feliz, pero no podia volverse atras pues el reto habia sido aceptado. Su honor se lo impedia.

Me daba cuenta de que lo unico que podia hacer era rezar fervorosamente para que saliese de aquello ileso.

Vino a verme Penelope.

—Rob va a batirse en duelo con el hijo de Mountjoy —dijo—. Hay que impedirlo.

—?Y como vamos a impedirlo? —exclame—. Lo he intentado. Oh, Penelope, estoy muy asustada. Se lo he pedido y suplicado, pero todo ha sido en vano.

—Si vos no podeis convencerle, nadie podra hacerlo. Pero teneis que entender su posicion. Ha ido ya tan lejos que le seria muy dificil volverse atras. Es terrible. Ademas, Charles Blount es un hombre tan apuesto… tan apuesto como Rob, pero de modo distinto. Rob jamas deberia haber mostrado sus celos de forma tan abierta. La Reina odia los duelos y se pondra furiosa si uno de sus apuestos jovenes resulta herido.

—Querida, la conozco mejor que vos. Todo es obra suya. Se sentira orgullosisima al ver que se batan por ella —aprete el puno—. Si le pasa algo a Rob, ella sera la culpable. Podria matarla…

—?Madre! —dijo Penelope mirando furtivamente por encima del hombro—. Tened cuidado. Ya os odia. Si alguien oye lo que decis, sabe Dios lo que podria pasar.

Deje la conversacion. Poco podia consolarme Penelope, y sabia que de nada serviria el suplicar mas a mi hijo.

Nada podia hacer, en consecuencia, para impedir el duelo y este tuvo lugar en el parque Marylebone. Essex resulto derrotado, lo cual probablemente fue lo mejor, ya que Charles Blount no tenia intencion ninguna de matar a Robert ni de morir el… lo que habria significado el final de su carrera para ambos. Charles Blount era muy sabio y prudente. Logro que el duelo terminase del mejor modo posible, ya que Essex insistia en que se celebrase. Hirio ligeramente a Robert en un muslo y le desarmo. Charles Blount resulto ileso.

Asi termino el duelo del parque de Marylebone, aunque tendria consecuencias de mas largo alcance. Deberia haberle servido de leccion, pero, por desgracia, no fue asi.

Cuando la Reina supo que habia habido un duelo, se enfurecio y reprendio a ambos, pero, conociendo el caracter de Essex y teniendo noticia de la causa de la disputa, aprobo la conducta de Charles Blount.

—Por la muerte de Dios —fue su comentario—. Es conveniente que uno u otro convenza a Essex de que es preciso tener mejores modales, pues si no, no respetara ninguna regla.

Esto era indicio de que no la satisfacia en modo alguno su arrogancia y de que Rob debia tener cuidado y moderarse en sus arrebatos. No lo hizo, claro.

Intente advertirle, hacerle ver lo peligroso que era confiar excesivamente en el favor de la Reina. Ella podia cambiar igual que el viento, y un dia podia mostrarse afable y carinosa y al siguiente una enemiga implacable.

—La conozco —dije—. Pocos la conocen como yo, en realidad. He vivido muy cerca de ella… y mirame ahora… desterrada, en el exilio. He sufrido como pocos su mala voluntad y su odio.

El contesto ardorosamente que si se me habia tratado de modo vergonzoso la culpa era de Leicester.

—Os juro por mi fe, madre —dijo—, que un dia hare por vos lo que deberia haber hecho Leicester. Conseguire que ella os reciba y os trate con el respeto que mereceis.

Aunque no le crei, me gusto mucho oirle decir aquello, de todos modos.

Charles Blount acudia a preguntar por el todos los dias y le envio un medico en el que tenia gran fe. Mientras las heridas de Robert se curaban, los dos, que habian sido enemigos, se hicieron amigos.

Penelope, que acudio a cuidar a su hermano, se encontro con que la compania de Charles Blount le resultaba muy estimulante, y debido a este incidente, Christopher y yo pasamos a sentirnos aun mas unidos.

El amor y la admiracion que sentia por su hermano, y su ansiedad por mi, dado que percibia mi temor por mi hijo, crearon un lazo mas fuerte entre ambos. Christopher parecia haberse hecho mas adulto, parecia haber dejado de ser un simple muchacho; y cuando el incidente llego a su fin, ambos pensamos que el desenlace habia sido mucho mejor de lo que nos habiamos atrevido a esperar.

La cuestion de la reina de oro pronto se olvido en la Corte, pero, considerando el asunto desde aqui, comprendo que fue un hito importante en nuestras vidas.

