. De hecho, lo estaba desde el momento en que habia llegado Robert. Cabalgaban juntos y a menudo estallaba su risa cuando intercambiaban bromas secretas.

Hacia un calor tremendo, y cuando llegamos a Grafton teniamos mucha sed. Entramos en el salon, Robert y la Reina dirigiendo la comitiva, y Robert llamo a los criados para que trajesen la cerveza suave que le gustaba beber a la reina.

Hubo mucho movimiento y alboroto y por fin trajeron la cerveza, pero cuando la Reina la probo, la escupio de inmediato.

—Yo no puedo beber esto —grito, indignada—. Es demasiado fuerte para mi.

Robert la probo y declaro que era mas fuerte que la malvasia y que le mareaba tanto que no podia mantener el control de si mismo. Ordeno a los criados que buscasen la cerveza suave que queria Su Majestad.

Pero esto no era facil de solucionar porque no habia en la casa, y cuanto mas sedienta se sentia la Reina, mas furiosa se ponia.

—Que criados son estos —grito— que no saben servirme mi buena cerveza. ?Es que no hay nada que beber aqui?

Robert dijo que no se atrevia a pedir agua porque no podia estar seguro de que no estuviese contaminada. La proximidad de los retretes era siempre una amenaza y especialmente haciendo calor como entonces.

No era el hombre de los que se sientan a lamentarse en una crisis; envio a sus criados al pueblo y al poco tiempo se consiguio un poco de cerveza suave y cuando Robert se la llevo a la Reina, esta se mostro muy complacida con la bebida y con su portador.

Fue en Grafton cuando Robert se dio cuenta de mi presencia. Vi que se sorprendia, que miraba otra vez, y otra.

Se acerco a mi e inclinandose dijo:

—Lettice, cuanto me alegro de veros.

—Tambien a mi me complace veros, Lord Leicester.

—Cuando nos vimos por ultima vez eramos Lettice y Robert.

—De eso hace mucho tiempo.

—Ocho anos.

—?Lo recordais, entonces?

—Hay cosas que nunca se olvidan.

Alli estaba la aventura. Lo veia en sus ojos. Creo que, como en mi caso, el peligro estimulaba el deseo. Alli nos quedamos mirandonos y me di cuenta de que estaba recordando (igual que yo) momentos intimos que habian tenido lugar tras las puertas cerradas de aquella camara secreta donde habiamos hecho el amor.

—Hemos de vernos otra vez… a solas —dijo.

—A la Reina no le gustara —conteste.

—Es cierto —contesto el—. Pero si no lo sabe, no podra disgustarse. Permitidme que os diga que me complace mucho que vengais con nosotros a Kenilworth.

Dicho esto, me dejo. Estaba muy deseoso de que la Reina no se diese cuenta del interes que sentiamos el uno por el otro. Me convenci a mi misma de que quiza se debiese a que temia que Isabel me despidiese otra vez.

Me emocionaba que nuestra relacion siguiera siendo la misma. No echaba de menos nada de aquel magnetismo. Habia aumentado con la edad. Esperaba que mi atractivo siguiese siendo igual para el. Bastaba que estuviesemos cerca uno de otro para saber que teniamos mucho que darnos.

Esta vez, sin embargo, yo no lo daria tan liberalmente. Tenia que convencerle de que yo deseaba una relacion de base mas firme. Pensaba casarme con el. ?Como podia hacerlo teniendo ya marido? No tenia sentido. Pero no podia aceptarme y luego dejarme por orden de la Reina. Debia hacerselo entender muy claro desde el principio.

Y asi los dias se llenaban de emocion. Nos mirabamos y las miradas que cruzabamos eran significativas. Cuando llegase la oportunidad, estariamos preparados para aprovecharla.

Creo que aquella situacion torturante estimulaba nuestro deseo. Seria mas facil cuando estuviesemos en Kenilworth.

Llegamos al castillo el 9 de julio. Cuando aparecio entre nosotros, hubo un griterio general y vi que Robert miraba a la Reina, suplicando su admiracion. Era ciertamente una vision majestuosa. Aquellas torres almenadas y el poderoso alcazar proclamaban una verdadera fortaleza; y por el lado sudoeste, habia un hermoso lago espejeando bajo la luz del sol. Lo cruzaba un gracioso puente que Robert habia mandado construir hacia poco. Y tras el castillo, se veia el verdor del bosque, permitiendo a la Reina buena caza.

—Parece una residencia real —dijo la Reina.

—Se proyecto con el exclusivo proposito de complacer a una Reina —dijo Robert.

—Dejareis en ridiculo a Greenwich y a Hampton —replico ella.

—No —Contesto Robert, cortesano siempre—. Es tan solo vuestra presencia lo que da caracter regio a esos lugares. Sin vos no son mas que montones de piedras.

Me daban ganas de reir. «Exagerais un poco, Robert», pense; pero evidentemente, ella no pensaba lo mismo, pues le miraba amorosa y complacida.

Nos aproximabamos al alcazar cuando vimos que nos cortaban el paso diez muchachas vestidas con mantos de seda blanca que representaban a las sibilas. Y una de ellas se adelanto y recito un verso que ensalzaba las perfecciones de la Reina y le predecia un reinado largo y feliz.

Yo estuve observando a la Reina durante el recitado del poema. Saboreaba extasiada cada palabra. Era el tipo de representacion que tanto habia gustado a su padre, y el placer que a ella le producia era una de las principales caracteristicas que habia heredado de el. Robert la observaba con profunda satisfaccion. ?Que bien debia conocerla! El tenia que estar pendiente de ella en un sentido. Como debia haberle frustrado el que hubiese alargado hacia el la relumbrante corona y luego, justo cuando el creia que podia cogerla, la hubiese retirado otra vez. Si no hubiese sido tan alto el precio, si ella no tuviese en sus manos el futuro de el, ?durante cuanto tiempo habria permitido el que le tratasen asi?

Pasamos a la siguiente representacion y me di cuenta de que aquello era un precedente de lo que serian los dias sucesivos. Robert condujo a la Reina hasta la palestra, donde les salio al paso un hombre de aspecto feroz, tan alto como el propio Robert. Vestia tunica de seda y blandia un garrote, que agitaba amenazadoramente. Algunas de las damas gritaron con burlon horror.

—?Que haceis aqui? —grito, con voz de trueno—. ?No sabeis que esto son los dominios del poderoso conde de Leicester?

—Buen sirviente —contesto Robert—, ?es que no veis quien esta entre nosotros?

El gigante abrio los ojos asombrado al volverse a la Reina y se los protegio como si le cegase su magnificencia. Luego, cayo de hinojos, y, cuando la Reina le indico que se levantase, le ofrecio su garrote y las llaves del castillo.

—Abranse las puertas —grito—. Este dia se recordara por mucho tiempo en Kenilworth.

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