– Pues eso del «plano superior» ha quedado de un raro… ?Por no mencionar lo de que «puede estar viendonos»; porque como no sea con catalejo sideral, el pobre…!

– ?Deje de comportarse como una maldita acemila!

– Si, si, yo sere una acemila, pero usted dice cursiladas.

Se reia como un bendito, y yo tenia que hacer verdaderos esfuerzos por no estallar tambien en carcajadas y fingirme ofendida.

– ?Sabe lo que van a costarle esos comentarios cinicos, Fermin?

– Me lo imagino, ?un avemaria y tres padrenuestros?

– No, va a tener que ser usted quien llame a los priores de las dos ordenes informando de la situacion y allanando caminos.

– Inspectora, no me joda; que yo no me aclaro hablando con la jerarquia eclesiastica.

– Ya se las apanara. Cuenteles un chiste de esos anticlericales que usted se sabe.

– ?Jo, es usted vengativa hasta la muerte!

Se quedo enfurrunado como un nino y asi entro en comisaria. Mientras se dirigia a su despacho lo oia rezongar. Perfecto, eso demostraba que su salud laboral estaba en plena forma. Llame desde mi telefono a Sonia y Yolanda y les ordene venir a verme. Era obvio que no estaban haciendo nada porque al cabo de veinte minutos habian llegado. Me alegre de tenerlas delante, hacia tantos dias que no habia tratado con ellas, que enseguida me di cuenta de que de algun modo nos hacia falta su juventud. No parecian felices, sobre todo Yolanda.

– ?Que, cuantos locos furiosos habeis detectado?

La cara de Sonia revelaba desconcierto, pero la de Yolanda enseguida se crispo.

– Inspectora, ?me da usted su permiso para hablar sinceramente?

– Si vas a decirme alguna impertinencia, mejor no.

– Lo dire con todo respeto, pero la verdad, que nos haya tenido apartadas de la investigacion y del servicio sin hacer nada y muertas de asco no me parece bien.

– Estabais en una mision.

– Si, visitando psiquiatricos para nada, todo el dia metidas en los bares dandole al cafe.

– Eran ordenes superiores.

– Pero yo la conozco a usted y se que cuando las ordenes no le acomodan se las ingenia para saltarselas.

– Bueno, Yolanda, ya esta bien. De todos modos ese trabajo quedo atras, ahora os necesito para otra cosa.

No la reprendi con brusquedad porque su tono era el de una nina un poco discola, en ningun caso el de una insubordinada que hubiera perdido los nervios. De repente, Sonia intervino con su vocecita meliflua.

– Yo le dije a Yolanda, inspectora, que no se preocupara porque tarde o temprano usted nos llamaria para una faena mas util y mejor. Porque aprovechando que estamos en confianza le dire que lo de los bares no ha sido nada comparado con los rollos de psiquiatria que nos arreaba el doctor Beltran.

Como siempre que aquella pobre chica abria la boca me invadio una oleada de indignacion.

– ?Como has dicho, que estamos en confianza? ?Nadie te ha dado la confianza como para hacer esos comentarios irrespetuosos sobre un colaborador de la policia! ?Te has enterado?

– Si, inspectora -dijo aterrorizada en lo que sonaba mas como un lamento que como una afirmacion.

– Y ahora pasemos al caso.

Les explique la busqueda del Caldana que nos interesaba y como debian organizarse para dar con el. Mientras les aclaraba todos los puntos, con franco mal humor, iba arrepintiendome de mi reaccion hacia Sonia. Pero me resultaba imposible rectificarla; la veia alli, en innecesaria posicion de «firmes» y con el mismo gesto de desconsuelo que debe poner una lubina recien pescada, y se me llevaban los demonios. Me daba cuenta de que detestaba a los torpes, a los imprudentes, a los miedosos, a los… o simplemente me detestaba a mi misma por dejarme llevar de tal modo por la subjetividad. Yolanda se ponia rebelde en mis narices y le daba palmaditas en la espalda. Sonia se permitia una simple frase y le lanzaba la caballeria. Intente serenarme e hice la ultima recomendacion en un tono demasiado sosegado para ser cierto.

