– ?Si me cayera ahi…?

– No lo contabas.

– ?Que miedo, chico! Hizo un escalofrio con los hombros. Luego cruzaron de nuevo el puentecillo de tablas y remontaron la arboleda hasta el lugar donde habian acampado.

– ?En que estabais pensando? – les dijo Alicia, cuando ya llegaban-. ?Sabeis la hora que es?

– No sera tarde.

– Las siete dadas. Tu veras. Miguel se incorporo.

– La propia hora de coger el tole y la media manta y subirnos para arriba.

– ?Pues no sabeis que hemos tenido hasta una peripecia?

– ?Que os ha pasado?

– Los civiles, que nos pararon ahi detras – contaba Mely-; que por lo visto no puede una circular como le da la gana. Que me pusiera algo por los hombros, el par de mamarrachos.

– ?Ah, si? ?Tiene gracia! ?Y entonces aqui no es lo mismo?

– Se ve que no.

– Ganas de andar con pijaditas, con tal de no dejar vivir.

– Eso sera – dijo Alicia -. Bueno, venga, a vestirnos. Tu, Paulina, levanta.

– Si vieras que tengo mas pocas ganas de moverme de aqui. Casi que nos quedabamos hasta luego mas tarde.

– ?Ahora sales con esas? Anda, mujer, que tenemos que reunimos con los otros. Veras lo bien que lo pasamos.

– No se yo que te diga.

– Pues lo que sea decirlo rapido.

– Nos quedamos – concluyo Sebastian. Alicia dijo:

– ?Que lastima, hombre; cada uno por su lado!

– Yo a lo que hubiera ido de buena gana es a bailar a Torrejon.

– ?Otra vez? – dijo Mely-. ?Que tio! Se te mete una idea en la cabeza y no te la saca ni el Tato.

– ?Y esos, que hacen?

Miguel se aproximo al grupo de Tito. Estaban cantando.

– ?Eh, que os vengais para arriba!

– ?Como dices? No te hemos oido – contestaba Daniel. Lucita se reia.

– Venga, menos pitorreo. Que se hace tarde. Decidir.

– ?Y que tendriamos que decidir?

– Bueno, a ver si va a haber aqui mas que palabras. Dejaros en paz ya de choteos y decirlo si no venis.

– Pues hombre, segun adonde sea…

– Vaya, esta visto que con vosotros no se puede contar. No tengo ganas de perder mas tiempo. Alla vosotros lo que hagais.

Miguel se dio media vuelta y regreso hacia los demas.

Carmen y Santos se habian levantado. Ella estiraba los brazos, desperezandose, con la cara hacia el cielo. Bajo los ojos.

– ?Queme miras?

Santos estaba delante de ella, apoyado en el arbol. Se arrimo contra el y le paso la mejilla por la cara.

– Cielo – le dijo.

– ?Te vienes a vestirnos, Carmela?

– Si, guapa; ahora voy. Cojo la ropa. Se agacho a recogerla. Santos seguia apoyado contra el tronco.

– Oye, Carmen.

– Dime, mi vida – lo miro.

– ?Te apetece a ti mucho subir?

– ?Eh? Pues no se, en realidad. ?Lo decias?

– No, por si estabas cansada. Pense que estarias cansada. Alicia paso de nuevo.

– Vamos, si vienes.

Ya tenia su ropa en la mano; unas sandalias verdes.

– Listo.

– Tu, vistete tambien – dijo Alicia -. ?Que haces ahi parado? ?Que esperas?

– Ya voy, ya voy…

Miguel ya se estaba vistiendo. Santos se movio. Mely se iba con Alicia y con Carmen. Pasaron junto al grupo de Daniel.

– Vaya tres patas para un banco – dijo Alicia. Mely no los miro. Carmen decia:

– ?Que dia mas bueno, chicas! Vaya una tarde de domingo mas rica que se ha puesto.

– ?Si? – dijo Mely -. Tu sabras.

Sebastian tenia la cabeza apoyada en las piernas de Paulina. Ella miraba a los ladrillos del puente, retintos de sol; la sombra de las bovedas sobre las aguas terrosas del rio.

– Manana, lunes otra vez – dijo Sebas -. Tenemos una de enredos estos dias…

– ?En el garaje?

– ?Donde va a ser?

Habia pasado Fernando por delante de ellos y ahora enjuagaba alguna cosa en la ribera.

– ?Cada dia mas trabajo, que asco! El dueno tan contento, pero nosotros a partirnos en dos.

– Tu no piensas en nada.

– ?Como que no?

– Que no te acuerdes ahora de eso.

– Es imposible no pensar en nada, no siendo que te duermas. Nadie puede dejar de pensar en algo constantemente.

– Pues duermete, entonces.

Le ponia la mano encima de los ojos.

– Quita. Para dormirse, no sale uno de excursion.

– ?Entonces, tu que quieres?

Ya volvia Fernando retorciendo el banador, para escurrirle el agua.

– No tener tanto trabajo. No renegarme los domingos, acordandome de toda la semana.

– ?Que hay? – dijo Fernando -. Vaya galbana que tenemos. Como dominas la horizontal. Pues felices vosotros que no teneis mas que montaros y pisarle al acelerador, para plantaros en Madrid en un periquete.

– Senoritos, ya ves.

Carmen se estaba vistiendo contra las zarzas del ribazo, mientras Mely y Alicia le sostenian el albornoz.

– Me he puesto como un cangrejo – se miraba los hombros.

Iba escamoteando el cuerpo entre la ropa. Por debajo de la blusa, se bajaba los tirantes del traje de bano.

Вы читаете El Jarama
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату