Garzon se puso frente a ellas y haciendo gestos pausados con las manos las conmino a hablar.

– A ver, senoras, nosotros no tenemos noticia de ese hermano. ?Quieren contarnoslo todo desde el principio, por favor? Que sea despacio y con la mayor informacion posible.

Regresamos al minusculo salon cuyo exiguo espacio estaba casi por completo ocupado por una gran mesa de comedor. Nos sentamos a ella. Por como las hermanas se miraban entre si y por el modo casi ilusionado con el que empezaron su relato, colegi que eran perfectamente conscientes de que nosotros nos encontrabamos en blanco.

– Eulalia tenia un hermano en el numero 18. Todo el mundo lo sabe, inspectora.

– Bueno, lo saben al reves -rectifico la hermana.

– ?Como?

– Lo que sabia la gente es que Rogelio Hermosilla tenia una hermana que era homeless y vivia de la caridad del Estado.

– Pero siempre que ella habia venido por aqui para pedirle ayuda, el la habia enviado a hacer gargaras, como deciamos en nuestros tiempos.

Ambas querian hablar, pero pronto comprobe que configuraban un armonico duo acostumbrado a compartir conversacion y cederse el uso de palabra.

– La verdad es que Rogelio no es mal hombre, pero esta casado con una que es una vibora y no tiene sentimientos.

– Unos dias antes de que la encontraran muerta, Eulalia fue a pedirle al hermano que le diera cobijo y el la largo de malos modos.

– ?Y usted como lo sabe?

– Lo sabe todo el mundo porque paso en el bar Bigotes, en plena terraza y al mediodia.

– Pero la gente no quiere decirle cosas a la policia para evitarse complicaciones.

– Nosotras, no. Nosotras pensamos que hay que colaborar como buenas ciudadanas.

– ?Y por que no se lo dijeron a nuestros companeros que vinieron por aqui?

– Sus companeros solo nos preguntaron si la habiamos visto. Ademas, entonces esa desgraciada aun no habia aparecido muerta.

Mejor no profundizar en lo de la buena ciudadania, pense. En cualquier caso, teniamos un dato nuevo, y mi mirada triunfante a Garzon constituyo la unica celebracion de que mi estrategia de revisar aquellos testigos hubiera dado frutos. A toda velocidad y sin dirigirnos apenas la palabra, buscamos el numero 18 con el corazon repleto de esperanza.

Primero dimos con el bar que las buenas ciudadanas habian mencionado. Por supuesto, el Bigotes contaba con todos los requisitos del autentico establecimiento cutre de barriada: olor a aceite refrito en el ambiente y tonillo musical de maquina recreativa pugnando por hacerse oir frente a un horrisono televisor. Todo ello enaltecido por unos cuantos jamones amarillentos colgando sobre la barra.

El dueno escucho nuestras preguntas en silencio religioso. Cuando hubo digerido toda la informacion que contenian, suspiro con tristeza.

– Si, aqui paso algo como lo que dicen ustedes y mas o menos en esas fechas, pero… eran cosas de familia en las que yo no puedo entrar. La familia es sagrada.

– La familia es sagrada, pero nosotros estamos investigando un asesinato.

– Yo, si hubiera visto cualquier follon que no fuera de familia… pero asuntos privados…

Garzon, consciente de que no le sacariamos de ahi, dijo por fin:

– Podemos averiguar ese dato en cuanto queramos, pero si usted nos confirma que esas personas viven en el numero 18, nos ahorrara tiempo y mal humor.

– Eso si que puedo hacerlo.

Subimos hasta el piso de los Hermosilla en animada conversacion.

– ?Usted se da cuenta de como es este pais, Fermin? Aqui todo es sagrado y pasa por delante de la ley: el buen nombre y el honor, el orden interno de un convento, la familia… ?Que concepto tenemos los espanoles sobre la policia? ?Que es lo que cree la gente, que nuestras investigaciones se llevan a cabo solo por joder al personal? Tal parece que fueramos un adorno, un lujo superfluo.

