Domitila ha resultado verdad: una testigo vio a la hermana Pilar salir de la facultad de historia con el sospechoso.

Observe su reaccion: su rostro se puso colorado y se llevo una mano al pecho como si le costara respirar.

– ?Dios mio! -exclamo en voz muy queda.

– No sabemos si ella le acompanaba bajo coaccion o si… ?esta completamente segura de que no se conocian?

Me di cuenta de que era incapaz de hablar. Los ojos se le habian llenado de lagrimas.

– ?Por que nos castiga Dios asi, diganme, por que a este convento apartado del mundo, que hemos hecho?

– Dejemonos de preguntas retoricas, madre, se lo ruego.

Se rearmo inmediatamente y respondio con voz firme:

– ?Dios no es ninguna retorica para mi, inspectora, es una realidad palpable, la realidad a la que he dedicado mi vida! ?Y si le digo que Dios nos castiga porque hemos hecho algo malo es porque lo pienso de verdad! No es normal que los acontecimientos siempre esten relacionados con este convento, que la gente implicada en el caso siempre revierta aqui. Al principio llegue a estar convencida de que se trataba de un simple ladron de reliquias, despues empece a creer que nuestro benefactor o su hijo… pero hay un sospechoso que venia a este lugar dos veces a la semana y ahora la hermana Pilar… Hay algo aqui que ofende a Dios, lo presiento. Algo se esconde entre estas paredes que huele a podrido.

Garzon y yo nos manteniamos silenciosos, incapaces de salir de nuestro asombro. Tome la palabra ansiosamente, dispuesta a no perder aquella oportunidad.

– Nosotros hemos llegado a la misma conclusion, madre; pero no sabemos hacia donde tirar. Ayudenos.

– Pero ?como, que puedo hacer yo?

– Ya ha empezado a hacer algo importante: sospechar, admitir que alguien del convento puede estar implicado en este horror. Usted puede ser nuestros ojos y nuestros oidos aqui dentro, solo usted. No diga nada a las monjas de que han visto a la hermana Pilar con Lledo. Observe, indague discretamente, muevase en el plano de la sospecha continuada.

Agito la cabeza tristemente. Se quito las gafas, las limpio. Por fin nos miro y dijo:

– Lo intentare. Pero solo Dios sabe cuanto me costara hacer lo que me pide, y la tristeza que me produce hacerlo.

– Nosotros tambien lo sabemos, animese. Usted puede con eso y mucho mas -le solto de improviso Garzon. La monja, al verse jaleada en plan cuasi deportivo, se puso un poco violenta, retomo su compostura habitual y nos acompano personalmente hasta la salida. Antes de dejarnos marchar, imploro:

– Busquen a Pilar, esta en peligro.

Tanto el subinspector como yo caminamos hasta el parking sin intercambiar comentarios. Solo tras un rato de conduccion el dijo por fin:

– ?Cree que servira de algo?

– Es posible, no lo se.

– Si, yo tambien creo que es posible, siempre que…

– Siempre que…

– Que la propia superiora no este metida en el ajo.

– Confio en ella.

– Yo no.

– Hay que confiar en la tropa cuando se tienen pocos soldados.

– El problema es saber quienes son tus soldados y quienes no.

– ?Tiene hambre?

– Mas que un perro perdido.

– Nadie confia en nadie con el estomago vacio.

– Pues vamos a llenar el nuestro y luego le dire.

16

No era facil recoger en un informe la ultima conversacion con la madre Guillermina, pero lo intente. Tampoco me apetecia demasiado que Coronas supiera que nuestras estrategias eran desesperadas hasta el punto de encargar a la superiora que nos sirviera de espia en el convento. Para que el y cualquiera de los jefes comprendiera la dificultad de aquella investigacion, hubiera sido necesario que visitaran a las corazonianas en su propio feudo, que hubieran visto lo problematico que era moverse, hablar, obtener una imagen no censurada de la situacion. Naturalmente, no se me ocurrio incluir ese comentario en la redaccion, hubiera sido interpretado como una peticion de clemencia, y ya era tarde para eso. Todo se habia complicado tanto, se habian abierto tantas vias que no lograbamos cerrar, que la prudencia aconsejaba tiento y estrategia camaleonica frente a los mandamases. Aunque quien podia saber, quiza con o sin clemencia aquel seria el ultimo caso importante que nos encomendaran a Garzon y a mi. Las repercusiones del actual habian sido tan amplias en todos los frentes que si colgabamos el cartel de «No resuelto», algunas cabezas tenian que rodar, y no albergaba dudas sobre a quienes pertenecerian.

Queria llegar a casa a una hora que me permitiera hablar un rato con Marcos. No olvidaba que una de las razones objetivas por las que me habia decidido a convertirme en una mujer casada era la posibilidad de llorar de vez en cuando sobre un hombro amado. Y bien, hasta aquel momento, poco habia aprovechado ese beneficio: o no tenia tiempo libre, o temia abrumar a mi marido con mis sinsabores profesionales, o estaban los ninos en casa y no era cuestion. Pero aquel dia me encontraba dispuesta a llenar de lagrimas el jersey de Marcos. Al borde de mis fuerzas y con la sensacion casi permanente de haber fracasado, no veia otro modo de reconfortarme. Sin embargo, como hubiera dicho la madre Guillermina, Dios no estaba dispuesto a darme ni siquiera esa pequena compensacion. Claro que Dios es raro, porque si no pude ir a casa para ser consolada, fue por un buen motivo.

Iba en mi coche cuando me llamo Coronas.

– ?Donde esta, Petra?

– Acabo de salir de comisaria.

– Regrese inmediatamente.

– ?Hay alguna novedad?

– Su estrategia ha dado resultado. Miguel Lledo acaba de entregarse.

– Enseguida voy.

Telefonee a Marcos, pero no contestaba. Le deje un mensaje: «Marcos, carino, no me esperes a cenar. Seguramente tampoco a dormir. Parece que algo empieza a moverse en el caso».

Garzon y Coronas me esperaban en el pasillo. No lo habian interrogado aun.

– Esta ahi dentro -senalo el comisario hacia la sala de interrogatorios.

– Hemos llamado a su padre, pero no ha llegado todavia.

– ?Donde se entrego?

– En la calle Enric Granados, a los mossos d'esquadra.

– Bien, ?ha dicho algo?

– Que solo hablaria con quienes persiguen a su hermano.

– Perfecto, quiza sea una confesion en toda regla. ?Ni rastro de Juanito o de la monja?

– De momento, no. ?Necesitan que este yo presente? -pregunto el comisario.

– Creo que no.

– Entonces ya me informara, esto va a llevar multitud de prolegomenos. Llamenme cuando haya algo sustancial.

El padre de los Lledo no aparecio por comisaria sino una hora mas tarde. Me quede de piedra al verlo. Habia envejecido diez anos en unos dias. Delgado hasta el extremo, demacrado, las venas de las sienes se le transparentaban como si fuera uno de esos munecos de fibra plastica sobre los que se estudia anatomia. Sin

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