– Acabo ahora mismo, moninas. No mireis – se reia.

– Valiente tonta – dijo Mely -. Te creeras que eres Cerezade.

Carmen habia enfilado las mangas de la blusa y se cino la falda. Luego dejo caer el traje de bano y sacaba los pies. Vino la voz de Fernando, que se diesen prisa.

– Espabila. Esos ya estan listos.

Sono algo en las zarzas, mientras Alicia se vestia. Se asusto. Tiraban tierra desde lo alto del ribazo.

– ?Que poquita verguenza! – dijo Mely, mirando hacia arriba.

Habia visto dos cabezas ocultarse para atras. Carmen dijo:

– Chaveas.

– No tienen gracia.

Volvio a sonar redoblada la lluvia de tierra en las hojas de los zarzales. Alicia miro tambien.

– No te creas que no tiene cara el tipejo. ?Que pesaditos se ponen!

– Es que hay mucho gracioso por el mundo – dijo Mely-. ?Terminas?

– Cuando querais.

Los otros habian vuelto a llamarlas a voces.

– No vamos a apagar ningun fuego, digo yo. Se reunian con ellos.

– ?Lo habeis cogido todo? - preguntaba Miguel.

– No te preocupes, vamos.

Miguel se volvia hacia Paulina y Sebastian.

– Bueno, antes de las diez, que procureis estar arriba. Y si no, ya sabeis que alli os quedamos todos los bartulos y las tarteras, para llevaroslo en la moto. ?De acuerdo?

– Si, hombre; si antes de que os vayais, subiremos; no tengas cuidado.

– Pues hasta luego.

– Que lo paseis muy bien.

Daniel, Tito y Lucita estaban hechos un monton. Se les oia reir.

– ?Que tres!

– Ahi os quedais – les decia Miguel-. Yo no es que quiera decir nada, pero nosotros a las diez nos largamos. Asi que vosotros vereis.

Tito habia levantado la cabeza y les hacia un signo expulsivo con la mano.

– Iros, iros, nos tiene sin cuidado. Nosotros somos independientes.

– ?La Independencia de Cuba! – se le oia detras a Daniel. Lucita dijo:

– Hasta luego.

Los otros se alejaban.

– Se la van a coger de campeonato – iba diciendo Miguel-. Por Lucita lo siento.

Santos y Carmen se habian adelantado. Ya comenzaban a subir la escalerita de tierra, cogidos por la cintura, mirandose los pies, como si fueran contando los peldanos.

– El par de tortolos – dijo Mely. Fernando hablaba con Miguel.

– Chico, las siete y media que son ya. Esos deben de estar mas que hartos de esperar por nosotros.

Poco a poco se iban elevando sobre la escalerilla, y la gente del rio quedaba abajo y atras. Todavia muchos grupos esparcidos por la arboleda y en la otra orilla, entre los matorrales, al borde del erial amarillento; algunos cuerpos desnudos sobre el cemento de la presa, casi cromados ahora contra el sol. Eran delgadas y larguisimas las sombras de los chopos de junto al canalillo.

– Se echa el bofe.

Fernando jadeaba. Habian llegado a lo alto. Mely se detenia a la mitad.

– Esperar – les decia desde abajo -. Esto es preciso tomarselo con calma.

La musica de las radios ascendia, destemplada y agresiva, con el estrepito del publico y del agua rugiente, desde los aguaduchos ocultos bajo los arboles, rebosando sus copas, como la polvareda caliente de las juergas.

– ?Que floja eres, Mely!

Venia subiendo muy despacio y se apoyaba con las manos en los muslos. Levantaba la vista hacia los otros, para ver lo que le faltaba.

– No puedo con mi alma… – suspiro.

Luego volvieron la espalda y dejaron de ver la arboleda, los eriales, el puente. La arista del ribazo ocultaba tras ellos el rio, las aguas de color fuego, sucio, la turbia vena que corria casi indistinta, a lo lejos, en la tierra, bajo el rasante sol anaranjado. Pasaban otra vez entre las vinas. Alicia se colgo con ambas manos del brazo de Miguel. Le apoyaba la sien contra el hombros. Miguel canturreaba.

– ?Se los habra ocurrido traerse la gramola?

– Para matarlos, si no la traen.

– ?Pues tanta gana tienes tu de bailoteo?

– ?A ver que vida! – dijo Mely -. Estoy tratando por todos los medios divertirme un poquito en el dia de hoy. Sin resultado. Y no quisiera presentarme en casa con este aburrimiento, porque me iba a decir mi tia que si vengo enferma, nada mas verme entrar con esta cara.

– Vaya por Dios, ahora resulta que te has aburrido.

– ?Que va! – dijo Fernando -. Lo que la pasa a esta lo se yo.

– Tu eres muy listo.

Estaban haciendo una fabrica, alli a la izquierda del camino, que ahora iba encajonado entre la valla de las obras y la alambrada de la vina buena. Largas naves, con techos de cemento; los andamios vacios. Volaron dos palomas.

– Yo no comprendo – decia Miguel -; siempre salis con eso de que si os aburris, mi hermana igual; nunca lo he comprendido. Yo, la verdad, yo no se distinguir cuando me aburro de cuando me divierto, te lo juro. Sera que no me aburro nunca o que no…-se encogia de hombros.

– Dichoso tu.

Luego, al ir a cruzar la carretera, Santos y Carmen se habian detenido y hablaban a grandes voces con alguien que venia. Se volvio Santos a los del camino: «?Eh, aqui estan estos!», les grito. Eran el Zacarias y los otros. Zacarias y Miguel se daban la mano los primeros, como dos jefes de tribu, en mitad la carretera.

– ?Que hay, facinerosos?

– ?Pues ya era hora que se os viese el pelo!

– Ahi hemos estado.

– Supongo que habeis traido la gramola, ?o es mucho suponer?

Una rubia que venia con ellos miraba los pantalones de Mely.

– ?En los arboles?

– Si, ahi abajo, donde esta la presa.

– ?Y…?

– Pues nada, bien.

– Esto se pone atestado.

– ?Y vosotros?

Se habian detenido en la carretera.

– ?Pues no venia Daniel?

– ?Venia!

Fernando se abrazaba con otro, al que llamaban a voces «Samuelillo madera», y le pegaba punos en los brazos. A Zacarias se le veian las rayas de las costillas por la camisa abierta.

– Tambien venian Tito, y Sebastian con la novia, y Lucita y creo que nadie mas…

– ?Ya nos vamos haciendo modernas!

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