Sali con paso atletico hacia el restaurante de donde habia visto salir al conductor de la furgoneta. En la puerta estaban dos camareros con mandil observando la escena. Al verme llegar entraron en el local. Los segui y rapidamente se les unio otro hombre, algo mayor que ellos. Les ensene mi placa.

– ?Estan aqui todos los que trabajan en este restaurante?

– Falta el cocinero.

Lo hice llamar. Era chino. Todos formaban una fila como si fueran colegiales y me miraban sin atreverse a hablar.

– ?Quien de ustedes es el propietario? -pregunte. El hombre mayor levanto la mano. Su expresion era de asombro.

– ?Conoce usted a ese chico de la furgoneta?

Asintio con los ojos muy abiertos.

– Digame su nombre.

– Es Juanito, el repartidor de la fruteria.

– De modo que lo conoce.

– Si, claro. Viene tres veces por semana a traer el pedido.

– ?Que sabe de el?

Su perplejidad aumentaba a cada instante. No era capaz de comprender que podia haber ocurrido.

– Pues… nada. Creo que es hijo del dueno. Viene, deja el pedido, yo le firmo el albaran, le pago y ya esta.

Me volvi a la atonita asamblea.

– ?Alguno de ustedes sabe algo mas?

– Es buen chaval -dijo uno de los jovenes camareros, y anadio enseguida algo espantado por mi interes-: Bueno, yo tampoco lo conozco, pero a veces nos gastamos bromas, ya sabe, lo normal, que si el Barca ha perdido, que si de tanto repartir verdura se te ha puesto cara de tomate, lo normal.

– ?Le ha contado algo de su vida?

– ?A mi? -dijo el joven como si fuera demasiado insignificante como para que nadie le confiara algo sustancial-. No, nada, ya le digo, las chorradas, el cachondeo, como con todo el mundo.

– ?Cuanto tiempo hace que les sirve las verduras?

– Por lo menos cuatro anos -respondio el dueno-. Son formales y tienen calidad, buen precio tambien.

– ?Y siempre ha venido la misma persona?

– No, a veces viene el hermano, que es de menos edad; pero normalmente viene el.

Observe que el cocinero chino nos miraba sonriendo. Probablemente, metido en la cocina, no se habia enterado de la escaramuza exterior, siendo tambien posible que no hablara ni una palabra de espanol. Le di una tarjeta al propietario.

– Si hay alguna cosa que hayan olvidado, llameme.

– ?Que ha hecho ese muchacho, nos lo puede decir?

– No lo se aun -respondi sinceramente, y dando media vuelta, sali.

Justo al lado estaba la casa de los Caldana que nos disponiamos a visitar. Subi los tres pisos a pie, no habia ascensor. Abrio la puerta una mujer de unos sesenta anos.

– Soy Petra Delicado, inspectora de policia -la informe.

– ?Otra vez? -exclamo con genuina preocupacion. -Ya vinieron unas policias y le juro que aun no se por que. Pero de todas maneras mi marido no esta.

– ?Puedo hablar con usted? ?Me permite pasar?

Se hizo a un lado. Llevaba un viejo vestido de flores, iba despeinada.

– Dejeme que apague el fuego, estaba guisando. -pidio.

Desde el oscuro pasillo atisbe lo que hacia en la cocina. Se limito a accionar los mandos de una cocina de gas. Regreso enseguida, me hizo pasar al salon. Era una habitacion pequena, con todas las caracteristicas de un lugar de clase baja: una estanteria sin libros, un televisor en lugar central, una mesa de comedor con tapete. Todo estaba limpio y ordenado.

– Sientese. ?Quiere tomar algo? -ofrecio con un punto de resignacion. Tenia la piel muy estropeada, llena de surcos profundos que le aportaban un aire dramatico. Negue con la cabeza.

– Senora Caldana, ?usted tiene hijos?

– Eso ya me lo preguntaron las otras policias.

– Contesteme aunque le pregunte las mismas cosas, por favor.

– Tengo dos hijas, que ya estan casadas las dos. De la mayor tengo un nieto. La otra solo hace un ano que se caso.

– ?Algun varon?

Su cara se contrajo en una pequena mueca de dolor, casi imperceptible.

– Si, mi Julio.

– ?Que edad tiene?

– Dieciocho anos. Lo tuve ya bastante mayor, cosas de la vida, inspectora.

Asenti con frialdad.

– ?Donde esta ahora?

– En el taller.

– Tendra que acompanarme hasta alli, senora Caldana, tengo que hablar ahora mismo con el.

Inopinadamente se echo a llorar. La observe en silencio, era una reaccion de lo mas significativa, me puse tensa.

– Es un chaval muy bueno, no se que puede querer de el. A veces ha hecho alguna tonteria: robar una naranja, gritarle a alguien con quien se cruzaba por la calle; pero eso no es nada grave, senora. Le aseguro que es el hijo que, despues de todo, nos da mas satisfacciones.

– Lo comprendo -dije buscando al azar unas palabras que no fueran descarnadas-. Digame la direccion del taller donde su hijo trabaja. Quedaremos alli con mi companero subinspector.

– Esta en la calle Numancia -dijo secandose las lagrimas-. El numero no lo se; es uno de esos talleres ocupacionales de la Generalitat.

Me quede confusa.

– ?Por que esta su hijo en uno de esos talleres, pesa sobre el alguna condena del tribunal de menores?

Se quedo mirandome con ojos saltones y enrojecidos.

– Pero, senora, mi hijo tiene sindrome de Down. ?Es que no lo sabia?

Estuve al menos diez segundos procesando aquella informacion, y de repente mire a mi alrededor como si hubiera caido en un paisaje lunar. ?Que hacia alli?, ?en busca de que habia llegado? Basta, Petra, basta, me dije, basta de errores, basta de estupidez.

– Senora Caldana, perdoneme; creo que ha debido de haber una equivocacion. No es preciso que vayamos a ninguna parte. Le pido disculpas de nuevo.

Lejos de enfadarse conmigo, aquella mujer sonrio y dijo con alivio infinito:

– Lo sabia, estaba segura, ya se lo adverti, ?que puede hacer ese chico si pasa directamente del taller a mi casa cada punetero dia del ano? Ademas, ?es tan bueno!

Escape como pude, pero nada me permitio librarme de la sensacion de ridiculo y culpabilidad que me embargaba por completo. ?A que demonio estabamos jugando? Al salir a la calle observe en la distancia al grupo de colegas policias de los diversos cuerpos hablando entre ellos. Estaban esperandome. Con la espalda pegada a la pared y, confundida entre la gente, logre escapar sin que me advirtieran. No hubiera podido soportar dedicarles una sesion de kilometricas y absurdas explicaciones.

En comisaria aguardaban Garzon y el comisario Coronas, que ya habian sido informados de la escaramuza por los Mossos d'Esquadra.

– Al parecer se ha largado usted sin despedirse de sus companeros. ?Menudo planton les ha dado!

– ?No me lo puedo creer, comisario! La intercomunicacion entre todos los cuerpos de seguridad suele funcionar fatal, pero a mi me da por omitir una simple formalidad y las noticias vuelan como pajaros.

– No le dire lo que pienso sobre ese comentario porque no tenemos tiempo. Supongo que quiere visitar inmediatamente la fruteria El Paraiso.

– ?La tienen localizada?

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