importa…

Levante la vista de la pantalla, la fije en la joven policia.

– Me importa, y me alegra que este mejor, pero ?a que viene eso de la tristeza?

– Es que, inspectora, Sonia quiere reincorporarse ya a la busqueda.

– Pero aun esta de baja, ?no?

– Ese es el tema. Se siente culpable de que se le escapara el sospechoso y quiere que usted la autorice a entrar en el operativo de nuevo.

– Siempre he creido que los sentimientos de culpa voceados a los cuatro vientos no dejan de ser mas que un deseo de protagonismo.

– Es usted demasiado dura, inspectora Delicado.

– Si te sirve de consuelo te dire que lo soy conmigo misma tambien.

Hizo un gesto de incomprension y dio media vuelta. Los rasgos de su cara denotaban un enorme cansancio fisico. La llame.

– Pero de todas maneras, si eso va a hacerla feliz, que vuelva al trabajo.

Sonrio, se disponia a darme las gracias cuando la interrumpi.

– Le brindaremos la oportunidad de que se le escape el sospechoso de nuevo.

La sonrisa se le congelo en el rostro. Me miro con autentico reproche y declaro en plan muy grave:

– No tiene usted piedad.

– La piedad no es buena en cuestiones de trabajo.

No me arrepenti de haber hablado asi. En aquellos momentos me parecia importante que todo el mundo exacerbara su sentido de alerta, y el sentimiento de companerismo y amistad no hace sino relajar al individuo, sumiendolo en una charca feliz. Al cabo de un minuto entro Garzon.

– ?Joder, inspectora, buscar no esta sirviendo de mucho! Los Lledo no pertenecen al mundo del hampa y, por tanto, los garitos habituales no parecen idoneos para encontrarlos.

– Buenos dias, subinspector.

– Perdone, pero no estoy de humor ni para saludar.

– Ni el saber ni la educacion ocupan lugar.

– Hay que hacer algo, inspectora. Como usted dijo, echar pimienta en la madriguera para que salga el raton. ?Usted no menciono una maniobra con la prensa?

– Estaba esperando un poco, pero quiza haya llegado el momento. De todos modos, para eso necesitamos la aquiescencia del comisario, el inspector jefe y, probablemente, el jefe superior. Vaya usted a solicitar esos permisos.

– ?Permisos para que?

– Quiero que el capullo de Villamagna convoque a los periodistas y les diga que contamos con pruebas para imputar a los dos hermanos Lledo, a los dos. Tengo la esperanza de que el pequeno no sea mas que complice y si se ve en una situacion tan comprometida deje al otro en la estacada e incluso lo denuncie.

– El juez Manacor se pondra de los nervios.

– Por eso necesitamos permiso hasta del papa.

– ?Y usted que va a hacer mientras tanto?

– Seguire aqui, falseando informes, hasta cerca de las diez. Luego me voy a las corazonianas a continuar con los interrogatorios, esta vez con todas las monjas a mogollon. Ayer me encontraba demasiado alterada y tuve que largarme sin concluir.

– ?Tan alucinante fue?

– ?Por que cree que falseo los informes?

– La veo luego, inspectora; y que gane la mejor.

Pase por alto el avieso comentario que sin duda se referia al pulso continuo que manteniamos la superiora y yo. Garzon era tan deductivo que no habia sido necesario explicarle la situacion.

A las diez en punto me abrio la puerta del convento la propia madre Guillermina. La escaramuza iba a empezar pronto, y el verla me dio animos para resistir. Esta vez el respeto no me impediria usar mis mejores armas: cinismo y mordacidad.

– ?Vaya! ?Se ha democratizado el convento desde ayer o es que la hermana portera ha huido durante la noche dejando un reguero de muertos tras de si?

– No entiendo su tono, inspectora. La hermana portera no esta en su puesto porque se sentia demasiado nerviosa como para recibirla a usted. En realidad, todas las religiosas estan un poco fuera de sus casillas.

– ?En serio? ?Y que les ha dicho para ponerlas en ese estado de excitacion?

– Les he dicho la verdad: que sospecha de alguna de nosotras.

– Eso es una deduccion que usted hace por su cuenta.

– ?Usted dijo que entre ese chico, presunto culpable, y el convento habia un vinculo seguro!

– Lamento haber herido su fina sensibilidad. ?Donde estan sus hijas?

– En el refectorio, como la otra vez.

– Pues adelante, tuteleme hasta alli, como siempre. Ya he aprendido que en este convento la libertad de movimientos no es algo con lo que se pueda contar.

– ?Entro yo en su casa y me muevo libremente por alli?

– Hoy no quiero discutir con usted, madre. ?Ni siquiera con mi madre real discuti tanto mientras vivio!

– Imagino lo que su pobre madre tuvo que sufrir.

Era como un perro de presa que nunca suelta el senuelo, como un inquisidor que siempre profiere la ultima sentencia, era mas peleona de lo que en su dia lo fue Cassius Clay. En el refectorio me encontre una escena que ya habia contemplado: todas las monjas, unas junto a otras y en pie, diseminadas junto a la gran mesa de comedor, con los ojos bajos y en silencio. Carraspee y eleve la voz.

– ?Quieren tener la amabilidad de mirarme todas directamente, por favor?

Hubo algun alzamiento furtivo de ojos. La madre Guillermina, de nuevo, tomo el liderazgo de la situacion.

– Hermanas, quiero que hagan exactamente lo que les indique en cada momento la inspectora. Tambien quiero que le contesten a todo lo que les pregunte con total sinceridad y veracidad. Y si hay algo que no entiendan, preguntenlo sin problemas. Es necesario que la inspectora quede completamente segura y convencida de todo cuanto le digan.

Me miraron. Resultaba dificil indagar en sus expresiones. El habito y la toca las uniformizaban de manera que costaba distinguir bien incluso sus facciones, calcular que edad tenia cada una de ellas.

– ?Estan todas presentes?

La madre Guillermina me dijo en un aparte que todo el mundo oyo:

– Falta la hermana Pilar. La hermana Domitila me ha dicho que tenia un examen hoy en la facultad y me ha parecido una pena que lo perdiera. Como de todos modos casi siempre que ese chico venia aqui ella no se encontraba en el convento sino en sus clases…

La escrute sin ningun disimulo, buscando alguna pista en sus palabras. Se percato, por supuesto, y anadio:

– Pero si le parece necesario vamos a buscarla, ?eh?

– No, no, esta bien asi -dije sin haber detectado nada anormal. Luego, las costumbres linguisticas me traicionaron y empece a hablarles diciendo:

– Senoras… -enseguida lo enmende anadiendo con desparpajo-: Quiero decir: hermanas. No me propongo llevar a cabo un interrogatorio largo; al contrario, se trata de una sola pregunta; pero si queremos que la contestacion sea provechosa es necesario que piensen bien, muy detenida y cuidadosamente.

La mas absoluta impasibilidad fue la unica y colectiva reaccion. Solo pude advertir en el rostro de la hermana Domitila un cabezazo de infantil asentimiento.

– Lo unico que deseo saber es quien y en que circunstancias hablo o se encontro alguna vez con el repartidor de frutas del convento, el joven llamado Juanito Lledo.

Si aquella comunidad hubiera estado constituida por los vecinos de un inmueble, todos hubieran empezado a hablar al mismo tiempo; pero las corazonianas estaban entrenadas para callar, y callaron. Note que la madre Guillermina se impacientaba.

– Hermanas, alguna vez lo habran visto, ?no?

Una de ellas levanto el dedo y dijo:

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