prohibia ir a la costa.
—?Y ella esta dispuesta a obedeceros? —pregunte.
—Otros unieron sus voces a la mia —contesto el.
Curiosamente, me alegraba de que estuviesen unidos en aquel momento. Quiza porque en aquella hora de su gloria, cuando se mostraba ante su pueblo y ante sus enemigos como la gran Reina que era, yo dejaba de verla como mujer (mi rival por el hombre que ambas amabamos mas de lo que podiamos amar a cualquier otro) y ella solo podia ser ya Isabel la magnifica, madre de su pueblo; y hasta yo debia reverenciarla.
Lo que sucedio es bien sabido: ella fue a Tilbury y pronuncio aquel discurso que se recuerda desde entonces, cabalgo entre ellos con un peto de armadura de acero, su paje cabalgando al lado, con un yelmo decorado con blancas plumas; les dijo que tenia el cuerpo de una debil mujer, pero el corazon y el coraje de un Rey y de un Rey de Inglaterra.
Ciertamente su grandeza brillo entonces. Hube de admitirlo. Ella amaba a Inglaterra… quiza fuese su amor verdadero. Por Inglaterra habia renunciado al matrimonio, a casarse con Robert, pues estoy segura de que lo habia deseado en los tiempos de su juventud. Era una mujer fiel; habia en ella, tras la dignidad real, verdadero afecto, lo mismo que la brillante estadista acechaba siempre atenta tras la frivola coqueta.
La historia de aquella victoria gloriosa es de sobra conocida: nuestros pequenos navios ingleses, al ser tan agiles por su tamano reducido, consiguieron maniobrar entre los poderosos pero lentos galeones y causarles gran destrozo; los ingleses enviaron naves incendiadas contra las espanolas, y la gran Armada, que los espanoles llamaban la Invencible, quedo desbaratada y derrotada frente a nuestras costas; los desdichados espanoles se ahogaron o llegaron a duras penas a la costa inglesa, donde se les brindo muy escasa hospitalidad; algunos volvieron avergonzados y derrotados a su soberano espanol.
?Que glorioso regocijo siguio a la victoria! En todas partes hubo festejos y cantos y bailes y celebraciones.
La Reina conservaba su trono y la fidelidad de su pueblo. Que propio de ella era lo de grabar aquellas medallas
Fue su victoria. Ella era Inglaterra.
La muerte de Leicester
En primer lugar, y por encima de cualquier otra persona, es mi deber recordar a mi queridisima y graciosa Majestad, de la que he sido fiel servidor, y que ha sido para mi la mas generosa y magnifica Senora.
Yo estaba en Wanstead cuando Leicester vino a casa. No me di cuenta de lo enfermo que estaba. Le sostenia su gloria. Nunca habia gozado de tanto favor ante la Reina. No podia soportar esta que la dejase mucho tiempo, pero le dejo irse en esta ocasion porque temia por su salud.
No solia el ir a Buxton por aquella epoca del ano, pero la Reina habia decidido que debia hacerlo sin dilacion.
Le mire de nuevo. Que viejo estaba, pese a su resplandeciente atuendo. Habia vuelto a engordar y su juventud quedaba ya muy lejos. No pude evitar compararle con Christopher, y comprendi que ya no deseaba a aquel viejo en mi cama, aunque fuese el conde de Leicester.
Parecia como si la Reina creyera no poder honrarle lo suficiente. Le habia prometido nombrarle Lord Lieutenant de Inglaterra e Irlanda. Esto le proporcionaria mas poder del que hubiese disfrutado nunca ningun subdito suyo. Era casi como si hubiese decidido que no queria que hubiese entre los dos mas manipuleo de poder; si bien no le ofrecia una participacion en la Corona, aquello era lo que mas se aproximaba.
Hubo otros que comprendieron esto y el estaba furioso porque Burleigh, Walsingham y Hatton le habian convencido de que no debia actuar tan imprudentemente.
—Pero llegara —me dijo Robert, y aquellos ojos suyos, tan brillantes y hermosos en otros tiempos, eran ahora saltones y estaban inyectados en sangre—. Esperad. Llegara.
Y entonces, de pronto, se dio cuenta.
Quiza fuese porque habia dejado de pensar tanto en las cuestiones de Estado. Quiza su enfermedad (pues estaba muy enfermo, mas de lo que habia estado en aquellos ataques de gota y fiebre que le habian asediado en los ultimos anos) le hiciera especialmente perceptivo. Quiza me rodease el aura que rodea a las mujeres cuando estan enamoradas, pues yo estaba enamorada de Christopher Blount. No como habia estado enamorada de Leicester. Sabia que aquello no volveria a repetirse en mi vida. Pero era como un veranillo de San Martin de amor. Aun no era demasiado vieja para el amor. Me consideraba joven para mis cuarenta y ocho anos. Tenia un amante al que llevaba veinte y, sin embargo, tenia la sensacion de que eramos de la misma edad. Me di cuenta nuevamente de lo joven que estaba al verme cara a cara con Leicester. El era un hombre avejentado y enfermo y yo carecia del don de fidelidad de la Reina. Despues de todo, yo habia sido menospreciada por su culpa. Me maravillaba el que pudiese ver en que se habia convertido el y seguir aun amandole. Era una faceta mas de su extrano caracter.
El me habia visto con Christopher. No se exactamente lo que fue. Quiza como nos mirabamos. Quiza nuestras manos se rozasen. Quiza viese algo especial entre nosotros u oyese murmuraciones. Siempre habia enemigos dispuestos a propagar infundios y a revelar secretos… mios tanto como suyos.
En nuestro dormitorio de Wanstead me dijo:
—Habeis tomado mucho afecto a mi caballerizo.
Como no estaba segura de lo que sabia el, dije para ganar tiempo:
—Oh… ?os referis a Christopher Blount?
—?Quien si no? ?Podeis pensar en otro?
—Christopher Blount —repeti, tanteando—. Sabe mucho de caballos…
—Y de mujeres, al parecer.
—?De veras? Os enterarias, supongo, de que su hermano y Essex se batieron en duelo. Por una mujer. Una reina de ajedrez, de oro y esmaltada.
—No hablo de su hermano sino de el. Sera mejor que lo admitais, puesto que lo se.
—*?Que sabeis?
—Que es vuestro amante.
Me encogi de hombros y conteste que si el me admiraba y lo demostraba, ?que culpa tenia yo?
—Si la teneis si le dejais entrar en vuestra cama.
—Eso son murmuraciones.
—Que yo creo ciertas.
Me apretaba con fuerza la muneca y me hacia dano, pero no cedi. Me enfrente a el desafiante.
—?No deberiais considerar vuestra propia vida, senor, en vez de examinar con tanto detalle la mia?
—Sois mi esposa —dijo—. Lo que hagais en mi lecho es asunto mio.
—?Y lo que vos hagais en otros lechos, mio!
—Oh, vamos —dijo'—. No nos desviemos del asunto. Yo estoy fuera… sirviendo a la Reina.
—Vuestra linda senora…
—La senora de todos nosotros.