—Pero en especial… vuestra.
—Vos sabeis muy bien que nunca ha habido la menor intimidad entre nosotros.
—Arthur Dudley podria contar otra historia.
—Podria contar muchas mentiras —replico el—. Y cuando dice que es hijo mio y de Isabel, cuenta la mayor de todas.
—Pues al parecer, le creen.
Me aparto de si, furioso.
—No eludas la cuestion. Vos y Blount sois amantes, ?no es cierto? Decidme.
—Soy una mujer despreciada —empece.
—Ya habeis respondido —dijo, achicando los ojos—. No creais que voy a perdonarlo. No penseis que podeis traicionarme sin mas. Os hare pagar este ultraje… a vos y a el.
—Ya he pagado al casarme con vos. La Reina no ha vuelto a recibirme desde entonces.
—?Y llamais a eso pagar! Ya vereis lo que es bueno.
Se irguio ante mi, grande y amenazador, el hombre mas poderoso del pais. Bailaban ante mis ojos las palabras del celebre folleto: asesino, envenenador. ?Seria verdad aquello? Pense en la gente que habia muerto tan oportunamente para el. ?Habia sido pura coincidencia?
El me habia amado. En tiempos yo habia significado mucho para el. Quiza todavia lo significase. Venia a mi cuando podia; fisicamente, habiamos tenido, una relacion satisfactoria; pero yo habia dejado de amarle.
Ahora el sabia que yo tenia un amante. Yo no sabia si aun seguia queriendome. Estaba enfermo y los anos le pesaban mucho. Creo que entonces solo queria descansar, pero habia odio en sus ojos al mirarme. Jamas me perdonaria haber tomado un amante.
Yo creia entonces que, durante aquellas ausencias de casa, no habia sido infiel. Habia estado sirviendo a la Reina desde su regreso de los Paises Bajos y yo recordaba que cuando habia estado alli habia querido que yo me uniese a el, como una reina.
Si, yo habia tenido cierto poder sobre el, pues me habia querido. Me necesitaba; si la Reina se lo hubiese permitido, habria sido un marido amoroso.
Y ahora yo le habia traicionado. Habia tomado un amante y ademas uno que ocupaba lo que el consideraba una posicion servil en su propia casa. No podia permitir que alguien le ofendiese impunemente. De algo estaba yo segura. Habria venganza.
Me pregunte si deberia avisar a Christopher. No, demostraria su miedo. No debia saberlo. Yo entendia a Leicester como Christopher jamas podria entenderle. Sabria como actuar, me dije.
—Lo deje todo por vos —dijo lentamente.
—?Os referis a Douglass Sheffield? —pregunte, decidida a ocultar el miedo que empezaba a sentir con una impertinencia fingida.
—Sabeis que ella significaba poco para mi. Me case con vos y desafie la colera de la Reina.
—Iba dirigida contra mi. No fuisteis vos quien tuvisteis que desafiarla.
—?Como podia estar seguro yo de lo que iba a pasarme? Y, sin embargo, me case con vos.
—Mi padre os obligo a legalizarlo, ?recordais?
—Yo queria casarme con vos. No ame a ninguna mujer como a vos.
—Y luego me abandonasteis.
—Solo por la Reina.
Esto me hizo reir.
—Eramos tres, Robert… dos mujeres y un hombre. No importa que una de las mujeres fuese reina.
—Importa mucho. Yo no fui su amante.
—No os dejo meteros en su cama. Lo se. Pero aun asi fuisteis su amante, y ella amante vuestra. En consecuencia, no juzgueis a los otros.
Me cogio de los hombros. Le ardian los ojos y pense que iba a matarme. Habia una gran violencia en su mirada. Intente ver que mas habia.
Estaba haciendo planes, lo percibi.
—Saldremos manana —dijo de pronto.
—?Saldremos? —tartamudee.
—Vos y yo, y vuestro amante entre otros.
—?Adonde iremos?
Asomo a sus labios una astuta sonrisa.
—A Kenilworth —dijo.
—Crei que ibais a tomar los banos.
—Mas tarde —dijo—. Primero a Kenilworth.
—?Y por que no vais directamente a los banos? Eso fue lo que vuestra senora os ordeno. Os aseguro que teneis aspecto de enfermo… De enfermo grave.
—Lo se —contesto—. Pero primero quiero ir a Kenilworth con vos.
Luego me dejo.
Tenia miedo. ?Que significaba aquel brillo de sus ojos al decir Kenilworth…? ?Por que Kenilworth? El lugar donde nos habiamos conocido y amado arrebatadamente, el sitio de nuestros encuentros secretos, donde el habia decidido que aunque se enfureciese la Reina, se casaria conmigo.
«Kenilworth», habia dicho, con una sonrisa cruel. Me di cuenta de que albergaba algun plan siniestro. ?Que me haria en Kenilworth?
Me acoste y sone con Amy Robsart. Tumbada en la cama, veia a alguien acechando en las sombras de la habitacion… hombres que avanzaban en silencio hacia el lecho. Era como si unas voces me susurrasen: «Cumnor Place. . Kenilworth…»Desperte temblando de miedo, y todos mis sentidos me decian que Robert planeaba una terrible venganza.
Salimos para Kenilworth al dia siguiente. Cabalgue junto a mi esposo y, mirandole de reojo, percibi la palidez mortal de su piel bajo la red de venillas rojas de las mejillas. Su elegante gorguera, su jubon de terciopelo, su sombrero con la pluma rizada, no podian ocultar el cambio producido en el. Sin duda alguna, estaba muy enfermo. Se acercaba ya a los sesenta y habia vivido peligrosamente; se habia negado muy pocas cosas de las que el mundo llama placeres de la vida. Era evidente ahora.
—Mi senor —dije—. Deberiamos ir a Buxton sin dilacion, pues es evidente que necesitais de esas aguas beneficas.
—Iremos a Kenilworth —dijo abruptamente.
Pero no llegamos a Kenilworth. Cuando terminamos el dia, vi que apenas podia sostenerse en el caballo. Nos hospedamos en Rycott, en la casa de la familia Norris, y se retiro a su lecho y alli estuvo varios dias sin poder levantarse. Yo le atendi. No menciono a Christopher Blount, pero escribio a la Reina y me pregunte que le diria, si le hablaria de mi infidelidad y el efecto que causaria en ella si lo hacia. Estaba segura de que se enfureceria, pues aunque deplorase mi matrimonio, consideraria un insulto para ella el que yo prefiriese a otro hombre.
Pude leer la carta antes de que saliese. En ella solo habia muestras de su amor y de su devocion a su diosa.
Aun la recuerdo, palabra por palabra.
Debo suplicaros, Majestad, que perdoneis a este pobre siervo por su atrevimiento al suplicaros me comuniqueis como os hallais y si os habeis librado al fin de los dolores que ultimamente os asediaban, pues es para mi lo mas importante saber que disfrutais de buena salud y que tendreis larga vida. En cuanto a mi estado, aun sigo tomando vuestra medicina y me resulta mejor que ninguna otra cosa que me hayan dado antes. Esperando pues curarme del todo en los banos, con el vivo deseo de que Vuestra Majestad siga sana y feliz, beso humildemente vuestros pies, desde esta vieja mansion de Rycott, esta manana de jueves en que me dispongo a reanudar el viaje. El mas fiel y obediente siervo de Vuestra Majestad, R. Leicester.