—Asi que tiene que ser bueno, porque si no ella no le querria.
—Desde luego que no le querria —dijo Isabel.
Yo me habia retrasado, observando, con Robert al lado.
—Oh, Lettice —susurro Robert—. Ojala esta fuese mi casa y estos mis hijos. Pero un dia, te lo prometo, tendremos un hogar nosotros dos, una familia, nada podra impedirlo, me casare con vos, Lettice.
—Callaos —dije yo.
Mis hijas no estaban lejos, y sentian gran curiosidad por todo.
Cuando la Reina termino la inspeccion propuesta, volvimos a la casa y los ninos se despidieron de ella. A las ninas les dio la mano para que se la besaran y, cuando le toco el turno al joven Robert, le cogio la mano y se le subio en el regazo y la beso. Vi, por la tierna expresion de la Reina, que aquel gesto la habia conmovido. Robert examino las joyas que tachonaban el traje de Isabel y luego la miro inquisitivamente a la cara.
—Adios, Majestad —dijo—. ?Cuando volvereis?
—Pronto, joven Robert —dijo—. No temais, vos y yo volveremos a vernos.
Mirando hacia atras y considerando mi vida, creo hoy que hay momentos cargados de presagios y, sin embargo, ?cuantas veces comprendemos su significado cuando se producen? Recuerdo que me decia a mi misma muchas veces anos despues, cuando sufria la amargura y la afliccion de mi gran tragedia que el encuentro de mi hijo y la Reina fue como un ensayo de lo que sucederia despues y que, en aquella ocasion, yo percibi algo fatidico en el aire. Pero era absurdo. No fue nada cuando sucedio. La Reina se habia comportado como lo habria hecho con cualquier nino encantador que la divirtiese. Si no fuese por lo que luego paso, podria haber olvidado hacia mucho aquel primer encuentro entre ellos.
Cuando bailaban en el salon y los musicos tocaban sus melodias favoritas, Isabel me llamo a su lado y me dijo:
—Lettice, sois una mujer afortunada. Teneis una magnifica familia.
—Gracias, Majestad —.dije.
—Vuestro pequeno Robert me ha entusiasmado. Nunca he visto un nino tan maravilloso.
—Se que vos, Majestad, le habeis entusiasmado a el —conteste—. Temo que olvido, en la emocion de estar a vuestro lado, el hecho de que sois su Reina.
—Me gusto mucho su actitud conmigo, Lettice —contesto suavemente—. A veces, es bueno disfrutar de la sencillez de un nino. Y no hay en ella ningun subterfugio, ningun engano…
Me senti inquieta. ?Sospecharia lo del otro Robert?
Habia un melancolico anhelo en sus ojos, y supuse que lamentaba su actitud obstinada y pensaba que ojala hubiese sido tiempo atras lo bastante decidida para casarse con Robert Dudley. Podria haber tenido entonces una familia como la mia. Pero, claro esta, podria haber perdido tambien la corona…
Cuando termino la visita y la Reina dejo Chartley, yo me quede alli un tiempo. Mis hijos no hablaban de otra cosa que de la visita de la Reina. No se a quien admiraban mas, si a la Reina o al Conde de Leicester. Creo que quizas a este ultimo, porque, pese a que la Reina habia dejado a un lado su realeza para tratar con ellos, Leicester parecia mas humano. Segun Robert, el Conde le habia prometido que le ensenaria trucos y habilidades con los caballos… dar vueltas, girar y saltar y como llegar a ser el mejor jinete del mundo.
—?Y cuando creeis que volvereis a ver al Conde de Leicester? —pregunte—. ?No sabeis que esta en la Corte y que debe estar al constante servicio de la Reina?
—Oh, el dijo que estaria conmigo muy pronto. Dijo que nos hariamos grandes amigos.
?Asi que le habia dicho aquello al joven Robert! No habia duda pues… se habia ganado ya el afecto y la admiracion de mi familia.
Debia volver a la Corte y pense que ya que Penelope y Dorothy eran mayores, no debian quedarse en el campo. Las llevaria conmigo a Londres y viviriamos en Durham House, que quedaba lo bastante cerca de Windsor Hampton, Greenwich o Nonsuch como para que yo estuviese en la Corte y de vez en cuando con mis hijas. Ademas, significaria para ellas relacionarse con los circulos cortesanos como no podrian hacerlo en el campo.
