– Tambien son ganas de complicarse la existencia. Di tu que luego va a ser ella, cuando llegue la hora de largarnos.

– Ese ya no hay quien lo menee. Manana por la manana se encargaran los pajaritos de devolverlo a la vida.

– No, Tito; eso si que no – dijo Paulina -. No podemos dejarlo toda la noche en el rio. Menudo cargo de conciencia.

– Ahora en verano se duerme bien en cualquier parte.

– ?Quita de ahi!, expuesto a cogerse un relente o peor.

– Como no mandeis pedir una grua…

– Haz chistes, ahora.

– No te preocupes, mujer – dijo Tito -; ya nos lo llevaremos como podamos; a hombros, si hace falta, como un pellejo vivo.

– Y tan pellejo.

Lucita callaba. Aun quedaba gente en la arboleda; se oia el rezo tranquilo de las conversaciones, por los grupos en sombra; se veia el pulular de las lucecitas de los pitillos, como rojas luciernagas de brasa.

Los pies de alguien tropezaban ahora con el bulto encogido de Daniel; una voz dijo: «Perdone», y el bulto le contestaba desde el suelo, con un rezongo incomprensible. Delgadisimas rayas paralelas, por cima de lo negro, muy arriba, en la angosta abertura; murcielagos fugaces contra la noche diafana.

Se volco una botella. La cogieron a tiempo de que no rodase hasta caer.

– ?El canto un duro! – dijo alguien.

El vino quedo brillando en la madera y Mariyayo le hacia canales con el dedo, hasta el borde de la mesa, para hacerlo escurrir; Fernando lo sintio gotear en sus sandalias.

– Che, nina; que me mojas.

– ?Alegria! – dijo ella, y le tocaba los hombros y la frente con las yemas mojadas en el vino.

– ?La que tu tienes! Que eres una mina de alegria… Habia oscurecido. El clan Ocana estaba en movimiento; recogian sus cosas. Lolita gritaba:

– Bueno, chicos, ?bailamos o que?

– ?Por que no le das tu a la manivela?

Felipe Ocana estaba de pie junto a la mesa de los suyos; los miraba silbando y hacia girar y sonar el llavero en su dedo indice. Petra decia:

– Y que no eche yo nada en falta cuando lleguemos a casa, ?entendido?

– El campo echaras de menos – le decia Felipe -; eso es lo que echaras.

– Si, lo que es eso, a buena parte vienes; me he pasado yo un dia como para echarlo de menos, ?sabes? Felipe dijo:

– Lo han pasado tus hijos, ?que mas quieres?

– Ya, y mi marido. A costa de reventarme yo solita y estarme desazonando por unos y por otros.

Recalcaba sus palabras con los objetos, vasos de plastico, cuchillos, servilletas, que iba metiendo en el capacho; continuaba:

– ?Te digo que…! Todo viene siempre a dar a mi. Si el cantaro da en la piedra, mal para el cantaro; si la piedra da en el cantaro, mal para el cantaro. Eso es lo unico que pasa.

Nineta la ayudaba a recoger.

– ? Vaya un diita! – seguia Petra -. Como para acordarme yo en Madrid de mas campos ni mas narices… Dame, Nineta, eso es aqui. Y tu ahora no te estes ahi parado, ?que haces ahi?; ya le podias ir dando a la carraca, que ya ves tu la hora que tenemos.

– Carraca, pero que os da de comer.

– Si, bueno; esa leccion ya me la se de memoria. Conque no la repitas. ?No decias antes que si tenias los faros de cruce de mala manera?; pues mira la luz que hay. Ya sabes que los del Trafico no se andan con contemplaciones, de modo que si nos ponen una multa… – ladeo la cara.

– ?Pues se tira de bolsillo y alla vea, puneta!

– Descompuesta me pones… Lucas protestaba:

– ?Por que reglas de tres voy a tener que ser yo el encargado de la gramola?, ?es que me habeis extendido un nombramiento?

– Si eres tu el que no dejas que nadie se le arrime.

Zacarias rechazaba, con un gesto de la mano, otra pipa encendida que le ofrecia Samuel. Este le dio a su novia con el codo.

– Oido al parche, tu – le decia por lo bajo -; date cuenta esos dos, la que se tienen ahi en la esquinita – indicaba con la sien hacia Mely y Zacarias.

Marialuisa asintio:

– No, si ya te lo dije, ?no te acuerdas que te lo dije?

– Ya. Pues estan que se comen.

– Yo no quiero mirar; mejor dejarlos. Ricardo acercaba el oido.

– ?Que hablais? – susurro-. A mi tambien.

– Curioso – le dijo Marialuisa -. Cosas nuestras.

– Secreto de Estado – anadia riendo Samuel.

– Total, ya me lo figuro, para que tu veas. Se muy bien lo que estais hablando.

– Pues si eres tan listo, no hagas preguntas, Profiden.

Ahora Loli y Fernando y Mariyayo y la otra chica que venia, armaban mucho alboroto y hacian rabiar a Lucas, golpeando con punos y vasos en la madera de la mesa; repetian:

– ??Mu-si-ca!!, ??mu-si-ca!!, ? ? mu-si-ca!!, mu-si-ca…!! El otro se tapaba los oidos.

– Vais listos – les decia -, si os figurais que con esa monserga lo vais a conseguir. Ahora ya por cabezoneria.

– ? ? Mu-si-ca!!, ? ? mu-si-ca!!, ? ? mu-si-ca.,.!!

Se habian sumado a las voces los cinco de la otra mesa. Fernando se levantaba con una botella y se acerco a servirles un vaso de vino.

– Un poco convite de parte de la panda – senalaba con la botella hacia la mesa de los suyos.

Los cinco aplaudieron. Miguel dijo:

– Pues ya no queda vino; hay que encargarlo otra vez.

Samuel se volvia hacia el muro y soplaba por la cana, para vaciar la cazoleta del kif; salto la pelotita de ceniza. Ya salian los Ocana de la mesa, hacia el centro del jardin; Petra los careaba como a una grey.

– Hale, ninos – les decia-, ir saliendo, ?no nos dejamos nada?; Nineta, mona, miralo tu, si haces el favor.

– No tengas cuidado.

Miro debajo de los bancos, en los rincones, al pie de la enramada; ya casi no se veia. Entraban los Ocana hacia el pasillo; se quedaba la mesa vacia, en la penumbra del jardin. Nineta entro la ultima.

– ?Ya se marchan ustedes? – les decia la mujer de Mauricio desde el umbral de la cocina.

– Ya, Faustina; ya nos vamos – dijo Petra. Faustina entro tras ellos al local. Los del mostrador les abrian el paso.

– Bueno, hombre, bueno – dijo Mauricio. Salia del mostrador.

– Ya nos llego la hora – les decia Felipe, agitando la cabeza.

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