– ?Cuidado los chavales lo revoltosos que son! – dijo Mauricio-. Las cosas que discurren.
– Es que no tienen dos dedos de frente estas criaturas – le contestaba Ocana, colocando la silla de ruedas contra la pared.
– Esto lo hace la edad – repuso el carnicero alto -. Ahi no hay malicia ninguna.
– Pues la edad del mayor era ya como para no hacer estas cosas.
Ocana se secaba el sudor con un panuelo. En cuanto hubo entrado, los ninos pegaron un bote y salieron corriendo hacia la parte trasera de la casa. Ocana se aproximo a la mesa del tullido.
– Dispense usted esto, por favor. De veras que lo siento. Pero es que los chicos ya sabe como se las gastan. Disculpelos usted.
Coca-Cona levanto la cabeza.
– ?Yo? ?Como se ve que no me conoce! Por mi como si quieren estarse paseando todo el dia. Bien demas esta. Precisamente lo estaba diciendo ahora, que menos mal que hay alguien que el trasto ese le sirve de jolgorio y deja de ser siquiera por un rato una cosa tan fea y tan sin gracia, como yendo montado un servidor. Conque no se preocupe ni me venga con disculpas, porque aqui no es el caso.
– Usted es tan buena persona que se lo quiere tomar de esa manera y yo se lo agradezco…
– ?No diga cosas! Agradecido tengo yo que estarselo a los hijos de usted, aunque le extrane, por el haberse aprovechado del triciclo de la puneta y haber hecho fiesta con el. ?Cuando se habra visto en otra…? Bueno: ?a cuatros!
Detonaba la ficha en el marmol. Ocana prosiguio:
– Pues va usted a permitir que lo convide a una copa. Y a sus companeros tambien.
– Hombre, eso si – exclamo Coca-Cona, volviendo a levantar la cabeza del juego -. Eso, a todas las que quiera usted. Ocana sonreia.
– Aqui el que no se consuela es porque no quiere – dijo el tuerto.
Coca-Cona se volvio para gritarle:
– Ya esta. Ya esta metiendose con la gente otra vez – decia don Marcial-. Atiende al juego, hombre, atiende a la partida, que luego perdeis, y te envenenas contra el pobre Carmelo.
En esto habian entrado cinco madrilenos; tres chicos y dos chicas. Hablaron algo con Mauricio y pasaban al jardin.
– He dicho y lo repito que el que no se consuela es porque no quiere, y al decirlo lo digo con mi cuenta y razon – replicaba el tuerto.
– Pues lo que es tu, como no sea porque te ahorras tener que guinarlo, cuando te vas de caza – contesto Coca-Cona – no se que otro consuelo es el que tienes, con ese ojo hervido, que tan siquiera si pudieras sacartelo te valdria cuando menos para jugar al gua.
El alcarreno se reia:
– Y a ti la mala labia no te falta, no creas. Por eso que no quede. Todo lo que las patas no te corren, te lo corre la lengua. ?Y mas! Ya te lo digo; cuando falta de un lado, se compensa de otro. Eso es lo que nos pasa a los invalidos como tu y como yo. Que nos desarrollamos por donde menos se diria. ?Quieres saber lo que me crece a mi?
– No es necesario que lo digas – contesto Coca-Cona -. Tu siempre la nota facil y grosera. ?De la Alcarria tenias que descender!
Coca-Cona se volvia de nuevo a la partida.
– Pues si senor, de la Alcarria – dijo el otro bajito, que habia entrado con el tuerto y que traia un zurron de pastor -; de la Alcarria, de alli nos viene todo lo malo. De alli bajan los zorros y los lobos, que nos matan las reses.
– ?Tu tambien? – le decia el alcarreno -. Anda, mas te valdra que te afeites los domingos, para venir a terciar con las personas.
Se dirigio al Chamaris y a los dos carniceros; continuaba:
– Pues si, es cierto que el que no se consuela es porque no quiere. ?No saben lo que a mi me dijeron cuando perdi el ojo este, a los dieciocho anos?
– Pues cualquier tonteria – dijo Claudio -. A saber.
El alcarreno se secaba la boca con el dorso de la mano; dijo:
– Va uno alli del pueblo y se me pone, a los dos o tres dias de ocurrido el suceso… porque fue con una caja de pistones, ?no saben?, de esos de ley, que tienen una bellotita en el culo; bueno, ahora ya no se encuentran. Pues, a lo que ibamos, me viene el tio, con toda su cara, y me dice: «No tengas pena, que con eso te libras de la mili». Me cague en su padre. No digo mas, lo mal que me sento. Pues luego, dejate, que se paso el tiempo y por fin viene el dia en que me llaman a mi quinta y ahi me tienen ustedes a mi, que me puse la mar de contento de ver que yo me quedaba en casita, mientras los otros se marchaban a servir. ?Que les parece?
– Ya. Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
– Yo, de ahi lo que yo digo de que el que no se consuela es porque no quiere. Hasta de las desgracias se saca algun partido. De fisico, ya de antes no tenia yo nada que perder; lo mismo da ser feo y tuerto, que feo a secas. Asi que cuestion de visita unicamente. Pero en eso, mire usted, si me apura, le dire que con un ojo llega uno a ver casi mas todavia que con dos. No le parezca un disparate. Lo que pasa es que cuando se tiene solo un ojo, como sabes que tienes ese solo, te cuidas de tenerlo bien abierto, de la noche a la manana y de la manana a la noche y te acaba sabiendo latin, el ojo ese – se ponia el indice bajo la pupila de su ojo sano -. Asi que con uno solo termina uno viendo muchas cosas que no se ven con los dos.
Ocana hablaba de nuevo con el chofer:
– De estos que han traido ahora, los que salen mejores son los Peugeot. Pese a la falta esa que tienen de que son muy bajitos para montar.
Bajaba el sol. Si tenia el tamano de una bandeja de cafe, apenas unos seis o siete metros lo separaban ya del horizonte. Los altos de Paracuellos enrojecian, de cara hacia el poniente. Tierras altas, cortadas sobre el Jarama en bruscos terraplenes, que formaban quebradas, terrazas, hendiduras, desmoronamientos, cumulos y montones blanquecinos, en una accidentada dispersion, sin concierto geologico, como escombreras de tierras en derribo, o como obras y excavaciones hechas por palas y azadas de gigantes. Bajo el sol extendido de la tarde, que los recrudecia, no parecian debidos a las leyes inertes de la tierra, sino a remotos caprichos de jayanes.
– Por alla es Paracuellos, ?no, Fernando?
– Si, Paracuellos del Jarama. La torre que se ve. Vamos, no te detengas.
– ?Tu has estado?
– ?En Paracuellos? No, hija. ?Que se me puede haber perdido en Paracuellos?
– Podias, yo que se. A mi, ya ves, ahora mismo me gustaria encontrame sentada en el borde de aquel precipicio. Tiene que estar bonito desde alli.
Caminaban de nuevo.
– Ah, tu ya lo sabemos, Mely. Tu siempre has sido una fantasiosa.
De nuevo llego la musica y el alboroto de los merenderos. Las sombras de Fernando y de Mely se corrian ahora, larguisimas, perpendiculares al rio. En sombra estaban ya del todo las terrazas abarrotadas de los aguaduchos y se agitaba la gente en la frescura de las plantas y del agua cercana. Sonaba la compuerta. Mely y Fernando volvieron a pasar por delante de las mesas, pisando en el mismo borde de cemento del malecon. Ella miro los remolinos, la opresion de la corriente, alli donde todo el caudal se veia forzado a converger en la compuerta, la creciente violencia de las aguas en la estrechura del embudo.