– Ahi se acaba. Y ademas no es un cuento.

– ?Que es?

– La pura verdad.

– Estas fresco, ?te crees que soy Caperucita?

– No, pero da lo mismo, para el caso es igual, ya tendria yo donde hacer presa y dejarte la marca de los dientes.

– ?Por ejemplo?

– No se, pues en la boca, a lo mejor.

– No debias haber dicho eso, Zacarias.

– ?Por que? Tu preguntas, y el lobo te dice la verdad. Si que dan ganas. ?Te molesta?

– Pues no.

– Entonces, ?por que no quieres que lo diga?

– Si que quiero. Me gusta oirtelo decir.

– Eres el diablo, ?sabes?

– ?El diablo?

– No el diablo malo, otro. Otro diablo que no se como es. Por lo pronto me gusta, me chala, es lo unico que te puedo asegurar.

– Dilo mas bajo, te van a oir…

– Pues que fueran todos los diablos como tu, y se arruinaba San Pedro.

– ?Por que me dices diablo, entonces?, no le veo el motivo.

– Ah, por algo, hija mia. Estoy seguro que por algo sera.

– Oye, me estoy poniendo un poco nerviosa, Zacarias. Pero me gusta estar contigo, ?sabes? Digo yo si sera por eso mismo, a lo mejor.

– Bebe un poco de vino, ?donde esta tu vaso?

– No, no te muevas de como estas, no te muevas, no quiero que me vean la cara esos otros, quedate asi.

– Hasta hacerle un boquete a la mesa con el codo. Yo quieto aqui, como un soldado.

– Dime mas cosas, Zacarias.

Carmen miro hacia atras y se asusto de repente; se retrepo contra Santos, en un impulso instantaneo. La luna roja, inmensa y cercana, recien nacida tras el horizonte, los habia sorprendida en la ladera, a sus espaldas.

– ?Que, hija mia…! Carmen se echo a reir:

– ?Calla, por Dios! La luna. Me cogio tan de sopeton que me di el susto padre. ?Chico, que no sabia lo que era, asi a lo pronto!, ?que se yo lo que me parecia!

– Pero, criatura, si me has asustado a mi tambien. De puro milagro no hemos salido rodando los dos la pendiente abajo. Ella reia con la cara contra el pecho de Santos.

– Carino. Mira tu que asustarme de la luna… ?que boba! Hijo, fue tan de pronto, una cosa tan enorme y encarnada…

La miraban los dos, desde la media ladera; se la veia irse distanciando del horizonte, al otro lado de los campos negros, levantando pesadamente su gran cara roja. Carmen miraba de reojo, casi escondida en el pecho de Santos.

– ?Que grande es!

– ?Sabes lo que parece? -dijo Santos.

– ?Lo que?

– Un gong.

Ella despejo la mejilla de la camisa de Santos y miraba de frente hacia la luna.

– Si, lo parece; es cierto.

– Un gong de esos de cobre. Vamos.

Llegaron a lo alto de Almodovar. Era llano como una tabla, alli arriba, y se cortaba bruscamente, precipitando hacia el talud; la meseta tendria unos trescientos metros de largo y no mas de ciento de anchura. Atravesaron a lo ancho, con la luna a sus espaldas, y se asomaron a la otra vertiente. Se veia Madrid. Un gran valle de luces, al fondo, como una galaxia extendida por la tierra; un lago de aceite negro, con el temblor de innumerables lamparillas encendidas, que flotaban humeando hacia la noche y formaban un halo altisimo y difuso. Colgaba inmovil sobre el cielo de Madrid, como una losa morada o como un techo de humo luminoso. Se habian sentado muy juntos, al borde de la meseta, los pies hacia el talud. Diseminadas por la negrura de los campos, se veian las otras galaxias menores de los pueblos vecinos. Santos las senalaba con el dedo.

– A tu derecha es Vicalvaro – decia-, Vallecas es esto de aqui…

Vallecas estaba un poquito a la izquierda, alla abajo, casi a los pies del declive. Lo dominaban desde unos ochenta o cien metros de altura. Hablaban bajo, sin saber por que.

Paulina le dio en el hombro a Sebastian.

– ?Mira que luna, Sebas! El se incorporo.

– Ah, si; debe ser luna llena.

– Lo es; se ve a simple vista. Parece, ?no sabes esos planetas que sacan en las peliculas del futuro?, pues eso parece, ?verdad?

– Si tu lo dices.

– Si, hombre, ?tu no te acuerdas aquella que vimos?

– «Cuando los mundos chocan.»

– Esa. Y que salia Nueva York toda inundada por las aguas, ?te acuerdas?

– Si; fantasias y camelos; que ya no saben lo que inventar esos del cine.

– Pues a mi esas peliculas me gustan y me agradan.

– Ya, ya lo se que tu no concibes mas que chaladuras en esta cabecita.

– Como quieras, pero tu ya me lo diras, si vivimos para entonces.

– ?Para cuando?

– Pues para entonces, el dia en que haya esos inventos y todas esas cosas. Ya veras.

– Un jueves por la tarde – se reia -. Pero, chica, no te calientes la cabeza, que te va a dar fiebre. Pues anda que no le sacas poco jugo tu tambien a las ocho o diez pesetas que te cuesta la entrada.

Sebas miro hacia atras; anadio:

– Mira, mejor sera que veamos a ver lo que estan haciendo esos tres calamidades.

Ahora un rechazo de luna revelaba de nuevo, en la sombra, las aguas del Jarama, en una rafaga de escamas fosforescentes, como el lomo cobrizo de algun pez.

– ?Nos acercamos a hacerles una visita?

– Bueno vamos.

Se levantaron. Paulina se pasaba las manos por las piernas y el traje de bano, para quitarse la tierra y las chinitas que se le habian adherido.

– ?Que haceis de bueno?

– Aqui estabamos.

Se oian llamadas de mujeres por el disperso caserio; nombres gritados largamente en los umbrales de casetas aisladas, hacia los descampados; voces lejanas, silbidos, respondian desde las rutas ocultas en la sombra. Paulina y Sebastian se sentaban con Tito y Lucita.

– Nos venimos aqui con vosotros. Oye, ?pues y Daniel?

– Ese ya la entrego; por ahi atras anda tumbado como un fardo, con una bastante regular.

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