esta mal, digo yo. Una prenda que, sin ser ninguna cosa del otro jueves, la puede llevar la nina a cualquier parte; sin que le desmerezca. ?Pero estate ya quieta, hija mia! ?Eh, Nineta? ?Que te parece?
– ?Ay, mama, no me des esos meneones…!
– ?Calla! ?No ves aqui, Nineta? Sus fruncidos… Mira, de aqui le saque un poquito para darle la forma esta, asi abombada, ?no ves?, ?te das cuenta como esta hecho? Y el plieguecito este, por detras, se lo…
– ?Pero, mama, no me levantes las faldas! – decia la nina sordamente, mirando mortificada hacia el jardin.
– ?Te estaras quieta de una vez! ?No ves que le estoy ensenando el vestido a tu tia?
Manolo habia saludado con un leve gesto de cabeza hacia la mesa de los Ocana. Felisita estaba roja:
– ?Dejame ya, mamita, dejame…! – suplicaba gimiendo por lo bajo.
– Debe de ser el novio de la chica – dijo Sergio, volviendose a las dos mujeres.
Ellas miraron a un tiempo hacia el jardin. Felisita se vio liberada. Manolo se habia acercado a Justina.
– Seguro es el – dijo Nineta. Todos, menos Felipe Ocana, miraban a los novios. El Chamaris recogia los tejos. Los dos carniceros sacaban tabaco.
El Chamaris les susurro:
– Chsss, luego hablaremos de eso.
Manolo le decia a su novia:
– No me ha gustado nada lo que haces, Justina.
– ?Ah, noo?
– No, y ademas ya lo sabes de siempre.
– ?Si? Pues bueno – se encogia de hombros -. ?Que mas?
– Oye, mira, no te me pongas tonta, que no tengo ganas ahora de discutir, aqui delante todo el mundo.
– ?Yoo? Yo no me pongo tonta. Eso tu.
– Bueno, mira, Justina, mejor sera que te vayas a arreglar, y luego…
Se habia acercado el Chamaris:
– ?Me permite un momento? – le decia a Manolo con una soterrada sonrisa, fingiendo timidez -. Los tejos, Justina. Tu que sabes en donde los guardais.
Se los puso en la mano.
– Dispensen y hasta ahora – anadia retirandose.
– De nada – dijo Manolo fugazmente, y proseguia en voz sorda, con acritud -. ?Te crees que yo te pienso aguantar que te lies a jugar a la rana, con tres hombres, aqui, dando el espectaculo en todo el jardin, y aquellos senores delante? Dilo, ?te crees que te voy a consentir?
– Haz lo que quieras, chico.
– No me contestes asi, ?eh? No me saques de quicio ahora…
Echo una rapida ojeada hacia atras, para ver si los estaban observando. Los carniceros y el Chamaris encendian sus cigarrillos.
– Mas vale que me contestes de otra manera, ?lo entiendes?
– ?De veras? ?Huy que miedo me da! ?Pero vas a enfadarte? ?Que miedo, chico!
Manolo apreto las mandibulas. Grunia por lo bajo:
– ?Mira, Justi, que damos el escandalo! Yo te lo aviso. ?No me, no me…!
La cogio por el brazo y la apretaba, clavandole las yemas de los dedos:
– ?Me oyes? Justina se revolvia:
– Sueltame, idiota, que me haces dano. Quita esa mano ahora mismo, majadero. A ver quien va a ser aqui la que se tiene que enfadar.
Se desprendia de Manolo; continuo:
– Andas hablando y tramando, por detras, con mi madre, haciendo la pelotilla y diciendola que no te gusta que yo le ayude a padre en el negocio y que eso no esta bien en una chica y sandeces y cursilerias. ?Quien te has creido aqui que eres? A disponer de mi como te da la gana.
Se ponia colorado:
– Baja la voz. Te estan oyendo estos senores. Justina le dijo:
– Te da verguenza, ?no? – se pasaba los tejos de una mano a la otra y los hacia sonar, con reticencia -. Ahora te da verguenza, claro. Pues yo pienso hacer lo mismo que vengo haciendo de toda la vida. Ni se te pase por la imaginacion que ahora me vaya a parecerme mal lo que siempre he tenido por bien hecho. Ni te lo suenes eso, Manolito.
Manolo se impacientaba; miro de nuevo tras de si:
– Bueno, dejalo ahora. Luego resolveremos este asunto. Ahora me haces el favor de arreglarte y ya lo hablaremos luego todo eso.
– ?Ni arreglarme ni nada! ?Que te has creido? Hoy no salgo. No puedo salir. Tengo que ayudarle a mi padre, para que te enteres. No esperes que me vaya a arreglar.
– ?Ah, no? Conque no sales hoy conmigo, ?eh? ?Tu lo has pensado bien?
– Claro que si.
– ?Conque si? Pues esto a mi no me lo haces dos veces. Y ademas te lo juro. No tendras ocasion. ?De modo que no te arreglas?
– Creo que ya te lo he dicho.
– Pues te arrepientes. Por estas – se besaba los dedos -. Me las pagas. Por mi madre que en paz descanse, fijate, por mi madre, que no me vuelves a echar la vista encima.
– Bueno, pues luego no te arrepientas. Que lo pases muy bien.
– No tengas cuidado – sonreia Justina -. Si me arrepiento te pondre una postal.
Manolo fue a responder, pero dio media vuelta y se metia hacia el pasillo. Justina miro a sus espaldas y movio la cabeza. Despues se llevo la mano a la boca y se mordisqueaba el dedo indice, mirando reflexivamente hacia la tierra del jardin. El Chamaris y los dos carniceros la observaban, fumando. Justina levanto la cabeza y se acerco a ellos:
– ?Han visto?, ?el mameluco, paniaguado! – les decia -. ?Si sera idiota…!
– ?Que? – preguntaba Claudio -. ?Hemos tarifado?
– Calle, por Dios. Si es que no hay quien lo aguante.
– ?Perooo…? ?Definitivo? – decia el Chamaris, haciendo con la mano un hachazo en el aire -. ?Para siempre ya? Justina asintio con la cabeza:
– Para toda la vida – dijo en tono zumbon. Hablo el carnicero bajo:
– Eso tampoco, nina. Eso tampoco se debe decir. El mundo da muchas vueltas y no se puede ser tajantes.
– Pues lo que es en esto, yo se lo puedo asegurar.
– Calla, calla; que estas ahora todavia en el calor de la disputa. Dejate que la cosa se enfrie y despues hablaremos. Eso son cosas que no se saben hasta la noche.
– Ni nada. Aunque no hubiera mas hombre en este mundo, se lo digo yo a usted…
– Eso te cuesta a ti muy poco el decirlo – decia el carnicero Claudio-. Demasiado lo sabes tu, que si no quieres, soltera no te quedas. Pero ya me vendrias a mi, otra que no tuviera ese fisico y esa