juventud. Asi ya se puede, ya.
– Bueno – corto Justina dando un respingo -; a todo esto estabamos empatados. ?Vamos a por la buena!
Hizo saltar los tejos en la palma de la mano y se iba hacia la rana, muy de prisa, para seguir el juego. Pero Claudio, con una sonrisa, le decia:
– ?De que? – protestaba Justi -. ?Por causa de ese chalao? ?A santo de que?
– Bueno, pues tu no nos obligues a demostrartelo sobre el terreno, anda. Te prometo que manana nos venimos y echamos todas las que tu quieras. Ademas, es ya tarde, nos vamos a ir a ver lo que se cuentan tu padre y el senor Lucio y la compania.
Pisoteo la colilla contra el polvo.
– Pues como quieran, entonces. Lo dejaremos para otro dia.
Se encaminaron todos hacia la puerta del pasillo.
– Pero que yo no estoy nerviosa, ?eh?; que conste.
– No, no lo estas. Solo un poquito – decia Claudio echandose a reir -. ?Ay, Justina, que tenemos ya muchos anos! – movia la cabeza arriba y abajo-. ?Justina, Justina…!
Sergio, en la mesa, comentaba:
– Se conoce que no ha debido de gustarle un pelo el encontrarsela jugando. No le ha hecho ni pizca de gracia.
– Eso debe de ser. Los novios ya se sabe.
– ?Hacemos eso que se hace asi? – le decia Petrita a su hermano, cogiendole las munecas.
– No quiero. Dejame… – le contestaba Amadeo.
Y se puso de codos en la mesa, con las mejillas en las manos. Miraba aburrido alguna cosa, por entre los dedos entreabiertos: hojas, sombras, tallos, puntos de luz en el alambre y en las flores de madreselva. Felipe Ocana se daba con la mano sobre un largo bostezo. Juanito habia echado el torso encima de la mesa y con el brazo extendido alcanzaba un tenedor y hacia subir y bajar el mango, haciendo palanca en los dientes con la yema del dedo.
– Poneros como es debido – les decia su madre -. No os quiero ver asi.
Juanito obedecia lentamente, como cansado. Nineta dijo:
– Tienen sueno.
Sergio volvio a encender el puro. Petrita le decia:
– Luego me dejas la cerilla, tio. No soples, ?eh? Felipe miro a su hermano:
– ?Aun tienes el puro?
– Lo voy fumando a poquitos.
– Y cada vez que vuelvas a encenderlo – dijo Nineta -, huele mas mal.
Sergio le daba la cerilla a su sobrina:
– A ver si sabes cogerla. Pero no te quemes, ?eh? Se apago entre los dedos de ambos.
– Enciende otra y me la das.
– Nada de cerillas – cortaba Petra -. Luego te haces orines en la cama.
La nina puso unos morros de capricho. Refunfuno:
– Me aburro…
Se paseaba por detras de la sillas de los mayores, restregando el costado contra las hojas de la enramada. Felisita miraba hacia el jardin, con los ojos inmoviles.
– Mama, ?que hago? – dijo Juanito.
– Estarte quieto. Cuanto que baje un poquito el sol, embarcamos los trastos y nos volvemos para casa.
Sergio miraba al suelo y alisaba la tierra con el pie.
– Mira – dijo Nineta -; tu no has de pensar en el regreso, ahora. Cuando empieza a pensarse, ya no se pasa bien.
– Pero, mujer, a alguna hora tendremos que marcharnos.
– Esto si, pero tu ahora no lo pienses, hasta que venga el momento de ir.
– Para este plan de tarde… Deseandito es lo que estoy, date cuenta.
Felipe agarro de repente a Petrita, que pasaba por detras de su asiento, y grito:
– ?Tu, nina! ?Sal de ahi! ?Venga, vosotros, todos! ?Amadeo, Juanito! ?Hala! ?A la calle ahora mismo! ?Largarse ya! ?A jugar por ahi! ?Divertios! ?Fuera, fuera, a correr! ?A la calle! Tu, Petri, dale un besito a tu padre y arreando.
Juanito y Amadeo saltaron muy contentos de sus sillas y salieron corriendo con un largo chillido: «?Bieeen!». Petrita les gritaba:
– ?Esperarme, esperarme!
Amadeo se detuvo en la puerta que entraba hacia la casa:
– Estaba harto ya de verlos aqui delante, las criaturas. Me estaban poniendo negro. Que corran y se expansionen. Para un dia que salen al campo, en todo el ano de Dios.
Petra miro a su marido de reojo; se volvio hacia Nineta y le decia:
– Esa es la educacion que los da su padre. Ya ves lo unico que se le ocurre. Darles suelta para que anden por ahi tirados, como golfillos, sin una mirada de nadie, expuestos a mil percances. Pero es que asi no lo molestan a el, ?no lo comprendes?
– No se por que tendras que decir eso – replico su marido -. Siempre pensando lo peor. Lo hago porque a los chicos no se los puede tener esclavizados todo el dia, como te gusta a ti tenerlos. Bastante que se pasan todo el ano encerrados en un cuarto piso. Para que encima, por un dia en que pueden gozar de libertad, te empenas en tenertelos cosidos a la falda, como presos.
– Pues, si senor. Los chicos pequenos tienen siempre que estar bajo la tutela de los padres, que para eso los tienen. Asi es como se hacen obedientes y puede una estar a la mira de que nada les vaya a ocurrir.
– ?Pero que te crees tu que va a pasarles? Si cuanto mas se acostumbren a andar sueltos, mejor aprenderan a bandearselas por su cuenta y riesgo en este mundo y tener ellos mismos cuidado de sus personas. Lo unico que conseguiras de la otra manera es el acoquinarlos y que esten siempre necesitando de una persona mayor siempre encima.
– Pues para eso precisamente es para lo que estan los padres y las madres que sepan lo que se traen entre manos.
– Muy bien, y cuando tengan veinte anos, sera una cosa muy bonita el verlos que sean incapaces de dar un paso por cuenta propia.
– ?Pero es que vais a discutir otra vez? – terciaba Sergio.
– No, Sergio, es que es verdad, es que no tiene para con sus hijos… Dime tu…
– Mujer – dijo Sergio -, yo creo que porque tengan media horita no les va a pasar nada a tus hijos por eso. Aqui en el campo, ademas, que no hay coches ni riesgos de otra especie. Ya ves tu lo formalitos y obedientes que han estado todo el dia.
– Bueno, lo que digais. Yo por mi parte ya lo he dicho lo que tenia que decir. Si su padre se empena en malcriarlos, no seran mias las culpas. Alla el. Y menos mal que estan en taparrabos, menos mal, que si no, ya verias que facha de vestidos que me traian a la vuelta. Ahora, que a mi… – hizo un gesto de inhibicion con la mano.