—?Oh, no digais eso! Fuisteis un hombre sabio. Sabiais cual era la actitud mas provechosa.

—Ella es la Reina, querida.

—Yo no soy vuestra querida, Robert. Ella, con su corona, si lo es.

—Os equivocais. Ella es una mujer a la que hay que obedecer, y somos sus subditos. En consecuencia, tenemos que complacerla. Por eso las cosas estan como estan y asi debe ser. Oh, Lettice, ?como puedo conseguir que lo entendais? Jamas os olvide. No sabeis cuanto os eche de menos. Vuestro recuerdo me acoso todos esos anos… y ahora habeis vuelto… mas adorable que nunca. Esta vez nada nos separara.

Estaba empezando a convencerme… aunque solo le creyese a medias, deseaba desesperadamente creer en su sinceridad.

—?Y si ella decide otra cosa? —pregunte.

—La enganaremos.

La idea de que nos aliasemos ambos contra ella me embriago. El entendia muy bien mi debilidad, igual que yo entendia la suya. No podia haber duda de que estabamos hechos el uno para el otro.

Me eche a reir de nuevo.

—Me gustaria que os oyese ahora —dije.

El se echo a reir conmigo, porque sabia que estaba ganando.

—Estaremos juntos. Os lo prometo. Me casare con vos.

—?Como podria ser eso?

—Os aseguro que he decidido que asi sera.

—Pero no siempre podeis hacer vuestra voluntad, senor. Recordad que en una ocasion decidisteis casaros con la Reina…

—La Reina es contraria al matrimonio —dijo, con un suspiro—. He llegado a la conclusion de que jamas se casara. Juega con la idea, le gusta verse rodeada de pretendientes. Si se casase alguna vez, yo seria el elegido. Pero, en el fondo de su corazon, ha decidido no casarse jamas.

—?Asi que esa es la razon de que penseis en mi?

—Afrontemos la realidad, Lettice. Si me lo hubiese pedido, me habria casado con ella. De eso no hay duda. Solo un necio no lo habria hecho. Habria sido Rey en todo salvo en el nombre. Pero eso no me impide amar a la bellisima, a la incomparable Lady Essex. Oh, Dios mio, Lettice, cuanto os amo. Quiero que seais mi esposa. Quiero que tengamos hijos… un hijo que lleve mi nombre. Solo eso podra satisfacerme. Es lo que deseo y se que sucedera.

Yo no estaba segura de si debia creerle, pero, ?cuanto lo deseaba! Y hablaba con tal conviccion que me arrastro. Era el mas convincente de los hombres; era capaz de salir de cualquier atolladero por su habilidad con las palabras, como lo habia demostrado muchas veces con la Reina. Pocos podrian haber vivido tan peligrosamente y sobrevivido, sin embargo, como habia hecho Robert.

—Un dia, amada mia —me aseguro—* todo sera segun lo planeamos.

Le crei. Me negue a considerar todos los obstaculos.

—Y ahora —dijo— basta de charla.

Sabiamos a lo que nos arriesgabamos, pero no podiamos prescindir el uno del otro. Cuando nos separamos, para ir cada uno a su aposento, empezaba ya a apuntar el alba.

Yo tenia un poco de miedo al dia siguiente, pues me preguntaba si los acontecimientos de la noche anterior habrian trascendido, pero nadie me miro inquisitivamente. Habia llegado a mi aposento sin que nadie me viese y, al parecer, Robert habia hecho lo mismo.

Los ninos estaban muy excitados por todo lo que pasaba en su casa, y oyendoles hablar me di cuenta de que estaban ya fascinados con Robert. En realidad, resultaba dificil saber a quien admiraban mas, si a la Reina o al Conde de Leicester. La Reina era algo remoto, por supuesto, pero habia insistido en que se los presentase, y les habia hecho varias preguntas que, para mi orgullo, contestaron con inteligencia. Era evidente que habian alcanzado su favor, lo mismo que lo alcanzaban la mayoria de los ninos.