– Ya se sabe, inspectora, que aqui nadie piensa que sirvamos realmente para nada. Hace ya unos cuantos anos me dijo un vecino: «Y los objetos robados o drogas incautados en alguna accion que ensenan ustedes por la tele, ?son de verdad o es mas bien para demostrar que se ha hecho algo?». ?Claro, imaginese el cabreo que me pesque!

Absorbidos por el fragor dialectico, casi nos sorprendio ver que una chica joven nos abria la puerta. Tanto ella como nosotros quedamos observandonos mutuamente y luego, sin habernos dirigido la palabra, ella prorrumpio en un estentoreo: «Mamaaaaaa» y desaparecio. Al cabo de un instante una mujeruca de pelo crespo y bata sucia nos miraba con inquina.

– ?Que quieren? -nos espeto de manera brutal.

– Hablar con el hermano de Eulalia Hermosilla. Somos policias -conteste intentando ser desagradable yo tambien.

– ?Vaya por Dios, la que me faltaba! Pues mi marido no esta.

– ?Donde podemos encontrarle?

– Esta trabajando.

– ?Puede darnos la direccion de su lugar de trabajo?

– No, eso no puedo. En el trabajo no se les puede molestar, el trabajo es sagrado.

– En ese caso le esperaremos en el bar de abajo. Cuando llegue que venga a vernos o tendra verdaderos problemas. ?Puede darle ese recado?

– Oiga, mi marido no ha hecho nada. Nosotros somos trabajadores y…

– Dele ese recado o tambien tendra problemas usted.

Sin tiempo para que reaccionara, enfilamos las escaleras en un descenso veloz. En el portal el subinspector dudo de mi sistema.

– ?De verdad le parece prudente esperarlo?

– Antes de una hora estara aqui. De acuerdo en que cualquier cosa es mas importante que la policia, pero aun podemos meter un poco de miedo cuando la conciencia no esta tranquila.

– ?Y usted cree que esta gente tan bruta tiene sentido de culpa?

– No haga tantas preguntas. Le invito a un whisky, ?que mas puede pedir?

– Un bocadillito, si es que no le parece mal.

El bar Bigotes habia invadido la acera con unas cuantas mesas de plastico rojo a modo de terraza. Nos sentamos alli. Al pedir nuestro whisky el dueno tuvo la desfachatez de preguntar:

– ?No lo han encontrado en casa?

– La policia no hace comentarios sobre asuntos de servicio. Los asuntos del servicio son sagrados -me di el gustazo de responder.

Garzon pidio un bocadillo de tortilla y nos dispusimos a ver el tiempo transcurrir; pero no habian pasado ni cinco minutos cuando la chica que nos habia abierto la puerta de los Hermosilla se sento a nuestra mesa sin saludar.

– Yo vi lo que paso -nos solto a bocajarro.

– De acuerdo, pues cuentalo. ?Sabe tu madre que has venido?

– Mi madre es una borde. Por mi se puede morir. Mi padre no es tan mal tio; pero da igual, los dos son unos cabrones.

Al menos estabamos frente a alguien para quien la familia no era sagrada, y estaba dispuesta a hablar.

– Vino mi tia Eulalia, que estaba loca pero era muy buena mujer. Le pidio a mi padre en este mismo bar donde estamos ahora que la dejara pasar unos dias en casa, y mi padre le dijo que ni hablar, como siempre. No querian saber nada de ella porque vivia tirada en la calle. Entonces ella insistio: que dos hombres la perseguian, que la querian matar porque vio algo que no tenia que ver… Mi padre llego un punto en que empezo a creerse lo que decia porque parecia que estaba en sus cabales ese dia, mas que otras veces. Pero la puta de mi madre dijo que antes meteria ratas de cloaca en su casa que alojar a mi tia; ya ven como es.

– ?Que mas sucedio?

– Nada, se quedo por el barrio dos o tres dias. Yo iba viendo donde se metia. Un dia en un cajero automatico,

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