enteraria del asunto de Lledo y, ademas, en el interior del convento resultaba imposible dar un paso sin que ella lo aprobara; de modo que le conte lo que habia sucedido con Juanito. Me miro sin dar muestras de entendimiento alguno.
– Perdone, pero no tengo ni idea de que me esta hablando. ?Quien es Juanito Lledo?
– El repartidor de frutas y verduras que abastece el convento. ?No lo conoce?
– ?Yo?; no, claro que no. No conozco a ninguno de los abastecedores del convento. Me limito a autorizar las facturas que me presenta nuestra hermana contable, pero por supuesto no he visto jamas a ninguna de las personas que descargan los camiones. No es mi cometido.
– Claro. Pero digame, madre, ?usted sabe cuantas de las hermanas estan en contacto con los abastecedores?
– ?Por que no me cuenta lo que quiere averiguar?
Suspire profundamente, me arme de paciencia y se lo hice notar.
– Madre Guillermina, no podemos estar siempre con la misma discusion. Usted es la reina de este convento, pero yo soy policia y llevo a cabo una investigacion y…
– ?Es usted quien esta siempre en la misma discusion! Todo eso de la reina ya me lo habia dicho otras veces, pero ahora escucheme bien: si le pregunto es para ayudarla, para saber que esta buscando y ponerla en el camino si esta en mi mano. Nadie sabe mas que yo sobre lo que ocurre en este convento.
– Pero es que…
Me miro, al tiempo atonita y dolida.
– Lo que ocurre es que no confia en mi, ?verdad?
– Ahora no puedo confiar en nadie, ni siquiera en mi misma.
Digna como una generala vencida en el campo de batalla, se puso seria y dijo:
– Enseguida le envio a la hermana portera. -Dio media vuelta y camino con paso altivo. Cuando hubo llegado frente a la puerta se volvio de nuevo y sentencio usando un tono falsamente devoto:
– Quiero que sepa que aqui y en todas partes hay una sola reina verdadera: nuestra santa madre la Virgen Maria, nadie mas. Decir lo contrario es una blasfemia.
Salio con la fastuosidad de una actriz aficionada interpretando a Maria Estuardo. Lo cual me hizo darme cuenta de que la habia cagado, pura y llanamente la habia cagado. Porque, aparte de que nuestra unica reina fuera la Virgen Maria, alli, en aquel territorio, entre aquellas paredes sagradas, quien cortaba el sagrado bacalao era la priora, ella y solo ella. De modo que si queria interrogar a alguna monja debia pedirle permiso, y si deseaba que cualquiera de mis interrogadas estuviera en el estado mental pertinente como para declarar, antes debia haber recibido el
– ?Madre Guillermina, por favor!
Se volvio, con la discreta sonrisa feliz de quien ya se siente suficientemente compensado viendo humillarse a su enemigo.
– Digame, inspectora.
– No se lo tome a mal. De hecho, quiza seria mas efectivo que usted estuviera presente en los interrogatorios. Lo unico que pretendia evitar es que la hermana portera se sintiera incomoda frente a su autoridad.
– Ser madre superiora no significa ser una especie de
– Lo se, y le pido disculpas. ?Puede llamar a la hermana y estar usted presente durante el interrogatorio?
– Con mucho gusto; y no se preocupe, no pienso indagar el porque de sus preguntas.
Se ausento, y yo empece a reconcomerme por haber cambiado de punto de vista. ?Y si la madre Guillermina tenia algo que ver en el asunto? Daba igual, en ese caso el que estuviera presente no haria sino senalar su culpabilidad. ?Su culpabilidad, en que demonio estaba pensando, era aquella monja culpable de un par de asesinatos? Estaba segura de que eso era imposible.
La horrible hermana portera entro acompanada de la priora. No pude determinar que tipo de estado mental venia pintado en su cara porque la atonia caracteristica de la misma dificultaba semejante dilucidacion. Hizo un gesto que parecia un saludo en mi direccion y cruzo frente al pecho sus dos manos gastadas.
– ?Esta bien, hermana? -me interese con toda cortesia. Aguzando el oido crei percibir un grunido de respuesta afirmativa.
– La hermana contestara a sus preguntas, inspectora -dijo la priora indicando que no perdiera tiempo en prolegomenos civilizados.
– Hermana, la casa Frutas y Verduras El Paraiso las abastece a ustedes, ?verdad?
– Si -exclamo con la misma expresion que una mosca revoloteadora, y se quedo mirando al vacio como si lo encontrara fascinante.
– El chico que les trae los pedidos se llama Juanito, ?cierto?
– Si, pero hace unos dias que han dejado de venir y no podemos localizarlo, asi que hemos cambiado. Ahora nuestro proveedor es Frutas Garrido, si quiere la direccion…
– No, gracias, no sera necesario.
– ?Quien trataba habitualmente con Juanito?
– Yo.
– ?Alguien mas?
– A veces hacia las cuentas con la hermana Asuncion.
– ?Quien es la hermana Asuncion?
– La hermana Asuncion es la contable del convento -tercio la madre Guillermina.
– Creia que era usted.
– No, yo autorizo las cuentas parciales de cada departamento y gestiono los numeros generales, el presupuesto del convento. La contabilidad del dia a dia la lleva la hermana Asuncion del Sagrado Corazon.
– ?Alguien mas se entrevistaba con ese chico?
La hermana respondio con indolencia.
– No.
– ?Que le parecia a usted Juanito?
– Normal. -Hizo una vez mas gala de su laconismo funerario. Entonces la superiora se impaciento.
– Hermana, por el amor de Dios, esta bien que no seamos prodigos en palabras innecesarias, pero aqui la inspectora necesita un poco de informacion completa y no las contestaciones de una encuesta.
– Pero es que yo, madre, no se que quiere que le diga. Juanito me parecia normal, un chico que traia las hortalizas y ya esta.
La madre Guillermina me miro en reclamacion de una paciencia que ella no tenia. De repente, subiendo el volumen de su voz, me suplanto como interrogadora y casi grito:
– Seria simpatico, antipatico, hablador, amable, voluntarioso… de alguna manera seria, ?no?
– A mi no me lo mostro, madre; y bastante tengo yo bregando con todos los proveedores como para saber de que manera los hizo Dios.
Tome la palabra de nuevo.
– ?Hasta donde llevaba las cajas de la fruta?
– Hasta la cocina.
– Pues bien, tendria que hablar con alguien alli -exclamo la superiora al borde del enfado.
– Con la hermana cocinera y las ayudantes, supongo.
– ?Hagalas venir, y tambien a la contable y, en fin, a todas las monjas de la comunidad con quienes piense que ese chico ha tenido relacion por muy breve y puntual que fuera! -ordeno. Cuando salio la portera, comento en tono de disculpa:
– Hay que comprenderla, pobre hermana, lleva tantos anos haciendo lo mismo que ha perdido la capacidad de comprension de todo lo que no sea abrir la puerta.
– No, si a mi no me incomoda -dije perversamente.
– ?Pues a mi si! Lo cual demuestra muy poca caridad por mi parte. Pero usted, inspectora, debe darse cuenta de que no saber nada de lo que se propone buscar en la comunidad de mis monjas esta alterandome los nervios.
Sonrei, claudique, se lo habia ganado.