En una ocasion, se echo de menos a Leicester durante un rato. La Reina pregunto por el, pero no aparecia. Yo estaba entonces con ella, y su creciente impaciencia me preocupo. No queria un despliegue de colera real en mi casa, que habria convertido la visita en un fracaso y habria hecho vanos todos nuestros esfuerzos. Ademas, yo empezaba a estar tan recelosa como ella. Aun me embargaban los recuerdos de nuestro encuentro. No podia dejar de pensar en sus protestas y promesas e imaginaba que estabamos realmente casados y que aquel era nuestro hogar, Y pensaba luego que debia sentirme muy satisfecha de estar en el campo con Robert Dudley.

Pero, ?donde estaba el? Douglass Sheffield no habia venido, pero habia otras beldades a quienes podia ver durante la noche, a las que podia haber prometido matrimonio, siempre suponiendo que la Reina le permitiese casarse y se eliminase convenientemente al posible marido.

La Reina dijo que miraria ella en los jardines. Era evidente que sospechaba que estaba alli fuera con alguien y estaba decidida a pescarle in fraganti. Yo podia imaginar muy bien su furia… porque seria semejante a la mia.

Entonces sucedio algo extrano. Cuando salimos al jardin, le vimos. No era una hermosa dama quien estaba con el. Llevaba en brazos a mi hijo mas pequeno, Walter. Tambien estaban con el los otros tres ninos. Lord Leicester parecia algo menos inmaculado de lo habitual. Tenia una mancha de polvo en la mejilla y otra en una de sus mangas.

Percibi que la Reina se tranquilizaba y la oi reir entre dientes.

—Vaya, Lord Leicester —exclamo—. Os habeis convertido en un mozo de establo.

Robert se acerco al vernos, dejo en tierra a Walter y se inclino primero ante la Reina y luego ante mi.

—Espero que Su Majestad no me haya necesitado ¦—dijo.

—Nos preguntabamos que habria sido de vos. Llevais ausente lo menos dos horas.

?Que magnifico era! Se enfrentaba a su regia amante y a aquella otra amante con la que, poco antes, se habia entregado apasionadamente al amor, y nadie habria sospechado la menor relacion entre nosotros.

Mi Robert se acerco corriendo a la Reina y dijo:

—Este Robert… —senalando al Conde de Leicester— dice que jamas vio un halcon como el mio. Quiero mostraroslo a vos.

Entonces la Reina extendio la mano y Robert cogio aquellos dedos blancos y delicados en los suyos gordezuelos y la guio.

—Vamos. Se lo ensenaremos, Leicester —grito.

—?Robert! —dije yo—. Olvidais con quien estais hablando. Es Su Majestad…

—Vamos, dejadle —interrumpio la Reina con voz suave y tiernos ojos.

Siempre le habian gustado los ninos, y se acercaban a ella enseguida, probablemente por esa razon.

—He de cumplir una importante mision —dijo—. El senor Robert y yo hemos de examinar un halcon.

—Solo me obedece a mi —explico, orgulloso, el joven Robert.

Luego se puso de puntitas y ella se inclino para que le pudiera susurrar:

—Le dire que vos sois la Reina y entonces quizas os obedezca. Pero nada puedo aseguraros.

—Veremos —contesto ella, en tono conspiratorio.

Entonces, pudimos contemplar el espectaculo de nuestra majestuosa Reina conducida por mi hijo entre la hierba y los demas siguiendoles mientras Robert charlaba sobre sus perros y caballos, todos los cuales iba a mostrarle, y que Leicester habia visto ya.

Ella estaba maravillosa. Hube de admitirlo. Era como una nina entre los ninos. Parecia un poco triste y supuse que me envidiaba por mi encantadora familia. Las ninas, como eran mayores, estaban algo retraidas, pero se comportaron correctamente, desde luego. Demasiada familiaridad por parte suya no habria sido bien recibida. De cualquier modo, el que mas atrajo la atencion de la Reina fue mi hijo mayor.

Robert gritaba y reia y la tiraba del vestido para llevarla a otro lado de los establos.

Oi su voz aguda:

—Leicester dice que este es uno de los mejores caballos que ha visto. Y su opinion es muy importante, es el caballerizo de la Reina, ?sabeis?

—Si, lo sabia —contesto la Reina con una sonrisa.

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