– Teneis que ser especialmente perspicaces y fijaros en los detalles, tambien en las reacciones de la gente que interrogueis. Es preciso que no creeis alarma, pero que registreis cualquier cosa sospechosa que podais observar. Prudencia y discrecion son los conceptos que debeis aplicar. Si algo os parece inquietante, el protocolo a seguir es despedirse de la persona sin levantar la liebre, vigilar la casa y llamarnos a mi o al subinspector Garzon inmediatamente. ?Hay alguna duda?

– No -respondio Yolanda.

– ?Y tu, Sonia? -pregunte con cuidado exquisito.

– ?No! -se precipito a contestar casi chillando.

– Muy bien, pues empezad por el principio. Yendo siempre las dos juntas, por supuesto.

El principio era simple. No existia ningun Caldana fichado por nosotros, por los Mossos d'Esquadra ni por la Guardia Civil; de modo que el camino facil quedaba rapidamente truncado. Solo quedaba el sistema pedestre de buscar en la guia telefonica y en el registro. Pronto me informaron las chicas de que solo habia trece personas inscritas en Barcelona con ese nombre; numero que, por moderado, me parecio tranquilizador. Menos tranquilizador era pensar en la posibilidad, para nada extemporanea, de que el Caldana que nos interesaba viviera en cualquier otra poblacion catalana. Cerre los ojos a esa opcion, buscando ser positiva, y di la orden de comenzar.

Habia entrado en una de esas fases de la investigacion en la que la atencion requerida hacia que se me olvidara incluso comer. De pronto, sola en el despacho, me di cuenta de que estaba exhausta. Encendi un cigarrillo que me supo amargo en la boca, y pense en la posibilidad de pedir al bar que me trajeran algo. Solo la imagen de un bocadillo grasiento me hizo sentir asco. Cerre el ordenador y llame a Garzon. Al verlo comprendi que tambien le hacia falta un descanso: estaba demacrado y sus ojos, habitualmente mansos como los de un buen perro, se veian enrojecidos y pitanosos.

– ?Que le parece si nos vamos, Fermin?

– ?Adonde?

– Usted a su casa y yo a la mia, adonde va a ser.

– No puedo. La madre Guillermina ya ha dado su permiso para que la hermana salga cuando quiera del convento, pero llevo dos horas llamando al abad de Poblet y me dicen que no puede ponerse porque esta rezando.

– Deje un recado y que le llame el.

– Prefiero insistir, no vaya a ser que se olvide con tantas oraciones. Y digo yo, inspectora, ?para que rezar tanto?

– Hablan con Dios.

– Pues Dios debe de estar harto de oirlos. A lo mejor por eso no contesta.

– ?Y usted que sabe si contesta o no!

– Saldria en los periodicos.

Solte una risotada que evidenciaba mi cansancio.

– Me voy. Llevo sin rezarle a mi marido un monton de tiempo.

– Yo tampoco le rezo mucho a mi santa, ?y eso que me concede todo lo que le pido!

Volvi a reir y le mire detenidamente.

– ?Usted nunca pierde el humor?

– El humor es lo ultimo que queda cuando se ha perdido todo lo demas. Por eso el que no lo tiene anda jodido.

Me mostro su espalda ancha y carnosa cuando salio, y yo me quede pensando que aquel hombre firmo al nacer un pacto con la vida cuyo impreso a mi nadie me habia presentado. Se volvio de improviso para anadir como colofon:

– Ahora, eso si, cuando esto se acabe, el primer cura que me cruce por la calle, si es que va vestido como tal, se va a ganar una bronca del copon. Asi, por mis cojones, sin mas explicacion. Porque estoy del tema sacro hasta las bolas, se lo juro.

Arrastro tras de si cualquier viso de tragedia que hubiera podido flotar en la habitacion y el viento que genero su impulso limpio el aire de miasmas criminales. Lo bendije mentalmente.

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