– El otro pie de san Assumpto, inspectora, bueno, el beato o lo que leches fuera, ha aparecido cortado en el portal del convento de los escolapios.
– ?No me joda, estos no estaban en la lista! Digame la direccion.
– Ronda de Sant Pau, numero 72.
– Voy para alla.
Era igual de flaco, deforme y repugnante que el que habiamos encontrado en primer lugar. Tambien incluia la sandalia y, dentro de las circunstancias, no parecia haber sufrido deterioro. En esta oportunidad tampoco habia cartel anunciador ni nada que significara un intento de firma por parte del extrano carnicero.
– ?Y esto como se come? -le pregunte al subinspector en un arranque de mal genio.
– Con patatas, inspectora, ?que quiere que le diga? -Estaba casi de tan mal humor como yo.
Los encargados de la limpieza, un matrimonio, rodeados de nuestros companeros y de algunos monjes, se afanaban por contar una y otra vez la misma historia. Al ir a empezar su trabajo aquella manana habian encontrado una bolsa de papel colocada junto al portalon. En el interior habia un saquito y, dentro, estaba aquella cosa.
– Al principio -enfatizaba la esposa-, iba a tirarlo a la basura porque la verdad es que me dio asco. Pero luego, mirandolo bien, me di cuenta de que tenia como dedos y… bueno, no me parecio que fuera humano. ?Sabe en que pense, inspectora? Pense en aquellos exvotos de cera que habia antes en las sacristias de las iglesias y que la gente ponia como promesa. En la de mi pueblo habia un monton, hasta que un cura mas moderno que vino dijo que todo aquello era una porqueria y lo hizo retirar. Pues eso es lo que me parecio, pero aun asi enseguida supe que tenia que llamarles a ustedes por si era una amenaza, un vudu que nos hacia algun enemigo o algo asi.
Ataje aquella verborrea que estaba empezando a parecerme intolerable.
– ?Vieron a alguien o alguien les ha comentado si fue testigo de algun movimiento especial?
– Nadie, inspectora. Nadie vio nada, fue lo primero que hicimos, preguntar a los del taller de motos que esta ahi; aunque yo ya me imaginaba que no sabrian nada porque nosotros solemos ser los mas madrugadores del barrio.
– ?Han visto a alguien o algo sospechoso en los ultimos dias? -les pregunte a ellos y a los religiosos.
– ?Sospechoso? Pues nada, aqui mas o menos siempre viene la misma gente. No digo yo que no pase algun desconocido de vez en cuando, pero en general…
– Gracias, senores. Tendran que ir a declarar.
Antes de que la senora me contara lo que opinaba sobre el cambio climatico, me dirigi a los tres escolapios que estaban presentes.
– ?Saben si su convento fue quemado en 1909, durante la Semana Tragica?
Pusieron cara de haberse topado con una loca y ninguno supo contestar.
– ?Puedo hablar con su superior?
– No esta, se encuentra de viaje en el Vaticano.
Era obvio que los eclesiasticos viajaban mucho por asuntos de trabajo. Preferi encontrar otras fuentes de informacion.
Pedi a los hombres que buscaran testigos en los portales de la calle y las calles adyacentes. Garzon estaba observando la bolsa que contenia el pie cercenado con cara de prevencion.
– ?Joder, al pobre beato lo van a dejar hecho un cristo!
– Mande inmediatamente esa bolsa a los companeros de la Cientifica, aunque me apuesto algo a que no hay ni una huella. Adivine que otra apuesta quiero hacer.
– No es dificil.
– Pues vamos a comprobarla.
Nos dirigimos al ayuntamiento del barrio y reclamamos la presencia del concejal de urbanismo. Era bastante complicado justificar por que motivo queriamos saber que edificio se erigia en 1909 en el lugar donde ahora estaban los escolapios; de modo que nos limitamos a decir que eramos policias y necesitabamos el dato para una investigacion. Naturalmente el pobre concejal se quedo patidifuso, pero por fortuna se trataba de un chico joven que no parecia encontrarle ninguna gracia especial a poner dificultades. Se trago la curiosidad, si es que la sentia, y respondio con toda amabilidad:
– Podemos mirar en el archivo informatico; pero si confian en mi, conozco un sistema mucho mas rapido y fiable.
– Adelante -dijo Garzon.
Entonces aquel chico consciente de sus deberes se levanto de la mesa de despacho y dijo con aire de misterio:
– Acompanenme.
Crei que iba a echarnos sin contemplaciones, porque emprendimos el camino de la salida; pero antes de enfilar la puerta, nos metio en un pequeno garito de vigilancia en el que un conserje tenia la oreja pegada a un transistor.
– ?Como vamos, Demetrio? -le saludo.
– Pues ya ve -respondio serenamente aquel hombre que frisaba los setenta.
– Mire, es que estos senores querian saber que habia antiguamente donde ahora estan los escolapios de la Ronda de Sant Pau.
– ?El edificio de los escolapios?
Garzon y yo asentimos, fascinados por toda aquella maniobra. Sin dudarlo un instante, el hombre considero que era una ocasion lo suficientemente importante como para apagar la radio y, tras hacerlo, sentencio con la seguridad de un catedratico emerito:
– ?Ah, si, hombre, ahi estaba el antiguo convento de Sant Antoni, que se quemo o mejor dicho lo quemaron durante la Semana Tragica! Estuvo un tiempo deshabitado y luego lo compraron los escolapios para su congregacion. Creo que la iglesia sigue bastante igual a como era, pero el coro se perdio.
Salimos de alli convencidos de que los ordenadores no eran sino un recurso paliativo de haber perdido la sabiduria tradicional, que se conserva en la gente. Garzon parecia muy contento, como un cocinero al que le estuviera saliendo bien una receta complicada.
– Bueno, esto va que chuta. ?Que mas pruebas necesitamos para saber que estamos en la onda correcta? Yo creo, humildemente, inspectora, ya conoce usted mi proverbial humildad, que deberiamos acudir en refuerzo de nuestras dos jovenes agentes, y ponernos a buscar Caldanas como quien busca caracoles tras una tormenta estival. La teoria de la Semana Tragica funciona.
– Habra que esperar a que la Cientifica analice la segunda pata, ?no le parece?
– Yo no esperaria demasiado. Usted sabe que esa pata estara mas limpia que la de un minero el sabado por la noche. El tipo que corto la primera ya tiene experiencia y
Una especie de extrana desesperacion interior me obligaba a hacer sonar los huesos de mis nudillos, cosa que no suelo hacer jamas.
– O sea, que el asesino se esta autoinculpando de un modo cada vez mas flagrante. Practicamente nos esta llamando imbeciles por no haberlo localizado ya.
Garzon se quedo un tanto perplejo.
– En fin, inspectora; con los datos que nos ha dado el psiquiatra es facil deducir que ese tio esta esperando que lo cacemos para ver culminada y publicitada su hazana. No nos enfrentamos a una persona normal. Le aseguro que la gente normal no anda robando beatos por ahi, y mucho menos cortandoles las peanas despues.
– Vamonos a un bar.
– ?A cual?
– A cualquier puto sitio. Necesito tomar una copa.
– ?Esta impresionada por la pata del santo?
– Solo necesito pensar.
Vino conmigo, pero no me costo darme cuenta de que no aprobaba en absoluto mi frialdad ante los descubrimientos. Peor para el, yo no me veia con animos de ir completando las adivinanzas del asesino jugueton sin oponer al menos un poco de resistencia mental. Siempre he detestado que me senalen el camino, mucho mas