Durham House tenia un interes especial para mi porque Robert la habia ocupado en tiempos. Ahora, por supuesto, vivia en Leicester House, mucho mas grande y mejor, y situada junto al rio, cerca de Durham House. Las dos mansiones estaban situadas en el Strand, y las separaba muy poca distancia. Preveia muchas oportunidades de ver a Robert, lejos de los ojos de aguila de la Reina.
Las ninas estaban emocionadas ante tal perspectiva, pues habian saboreado ya lo que podria significar estar cerca de la Corte, y no derramaron ni una lagrima cuando dejamos las incomodidades de Chartley por la casa de Londres.
Robert y yo nos vimos con frecuencia durante el mes siguiente. A el le resultaba facil coger una embarcacion en las escaleras de Leicester House, disfrazado en ocasiones con la ropa de uno de sus criados, y venir en secreto a Durham House. Esto revelaba que nuestra mutua pasion no disminuia sino que aumentaba cuando podiamos vernos todos los dias. Robert hablaba continuamente de matrimonio (como si Walter no existiera) y suspiraba siempre por el hogar que tendriamos con mis hijos (a los que ya queria) y los que tuviesemos los dos.
Los dos sonabamos con esto que, en momentos mas realistas, parecia imposible, pero Robert estaba tan seguro de que un dia llegaria a suceder que tambien yo empezaba a creerlo.
Tambien Phillip Sidney visitaba con frecuencia Durham House. Todos le teniamos en gran estima, y yo seguia pensando en el como posible marido de Penelope. Venia tambien Sir Francis Walsingham. Era uno de los ministros mas influyentes de la Reina, pero aunque fuese excepcionalmente diestro en el arte de la diplomacia, no lo era tanto en el de la adulacion, por lo que, aunque la Reina apreciaba sus meritos, nunca habia llegado a ser uno de sus favoritos. Tenia dos hijas. Frances, que era muy bella, de abundante cabellera oscura y ojos negros, y varios anos mayor que Penelope, y Maria que, comparada con su hermana, resultaba insignificante.
Esta epoca de Durham House fue un periodo muy agradable, con estancias en la Corte en las que me resultaba facil escapar de vez en cuando hasta mi hogar y mi familia. La vida de Londres se adaptaba muy bien a mi caracter. Me encantaba. Tenia la sensacion de formar parte de la escena, y la gente que venia a casa eran hombres y mujeres muy proximos a la Reina.
Robert y yo nos veiamos desbordados por nuestra pasion. No deberia habernos sorprendido, por tanto, que sucediese lo inevitable. Quede embarazada.
Cuando se lo dije a Robert, sus sentimientos fueron contradictorios.
—Deberiamos estar casados —dijo—: Quiero a vuestro hijo, Lettice.
—Lo se —conteste—. ?Pero que se puede hacer?
Ante mi se abria la perspectiva de verme desterrada en el campo, y de que me quitasen a mi hijo y lo criasen lejos de mi, en secreto. Pero no, yo no queria aquello.
Robert dijo que encontraria una salida.
—?Pero que salida? —pregunte—. Cuando vuelva Walter, que puede ser en cualquier momento, se enterara. No puedo decir que es suyo. ?Y si se entera la Reina? Habra problemas.
—Si, desde luego —acepto Robert—. La Reina no debe enterarse jamas.
—Desde luego, no le gustara nada si se enterase de que reconociais a mi hijo. ?Que creeis que sucederia?
—Dios quiera que nunca lo sepa. Dejad esto de mi cuenta. Oh, Dios mio, cuanto daria por…
—?Por no haber iniciado todo esto?
—No. Jamas podria desear eso. Lo que desearia es que no se interpusiese entre nosotros Essex. Si no fuese por el, me casaria con vos manana mismo, Lettice.
—Es facil decir lo que se sabe que no se puede hacer. Si yo estuviese libre y pudiese casarme, seria otro asunto.
Entonces el me estrecho entre sus brazos y grito, con vehemencia:
—Os lo demostrare, Lettice. Por Dios os juro que os lo demostrare.
Se puso muy serio. Era como si hiciese un voto.
—De una cosa estoy seguro —continuo—. Vos sois la mujer destinada a mi y yo el hombre destinado a vos.