aventura, ya nada mas que porque fuma esos polvitos.
– Nada de eso. Pero si el tiene ese gusto, ? yo por que se lo voy a quitar?
– Ningun bien puede hacerle a la salud.
– Bueno, ?que?, ?no poneis otra placa?
– Aguarda, descansa un poquito por lo menos. Cinco que hay, ?no las vas a poner una tras otra?
– Cinco, que son diez
– No todas tienen vuelta; me parece que hay dos por lo menos que no la tienen.
– Aunque sean ocho. Ni tiempo vamos a tener de ponerlas todas. Ni tiempo.
– Bueno, Mariyayo, ya lo sabemos, hija mia. No nos lo recalques encima, para que se nos haga mas corto de lo que es, no me fastidies.
– ?Y para que se va uno a enganar?
– ?Barrena mas todavia!, ?di que si!
– ?Y que se siente cuando se fuma eso? – le preguntaba Mely a Zacarias.
– Pruebalo, que te cebe una pipa Samuel.
– No me atrevo, me da un poco reparo. ?Que se siente?
El camino corria paralelo a la sombra de Almodovar. Solo una raya silenciosa, al correr de la bici, se trazaba en el polvo ensombrecido. Todavia brillaba debilmente el manillar niquelado, junto a las manos de Carmen, las sucias pajas cromadas del rastrojo, la porcelana blanca de las tazas aislantes, en lo alto de los postes, que atalayaban a Occidente, por detras de la mesa de Almodovar, la ultima y cardeno-azulina claridad. A sus espaldas, el humo alto de la chimenea de Cementos Valderribas, se tendia, falto de viento, en el cielo de pizarra, inmovil sobre los negros edificios de la fabrica, sobre el termino solitario de Vicalvaro, la torre y el borroso caserio. Carmen se estremecio, porque ahora oian encima el zumbido viajante de los cables, el electrico mosconeo del tendido, que atravesaba sobre sus cabezas.
Santos miro en la luz casi nocturna, a su derecha, a la parte de alla del rastrojo, hacia la yerma ladera de Almodovar: clareaba en la sombra difusa la tierra blanquecina, margosa de la cuesta, moteada de negro por los puntos redondos de las matas. Detuvo la bici.
– Hacemos un alto.
Carmen se desperezaba en mitad del camino. Santos miro a todas partes, sin soltar la bicicleta; dijo:
– ?Subimos a ese monte?
– ?A cual? ?Alla arribota?
– No es nada, mujer; atravesar este campo y luego seran, como mucho, ochenta o noventa metros de subida.
– Y tambien algo mas.
– ?No quieres ver Madrid?
– ?Se ve?
– Se ve perfectamente.
Habia sacado la bici del camino; anadia:
– ?Vienes o no?
– ?Tu como sabes que se ve Madrid? ?Pues con quien has subido?
Se salio ella tambien hacia el rastrojo y echaban a andar los dos juntos.
– Una tarde con mi tio Javier y con otro sargento, cuando estaba mi tio en Vicalvaro destinado; querian mirar a ver si habia perdices. Cogete a mi, si pisas mal. Tu anda mas por el surco, por el surco, un pie detras del otro; ya veras como asi no tropiezas.
– Me da aprension de pisar por el surco. ?No habra bichos?
– Si, cocodrilos y leopardos creo que hay.
Crujian los pajones del rastrojo a los pasos de ambos. Al pie de la meseta de Almodovar, dejaron la bici, tirada sobre los terrones. Luego Santos cogio a su novia de la mano y la ayudaba a subir por la ladera. Detras de ellos, lejos, por la carretera de Valencia, ya venian automoviles con los faros encendidos.
– Di, ?que se hace cuando se esta un poco bebida?
– Esperar a que se te vaya enfriando.
– ?Y mientras?
– Pues nada, procura uno de no dejarse ir la cabeza por donde el vino anda queriendo llevarsela.
Lucita clavo las manos en el suelo, con los brazos rigidos, detras de sus espaldas, y echo la nuca y el cabello para atras:
– ?Pero se esta mas bien…! – decia lentamente, cerrando los parpados.
Volvia a echar el cuerpo hacia adelante; anadia:
– Yo no deseo que se me pase, oye. ?Me encuentro tan a gusto! ?Tu?
– Pues tambien.
Lucita ladeaba la cabeza, acercando los ojos, como buscando el rostro de Tito en la penumbra:
– Chico, ya casi no te veo, de puro mareada.
– Pues no te muevas tanto, si estas mareada; cuanto menos revuelvas el vino, mejor.
– Bueno, me estare quietecita – volvio los ojos hacia el rio y la arboleda -. Ya es casi de noche del todo.
– Si, casi.
Ahora ella miro para atras:
– Daniel, ni se le ve. Ni senales de vida. Debe dormir que se las pela.
– ?Verdad? De seguro que tiene para un rato largo. No hay cuidado que despierte, ?que va!
– Esta cao. Casi ha soplado lo que tu y yo juntos. Como estaba en el medio, pues le pillaba de ida y de vuelta. Eso ha sido.
– Peor para el; tu y yo, con la mitad, nos hemos quedado en el mejor de los mundos. Es como ir en barco, ?verdad, tu, que si? Y el oleaje, ?no sientes el oleaje? – se reia -. Tu hazte cuenta que vamos los dos en una barca. Oye, ?que divertido! Tu eras el que iba remando; la mar estaba muy revuelta, muy revuelta; ?era una noche terrible y no veiamos la costa ni a la de tres!; yo tenia mucho miedo y tu entonces… Ya estoy diciendo bobadas, ?a que si? Te estara dando risa. Digo muchas bobadas, ?verdad, Tito?
– Que no, mujer, si era gracioso lo que estabas contando; tampoco eran bobadas.
– ?No te parezco una tontina? Diras que soy como los crios, que les gusta jugar a hacer cuenta que van en un caballo, y se figuran un monton de peripecias, ?a que piensas eso?, dime la verdad. ?Te parezco muy desangelada, di?
– ?Dejate ya! ?Que mas dara lo que hayas dicho, mujer? Con el vino, a todo el mundo le da por discurrir fantasias, ?te vas a andar preocupando?
– Pero yo; aparte ahora lo del vino, yo misma, me refiero.
– ?Tu, que?
– Que como soy. O vamos, que como te parece a ti que soy.
– ?A mi? No estaria aqui contigo, si no me resultaras agradable. La falta esta en que lo preguntes. Te importa demasiado la opinion de los demas.
– No la de todos. Bueno, ademas es una tonteria, ?que me importa?, cuestion de colores; cuando quiero reirme me rio. Tengo un armario de luna en mi cuarto, ?que crees?; ni la tuya en el fondo;