El ano se inicio con la preocupacion principal, la amenaza de Espana, cada vez mas grave. La Reina, segun me conto Leicester, intentaba constantemente evitar el enfrentamiento definitivo que habia conseguido eludir durante muchos anos, y que ahora era, sin duda alguna, inevitable e inminente. Hombres como Drake habian atacado puertos espanoles destruyendolos de un modo que se llamo «chamuscar la barba del Rey de Espana». Todo esto estaba muy bien, pero no iba a destruir la Armada espanola, que, hasta los mas optimistas de los nuestros tenian que admitir que era la mejor del mundo. Un gran pesimismo reinaba en todo el pais, pues muchos de nuestros marineros habian sido capturados por los espanoles, y algunos habian sido prisioneros de la Inquisicion. Lo que contaban de la tortura espanola era tan estremecedor que todo el pais se sentia inflamado de furia. Sabian que en aquellos poderosos galeones no solo vendrian las armas que destruirian nuestras naves y nuestro pais, sino los instrumentos de tortura con los que pretenderian forzarnos a aceptar su Fe.

Ya nos habiamos divertido lo suficiente. Ahora teniamos que hacer frente a la realidad.

Robert estaba siempre con la Reina (habia recuperado de nuevo todo su favor) y todas las diferencias quedaban olvidadas ante la gran lucha por defender su pais y defenderse ellos mismos. No era extrano que las historias sobre ellos, que habian existido en su juventud, aun circulasen.

Por entonces, salto a primer plano un hombre que decia llamarse Arthur Dudley. Vivia en Espana, ayudado por el Rey espanol que, habia considerado cierta la historia o bien habia pensado que lo que decia aquel hombre le ayudaria a desacreditar a la Reina.

De Arthur Dudley se decia que era hijo de la Reina y de Leicester y que habia nacido hacia veintisiete anos en Hampton Court. Se decia que habia estado al cargo de un hombre llamado Southern, a quien le habian advertido bajo pena de muerte que no debia traicionar el secreto de su nacimiento. Arthur Dudley alegaba ahora que habia descubierto su verdadera identidad porque Southern se lo habia confesado todo.

Esta historia corrio por todo el pais, pero nadie llego a creerla del todo, y la Reina y Leicester la ignoraron. Desde luego, no altero en modo alguno la decision del pueblo de rechazar a los espanoles.

Al ir avanzando el ano, fui viendo aun menos de lo normal a mi esposo. La Reina le nombro teniente general de las tropas como prueba de la absoluta confianza que tenia en el.

La flota, al mando de Lord Howard de Effingham, asistido por Drake, Hawkins y Frobisher (todos marinos de probada destreza y de gran valor y capacidad) se estaba concentrando en Plymouth, donde se esperaba el ataque. Habia un ejercito de ochenta mil hombres todos deseosos de defender el pais contra el enemigo. No podia haber ni un hombre ni una mujer en el pais (salvo los traidores catolicos) que no estuviese decidido a hacer lo posible por salvar a Inglaterra de Espana y de la Inquisicion.

Nosotros resplandeciamos de orgullo y resolucion; parecia haberse producido un cambio en todos. Nos poseia un orgullo generoso. No se trataba de que quisiesemos medrar, sino de que queriamos defender nuestro pais. Esto me asombraba, pues soy por caracter una mujer muy centrada en mi propia persona, pero incluso yo habria muerto entonces por salvar a Inglaterra.

En las raras ocasiones en que vi a Leicester, hablamos animosamente de la victoria. Teniamos que triunfar. Debiamos triunfar; Inglaterra seguiria perteneciendo a nuestra Reina mientras Dios le diese vida.

Fue una epoca peligrosa, pero tambien gloriosa. Teniamos un empeno casi divino en salvar a nuestro pais. Habia una fuerza espiritual que nos decia a todos que mientras tuviesemos fe no podiamos fracasar.

Isabel estuvo majestuosa y jamas como entonces la amo su pueblo. La reaccion de la ciudad de Londres fue tipica. Habiendose dicho que la ciudad debia proporcionar cinco mil hombres y cinco barcos como contribucion a la victoria, su respuesta fue que proporcionaria, no cinco sino diez mil hombres y no quince sino treinta naves.

Era una mezcla de miedo a los espanoles y orgullo de Inglaterra; y este ultimo era tan fuerte que sabiamos (todos lo sabiamos) que desbordaria a aquel.

Leicester hablaba de Isabel con entusiasmo y, curiosamente, yo no sentia celos.

—Es majestuosa —exclamaba—. Invencible. Ojala pudieras verla. Manifesto su deseo de ir a la costa para que si los hombres de Parma desembarcaban, estar ella alli para recibirlos. Le dije que se lo prohibia. Anadi que podria ir a Tilbury y hablar alli a la tropa. Le recorde que me habia nombrado teniente general y que, como tal, le

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