– ?Quien, yo?

– Se han quedado en el rio. No se…

– Bueno, nos coge la noche y sin movernos de aqui.

– ?Que no sabes?

– En que pararan.

– ?Viene un coche, apartarse!

– ?Y las placas?

– Ese las trae.

– ?Que polvo!

– Vamonos ya…

Se habian sentado tres en la cuneta.

– ?No conoceis a Mariyayo? Es nuestra nueva adquisicion.

Tenia una cara de china, el pelo negro y liso. Alicia la conocia ya de antes. Se saludaron y Fernando la miraba el busto y las caderas; luego le dio la mano tambien.

– Si, senor, y una buena adquisicion, ademas – comentaba riendo.

Mariyayo le sostenia la mirada con una sonrisa zumbona.

– Encantada…

– Pues placas venian seis, pero una se la cargo esta manana el atontado de Ricardo.

– Aqui no estamos haciendo nada – dijo Mely-. Moverse de una vez.

– ?Donde os habeis metido todo el dia? No hubo manera de guiparos.

– Nosotros vamos a los sitios buenos – dijo la rubia -; ?que te creias?

– Somos gente cara.

El que venia con la gramola la habia depositado en la cuneta y se estaba contemplando un aranazo en el empeine del pie.

– ?Tu, Profiden! – le dijo uno que traia un macuto de costado-. ?Son sitios de dejar la gramola? El otro levantaba la cabeza.

– Me llamo Ricardo.

Tenia unos dientes muy blancos y perfectos. El del macuto se reia. Dijo Miguel:

– Pues nos juntamos unos pocos. ?Vosotros sois…?

– Ocho y el perro.

– ?Que perro?

– Ninguno. ?Siempre picais!

– Tan bromista. Bueno, estamos aqui parados, vamonos ya.

Santos y Carmen ya se habian adelantado, camino de la venta. Los otros echaron a andar despacio, en tropel, esperandose unos a otros. Fernando tomaba posiciones a la derecha de Mariyayo.

– ?Y tu de que barrio eres?, si no es indiscrecion. Mariyayo contestaba riendo:

– De la Colonia del Curioso, ?la conoces? Miguel y Zacarias iban juntos, y Mely se habia cogido del brazo de Alicia; iba diciendo:

– Es mona. Tiene cara de chinita.

– La llamaban la Coreana, en la Academia de Corte donde nos conocimos.

Zacarias se volvio a gritarles a los de la gramola, que estaban todavia retrasados junto a la carretera:

– ?Ricardo, venga ya, que es para hoy!

Samuel venia con la rubia; la traia cogida con el brazo derecho por los hombros. El sol estaba enfrente, ahora, al fondo del camino, sobre las lomas del Coslada. Las otras dos chicas que venian esperaban a Ricardo y al del macuto.

– ?A que hora es vuestro tren? – le preguntaba Miguel a Zacarias.

– A las veintidos treinta.

– Estas tu muy ferroviario.

– Asi lo pone alli.

– Pues de sobra. Hasta y veinte, podemos divertirnos un buen cacho.

– No se, a lo mejor alguna de las chicas quiere marcharse anteriormente, y nos fastidia.

Santos y Carmen estaban parados ante la casa de Mauricio:

– Miguel – dijo Santos -. Ven un momento que te diga. Carmen se habia apoyado en la pared.

– ?Que hay?

– Mira, oye, que Carmela se siente un poco floja. Esta cansada, ?sabes?, y demas. Asi que hemos pensado que nos vamos a ir para Madrid. Porque total aqui ya no hacemos nada, ?no me comprendes?, y mas vale que llegue a su casa y se acueste tempranito.

– Bueno, bueno, vosotros vereis. Si se encuentra cansada, marcharos. Eso como tu quieras. Ya lo siento, hombre, que os vayais tan temprano, pero si esta cansada sera lo mejor.

– Asi que voy a sacar la maquina y nos largamos ahora mismo.

Miro de reojo a Zacarias y anadio:

– Y perdonar que no os esperemos, ?eh?

– ?Que cosas dices!

– Tiene poca costumbre de banarse en el rio, ?sabes?, y se conoce que ha sido eso lo que la ha fatigado.

– Que si, hombre, que si. Si no teneis que dar explicaciones. Cogeis la bici y en paz.

Habian llegado ya todos a la venta.

– ?Entramos o que pasa?

El carnicero alto los estaba mirando desde el umbral. Santos dijo:

– Pues entonces esta noche, si vais por Machina, hacemos cuentas de lo que aporta cada cual. Y si no, manana.

– De acuerdo – dijo Miguel.

Iban entrando todos. Los de dentro miraban a las chicas, conforme pasaban.

– Ya estamos aqui otra vez.

– Muy bien – dijo Mauricio -. Van a pasar al jardin, ?no es eso?

– Si senor.

– Pues adelante, adelante. Ya saben el camino. Se metieron hacia el jardin. Mely paso la ultima.

– ?Ole lo moderno! – murmuro el alcarreno tras de mirar los pantalones de la chica.

El pastor le decia:

– Por alli por la Alcarria no veis estas cosas, ?a que no?

– Ca. Alli una vez se apearon de un automovil unos cuantos con una dama en pantalones y que venian hablando forastero, y no los quisieron dar de comer en la fonda, porque decian que si eran protestantes.

– En la Alcarria tenia que pasar esto – dijo el pastor -. Ya ves tu lo que tendra que ver la religion con la ropa que uno lleve puesta.

– Pues nada, claro esta. Pero es que la que tenia alli la fonda por entonces es una muy beata y se nego por miedo de que el cura le fuese a reganar.

El alcarreno se reia; prosiguio:

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