– ?Ay, hijo! No me plantes los calcos en la espalda, que duele. La tengo toda escocida del sol.
Se pasaba las manos por los hombros desnudos, como para aliviarse.
– No haber estado tanto rato. Asi que ahora no la pies. Se diria que os vayan a dar algo por poneros morenas. Pues esta noche ya veras.
– Acostumbro a dormir bocabajo, conque ya ves.
– ?Bocabajo? Debes de estar encantadora durmiendo.
Miguel le canto a Sebas junto al oido, con un tono burlon:
– … porverel – porverel – por ver el dormir que tienes… ? Jajay! – seguia – la vida romanticisma es lo que a mi me gusta. No te enfades.
Le acariciaba el cogote.
– ?Venga ya de aqui!, ?las manos de encima! Que estas mas visto ya, estas mas visto…
Alicia se miraba impaciente en derredor.
– Esos no vienen – dijo.
Miguel miro la hora. Sebastian reclinaba de nuevo la cabeza sobre las piernas de Paulina; decia:
– ?Y que prisa tenemos? ?Un ano, aqui tumbado!
Se acomodaba y relajaba el cuerpo. Pasaba un mercancias hacia Madrid. Paulina volvio los ojos hacia el puente; se adivinaban hocicos de terneros entre las tablas de algunos vagones.
– Animalitos… – comento para si.
Gotas de vino resbalaron del cuello de Lucita y caian en el polvo.
– Pues Lucita tampoco lo hace mal esta tarde.
– No, ?que va! No se nos queda atras. Luci movia el pelo:
– Para que no digais.
– Di tu que si, monada. Hay que estar preparados para la vida moderna. Arrimame la botella, haz el favor. Tito dijo:
– Despacio, tu tambien. Nadie nos corre.
– A mi, si.
– Ah, entonces no digo nada. Toma la botellita, toma. ?Y quien te corre, si se puede saber?
Daniel sonrio mirando a Tito; se encogia de hombros:
– La vida y tal.
Embucho un trago largo. Tito y Lucita lo miraban.
– Aqui cada uno se vive su pelicula – dijo ella.
– Eso sera. Pues lo que es yo, me comia ahora un bocadillo de lomo de los de aqui te espero. Me ponia como un tigre.
– ?Que va!; bien visto lo tengo. Por lo menos la mia esta mas limpia que en el escaparate.
– Yo me parece que debe de quedarme una empanada o dos – dijo Lucita -. Alargame la merendera que lo veamos.
– Mucho, Lucita. ?Cual es la tuya?
– La otra de mas alla. Esa. Lo unico, que deben de estar deshechas a estas horas.
– Como si no. Ya lo veras que pronto se rehacen. Abrieron la tartera. Estaban las empanadas en el fondo, un poco desmigajadas. Tito exclamo:
– ?Menudo! Verdaderas montanas de empanada. Con esto me pongo yo a cuerpo de rey.
– Ello por ello. Has tenido suerte.
– Te dire. Gracias, encanto.
– De nada, hijo mio.
– Aqui hay de todo, como en botica – comentaba Daniel.
– ?Quereis un poco?
– Quita. ?Comer nada ahora!
– Tu, Daniel, te mantienes del aire – decia Lucita -. No se como no estas mas flaco de lo que estas.
– ?Y tu tampoco quieres, Lucita?
– No, Tito, muchas gracias.
– Las gracias a ti.
Metia los dedos y se llevaba a la boca trocitos de empanada.
– ?Esta canon! – decia con la boca llena, salpicando miguitas.
– Te gustan, ?eh?
– No estan podridas, no senor.
– No es menester que lo digas – anadia Daniel.
– Pasame el vino, haz el favor, que esto requiere liquido encima.
– Asi estaran de secas, con tanto calor, que no eres capaz ni de pasarlas. Parece que estas comiendo polvorones. ?Que, Luci, lo hacemos de reir?
– Dejalo, pobre hombre, comer tranquilo por lo menos.
Le daban la botella. Tito seguia picando un trocito tras otro de empanada; dijo:
– A mi no me hacia reir ahora ni Charlot. Daniel se dio media vuelta en el suelo:
– Chico, no puedo verte comer. Se me aborrece hoy la comida. Es una cosa, que solo de ver comer a otro delante mio me da la basca, palabra.
– Estaras malo – decia Luci, mirandole la cara.
– No se.
– No lo estas – dijo Tito-; te lo digo yo. Porque el vino en cambio te entra que es un gusto.
– Ni el vino siquiera.
– ?Anda la osa! Pues si te llega a entrar…
– Ni nada, como lo oyes, textual.
– Entonces, hijo mio, no te comprendo. Si dices que tanto asco te da el vino, no se a ti quien te manda beber. ?Tu ves esto, Lucita? Este hombre no esta bien de la cabeza.
Lucita se encogia de hombros.
– Mandarmelo, nadie. Yo que tengo precision de ello. ?Que hacemos aqui, si no?
– Tambien son ganas – dijo Tito -. Yo a este tio es que no lo acabo de entender. Chico, entonces tu a lo que has venido ahora al rio es a pasarlo mal. No te banas, no comes, y ahora sales con esto. Para eso se queda uno en Madrid y acabas antes.
– Sera que tiene alguna pena – comentaba Lucita sonriendo.
– Ah, mira. Pues bien pudiera ser por ahi. Anda, bonito, que te han calado. Confiesate aqui ahora mismo con nosotros.
Daniel, tendido bocarriba, miraba hacia los arboles. Giro los ojos hacia ellos.
– ?Que? – sonreia -. No hay nada que confesar.
– Si, zorrillo; no te escabullas ahora. Cuentanos lo que tienes en ese corazoncito. Estas en confianza.