– ?Te conto quienes eran?
– No.
– ?Y por que la perseguian?
– No. Estaba muy asustada, la pobrecita.
– ?Por que no le dijiste eso a la policia?
– Ella me advirtio: callate la boca o tambien iran a por ti. Pero ahora ya me da igual, porque han quemado su cuerpo y no queda nada de ella.
– ?Te conto algo mas?
– Tenia mucho miedo. Y al final, la pobre esta en el Paraiso, dijo que la llevarian al Paraiso. Y en el Paraiso solo entran los perros y la gente como ella y como yo, o sea que alli estara, esperandome hasta que me muera.
Me encontraba emocionada por el dramatismo de sus sencillas palabras. Trague saliva para preguntarle:
– ?Y como es la gente como vosotras, Lolita?
– Gente que no nos quiere nadie y que nosotros tampoco queremos a nadie.
– Pero tu tienes a los perros.
– A los perros, si. Y tenia a Eulalia, pero ahora ya no.
– ?Te dijo como eran esos dos hombres: jovenes, viejos, fuertes, con aspecto de trabajadores o de gente de mal vivir?
– No me dijo nada de eso, solo dos hombres.
– ?Te dijo si eran los mismos que habia visto cargando con el cuerpo del santo del convento?
– No, no me dijo nada de eso, solo dos hombres.
No tenia tantas dificultades de comunicacion como nos habian advertido. Yo la habia entendido perfectamente. Mientras me miraba como una nina desvalida, con el labio superior manchado por la espuma del capuchino, me pregunte si seria necesario brindarle proteccion policial. Alguien podia habernos seguido, estar viendola con nosotros en aquellos mismos momentos. Mire alrededor en un reflejo poco meditado. Ninguno de los clientes me parecio sospechoso. Era dificil tomar aquella decision: ponerle un agente de custodia significaba senalarla con el dedo. Si estaban vigilandola pensarian que podria habernos facilitado algun dato comprometedor. Mantenerla encerrada en el albergue se me antojaba casi imposible. Suspire con preocupacion.
– ?Sabes que deberias hacer, Lolita? No salir demasiado del albergue estos dias. O a lo mejor nosotros podriamos ponerte en un hotel hasta que encontremos a esos dos hombres. Incluso te dire que, hasta que los pesquemos, seria mejor que no fueras a pasear a los perros.
Su sonrisa tetrica volvio a aflorar.
– Yo siempre voy adonde quiero y hago lo que quiero porque nunca tengo miedo. Y ahora tampoco tengo miedo. Voy a hacer las cosas como cada dia, y a los perros no pienso dejarlos tirados.
Aquella mujer no tenia el cerebro danado, de eso podia dar fe. Probablemente la determinacion con la que hablaba demostraba hasta que punto le funcionaba bien, quiza mejor que a muchos de sus conciudadanos, integrados y aparentemente felices. Saque cincuenta euros de mi cartera.
– Toma, Lolita, ?puedes hacerme un favor?, comprales algo a los perros de la protectora. Pienso, o galletas… ?yo que se!, cualquier cosa que tu sepas que les puede gustar. Asi empiezo ya a hacer algo por ellos.
– Les comprare unas barritas de chucheria que les gustan mucho. Con este dinero tengo para un monton de dias.
Se metio el billete en el bolsillo, con una mano que agitaba siempre un ligero temblor. La vi marchar, encorvada y huesuda, con su pelo amarillo como ultima senal consciente de identidad. Note una opresion dolorosa en el pecho. A mi lado, Garzon pregunto:
– ?Cree que de verdad les comprara algo a los perros?
– Seguro que si; y si no, me da igual.
– ?Usted y su dichosa piedad por los debiles!
– El que no sienta piedad es un monstruo, Garzon, o tan imbecil que no merece vivir.
– ?Toma!, mucha piedad, pero los gilipollas al paredon.
– Como debe ser. Y ahora inviteme a una copa, que me ha quedado mal cuerpo.
Regresamos al interior de la cafeteria y pedi un dedito de whisky. Lo apure de un solo trago. El calor artificial hizo su efecto benefactor. Garzon penso en voz alta.
– Dos hombres, dos hombres que la perseguian.
– ?Que le parece?
– No se el credito que se le puede dar a una mujer que dice al mismo tiempo que se ira directa al paraiso. Sobre todo considerando que no era religiosa.
– Los dos tipos que se llevaron al beato fueron a por ella y la mataron. Era la unica que los vio.
– Dos tipos.
– Si, dos asesinos en serie, segun la version que le gustaria a la oficialidad.
– Quiza dos gemelos: «Los gemelos paranoicos».
– Es como el nombre de un grupo musical.
– Si, podemos ofrecerle la idea a Villamagna, seguro que a los periodistas les encantara.
Me eche a reir. Para el humor no hay nada sagrado, y por eso resulta la medicina ideal contra todos los males.
– ?Andando, Fermin! Quiero que volvamos a interrogar a todos los vecinos que vieron a Eulalia cerca de la calle Escornalbou.
– ?Por que iria esa pobre mujer a la calle Escornalbou y no se movio de alli?
– Es una buena pregunta. Y me apuesto una cena a que le encontramos contestacion.
– Apueste cincuenta euros, que los ha perdido ya.
– ?Parece mentira lo gurrumino que es usted!
– ?Gurrumino, gurrumino yo? No soy malgastador, que es bien distinto. Porque darle cincuenta euros a una sin techo para que les compre golosinas a unos perros de perrera es como tirarlos por la ventana.
– ?Sabe lo que le digo, Fermin? Cuando despues de muertos lleguemos al Paraiso del que hablaba Eulalia, ?sabe lo que encontraremos alli?
– Ni puta idea.
– Pues nos encontraremos con que Dios, sentado en su trono, es un
– No se me representa.
– Perros, un monton de perros: mestizos, de raza, grandes, pequenos, feos, guapos, peludos, atigrados… perros a mansalva. Y justamente ese Dios sera quien nos juzgue y decida quien entra en su reino.
– Entonces seguro que a usted le adjudicara la
– Y a usted lo mandara al cuarto de los trastos.
– ?Vaya, ya me toco! Eso me pasa por hablar.
– Por hablar demasiado, querra decir.
Marcos me invito al mejor restaurante de la ciudad, eso dijo, para celebrar que los planos del hotel habian sido aceptados por fin. Estaba contento, y yo tambien. Comimos una deliciosa