– Pues si, conque a ver el monasterio, decian. ?Y que monasterio?, les preguntaban los muchachos. Hasta que un hombre les enseno cuatro piedras mal puestas que hay asi en una loma, segun se sale, que es todo lo que queda en pie del tal monasterio. Pero es tan poca cosa, que a nadie ya se le ocurre llamarlo monasterio a eso. Tenian un capricho pero grande con el dichoso monasterio. Y es que la gente, cuanto mas moderna, mas se le antoja de ver cosas antiguas. Y eso tambien se comprende. Pues luego la viuda de la fonda se quedo con un palmo de narices y se la llevaban todos los demonios, al ver que el mismo cura en persona les andaba explicando a los otros el cacho ruina. Y a raiz de aquello, ya no alternaba tanto por la iglesia y se la termino la religion.

Los carniceros se divertian. Dijo el pastor, riendo:

– Mira, eso si que tuvo un golpe.

– Las cosas de los pueblos aquellos – dijo el otro -. Alli no es como en estos de cerca de Madrid, que esta la gente ya muy maliciada y todo lo tienen visto.

– Demas, demas de malicia – asentia el pastor, moviendo la cabeza.

Don Marcial chupaba la puntita de su pequeno lapiz copiativo y apuntaba en el marmol. El chofer del mono grasiento decia:

– No hay mas que ver la forma en que van colocadas las bujias en el modelo ese y como van colocadas en cambio en el Peugeot del cuarenta y seis. Menuda diferencia – se volvio hacia Mauricio-: Ponnos otro vasito, anda, a mi y a este senor. Mire usted, y es que hay casas que se preocupan de superarse tecnicamente en cada nuevo modelo que sacan a la calle.

– Ya. Otras, por el contrario, no modifican mas que la carroceria. Lo externo, vaya, lo que da el pego. La fachada, como si dijeramos. Esa si, la Peugeot, esa si que es una casa seria.

– Naturalmente. Tenga – le ponia en la mano el vaso que Mauricio les habia servido – En esto de los coches, como en todo, es lo de dentro a fin de cuentas lo que importa. Como en todas las cosas. ?Por que en los coches habia de ser distinto?

Pasaban Carmen y Santos, con la bici cogida del manillar.

– ?Ya de marcha? – preguntaba Mauricio.

– Ya. Es que tenemos un poquito de prisa, ?sabe usted? Esos otros se quedan hasta mas tarde.

– Pues nada. Que a ver si el domingo que viene los vuelvo a ver por aqui.

Se secaba la mano derecha en el pano y luego se la ofrecia.

– Ese alto ha quedado ya encargado de abonarle todo lo de hoy – dijo Santos, estrechandole la mano a traves del mostrador -. Para no andar echando cuentas ahora, ?sabe?

– Muy bien. Pues hasta pronto, entonces, jovenes.

– Adios. Ustedes sigan bien – dijo Santos y levanto la rueda delantera de la bici, para subir el escaloncillo de la puerta.

– ?Habeis pedido ya?

El gramofono estaba en una silla. Los Ocana miraban en silencio, desde el rincon opuesto del jardin.

– Ahora nos traen un poco vino.

– Yo bebo ajenjo – dijo riendo Zacarias.

Hundia la nuca en la enramada, al recostar su silla para atras. La placa del gramofono se agitaba bruscamente, mientras el dueno movia la manivela.

– ?Y eso que es? – preguntaba Mely.

– Una bebida oriental.

Zacarias se reia; tenia cara de galgo, con sus facciones aninadas

– ?Como tu!

– Yo he nacido en Bagdad, ?no lo sabias?

– Se te nota.

– ?Como? No te quiero sacar la partida nacimiento, porque esta en arabe y no te ibas a enterar.

– Me basta con tu palabra, chico.

Se habian sentado todos en una mesa grande, a la izquierda de la puerta que salia del pasillo, bajo el muro maestro de la casa. El de los dientes bonitos estaba de pie, junto al que daba cuerda a la gramola.

– ?Esa musica!

– Un poco de paciencia. Alicia pregunto:

– ?Que placas son las que teneis?

– Unas del ano la pera.

– Para bailar ya valen – dijo Samuel -. Hasta una samba tenemos.

– Me gusta.

– Y un tango de Gardel: «El lobo de mar».

– ?Pues ese si que es nuevo! – se reia Fernando.

La rubia de Samuel se recostaba para atras, apoyando los codos en el alfeizar de una ventana que habia a sus espaldas; se le marcaba el pecho hacia delante. Tenia una blusa encarnada.

– Ponte de otra manera – le decia Manuel.

– ?Por que?

– Baja la silla, la vas a partir.

– ?Quien tiene las agujas?

– ? Tu!

Se toco los bolsillos por fuera y las oyo sonar.

– Tenias razon. ?Cual ponemos?

– ? Funciona ya? Pues venga la rumba.

– El primero que salga – dijo Ricardo, y metia la mano en el macuto-. Este mismo.

– ?A ver cual es?

– No. Sorpresa.

Los otros cinco madrilenos que habian entrado a media tarde ocupaban una mesa enfrente, junto al gallinero. Petra miraba su reloj.

– Pero estos crios, estos crios… Va siendo hora. Sergio habia vuelto su silla hacia el centro del jardin, para mirar el baile.

– Ya volveran.

– ?Y el otro!; ahi estara tan fresco apestandose de vino…

– Hay que encender la lumbre y hacer la cena – decia Felisita, apoyando a su madre, con tono de juiciosa.

– ?Como si no! ?No se acuerdan de nada! – dijo Petra. Los cuatro miraban hacia la gramola y el grupo de Miguel y Zacarias.

– Deja vivir a tu familia, mujer.

Una raya de sol que habia lucido en los ladrillos de un trozo de tapia sin enredadera, entre la mesa de los Ocana y la de la pandilla de los cinco, se habia ido adelgazando hasta perderse, y ahora quedaba en sombra todo el jardin. Aparecio la cabeza de Juanito por encima del muro. Sono la musica.

– ?Queo, mama! ? Mirame, mamaita!

Sonaba en la gramola el pasodoble de las Islas Canarias.

– ?Pero, Juanito…! ?Bajate de ahi inmediatamente! ?Y ya estais volviendo ahora mismo los tres para aca! ?Pero volando!

La cara de Juanito se oculto.

– ?Senor, que barbaridad, que chicos estos!

Salia una de luto a bailar con Ricardo. Fernando se reia con Mariyayo, en el rincon; ella mostraba los multiples recursos de sus ojos chinescos.

Вы читаете El Jarama
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату