Anadia luego una posdata agradeciendo un regalo que ella le habia enviado y que nos habia seguido hasta Rycott.

No, no habia alli nada sobre mi infidelidad. Y, por supuesto, habia escrito desde Rycott porque en el pasado, ella y el habian estado alli muchas veces. Alli, en aquel parque, habian cabalgado y cazado juntos. Alli, en el gran salon, habian festejado y bebido y jugado a ser amantes.

Me dije que estaba justificada para tomar un amante. ?No habia sido mi esposo amante de la Reina todos aquellos anos?

Hice llamar a Christopher y nos encontramos en un pequeno aposento que quedaba separado del resto de la casa.

—El lo sabe —=le dije.

Lo habia sospechado. Dijo que daba igual, pero era una bravata. En realidad, temblaba.

—?Que creeis que hara? —pregunto, procurando aparentar despreocupacion.

—No lo se, pero le vigilo. Cuidaos vos. No andeis solo si podeis evitarlo. Tiene a sus sicarios por todas partes.

—Estare atento —dijo Christopher.

—Creo que se vengara en mi —le dije, lo cual hundio a Christopher en un calvario de miedo, y me produjo gran satisfaccion.

Salimos de Rycott y viajamos por Oxfordshire. No estabamos muy lejos de Cumnor Place. Parecia haber en esto algo significativo.

—Deberiamos pasar la noche en nuestra casa de Cornbury —le dije a Leicester—. No estais todavia en condiciones de ir mas alla.

Acepto.

Era un lugar bastante oscuro y lugubre… una casa de guardabosques, en realidad, en medio del bosque. Sus criados le ayudaron a entrar en el aposento que se dispuso rapidamente, y se acosto.

Dije que debiamos quedarnos alli hasta que el conde estuviese lo bastante repuesto para seguir viaje. El necesitaba un descanso, el viaje de Rycott a Cornbury le habia dejado exhausto.

Acepto que debia descansar y pronto se hundio en un profundo sueno.

Me sente junto a su lecho. No tenia que fingir ansiedad, pues estaba realmente ansiosa por saber lo que el cavilaba en silencio. Por su forma de fingir despreocupacion, sabia que planeaba algo que me afectaba.

Reinaba en la casa una atmosfera de silencio y quietud. Pero no podia descansar. Tenia miedo de las sombras que llegaban con la oscuridad. Las hojas empezaban a tomar un color bronceado, pues estabamos en setiembre; el viento habia arrastrado muchas hojas y el bosque estaba tapizado de ellas. Mire por las ventanas aquellos arboles y escuche el viento que gemia entre las ramas. Me pregunte si Amy habria sentido una sensacion similar durante sus ultimos dias en Cumnor Place.

El dia 3 de setiembre, brillaba el sol alegre y el se reanimo un poco. Al final de la tarde, me llamo a su lado y me dijo que si persistia la mejoria reanudariamos el viaje al dia siguiente. Dijo que debiamos olvidar nuestras diferencias y llegar a un acuerdo. Estabamos demasiado proximos uno a otro, dijo, para separarnos mientras siguieramos con vida.

Estas palabras me parecieron amenazadoras; habia en sus ojos un brillo de febril intensidad.

Se sentia tan mejorado que quiso comer, convencido de que en cuanto comiese recuperaria suficientes fuerzas para poder seguir.

—?No deberiais ir lo antes posible a los banos? —pregunte.

Me miro fijamente y dijo:

—Veremos.

Comio en su aposento, pues estaba demasiado cansado para bajar al comedor. Dijo que tenia un buen vino y que queria que bebiese con el.

Yo tenia todos los sentidos alerta. Fue como si una senal de aviso recorriese mi mente. No debia beber aquel vino. No habia hombre en el reino mas habilidoso para envenenar que el doctor Julio, que trabajaba asiduamente para su senor.

Yo no debia beber aquel vino.

Quizas el no tuviese la menor intencion de envenenarme, por supuesto. Quiza pensase en una venganza distinta a la muerte. Quiza manteniendome encerrada en Kenilworth, comunicando al mundo que habia perdido la razon, pudiese hacerme mas dano que con una muerte subita. Pero debia estar atenta.

Fui a su aposento. Habia en la mesa una jarra de vino con tres copas: una llena de vino, las otras dos vacias. El estaba apoyado en sus almohadas; tenia la cara muy roja y creo que habia bebido ya mas de lo razonable.

—?Es este el vino que he de probar? —pregunte.

Abrio los ojos y asintio con un cabeceo. Me lleve la copa a los labios, pero no tome nada. Seria una imprudencia.

—Es bueno —dije.

—Sabia que te gustaria.

Crei oir un tono de triunfo en su voz. Deje la copa en la mesa y me acerque a su lecho.

—Estais muy enfermo, Robert —dije—. Tendreis que renunciar a algunas de vuestras tareas. Habeis trabajado en exceso.

—La Reina jamas lo permitira —contesto.

—Pensad que esta muy preocupada por vuestra salud.

—Si —dijo, con una sonrisa—% Siempre lo estuvo.

Habia en su voz ternura, y senti una subita oleada de colera al pensar en aquellos dos viejos amantes que jamas habian consumado su amor y que ahora, viejos y arrugados, aun lo glorificaban, o lo pretendian.

?Que derecho tenia un esposo a admirar declaradamente a una mujer que no era su esposa, aunque fuese la Reina?

Mi aventura amorosa con Christopher estaba justificada.

Cerro los ojos; me acerque a la mesa. De espaldas a el, servi el vino, el que habia tenido miedo a beber, en otra copa. Era la que el usaba, pues era un regalo de la Reina.

Volvi junto a su lecho.

—Me siento muy mal —dijo.

—Habeis comido demasiado.

—Es lo que siempre decia ella.

—Y tiene razon. Ahora descansad. ?Teneis sed? —asintio—. ?Quereis que os sirva un poco de vino?

—Si, hacedlo. La jarra esta en la mesa con mi copa.

Me acerque a la mesa. Me temblaban los dedos mientras alzaba la jarra y servia el vino en aquella copa que antes habia contenido el reservado para mi. ?Que os pasa?, me dije. Si el no pretendia haceros dano, no hay ningun problema, no le sucedera nada. Y si pretendia… ?quien puede reprocharoslo?

Le lleve su copa y cuando se la entregue, entro en la habitacion su paje, Willie Haynes.

—Mi senor tiene mucha sed —dije—. Llevadle un poco mas de vino. Quiza lo necesite.

El paje salio de la habitacion cuando Leicester acabo de beber.

El dia siguiente aun permanece fresco en mi recuerdo, pese a todos los anos transcurridos. Era el cuatro de septiembre, aun el verano seguia con nosotros, a las diez el sol apagaba el leve aroma del otono.

Leicester habia dicho que saldriamos aquel dia. Mientras mis damas me ponian la ropa de montar, Willie Haynes llamo a la puerta. Estaba palido y tembloroso. Dijo que el conde estaba muy quieto y tenia un aire extrano. Temia que hubiese muerto.

Los temores de Willie Haynes eran fundados. Aquella manana, en la casa del guardabosques de Cornbury, el poderoso conde de Leicester habia dejado este mundo.

Вы читаете Mi enemiga la reina
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату