de cabeza. Ya salian; Nineta se admiro:

– ?Oh, la luna, Sergio! ?Que es bonita! ?Que es grande…!Daba un reflejo cobrizo sobre la comba del guardabarros y en el duco empolvado de la portezuela.

– Irme dando las cosas – dijo Ocana, y separaba el respaldo del asiento de atras.

Mauricio y Justina habian salido con ellos. El chofer de camion los miraba desde el umbral iluminado. Felipe hundia los cachivaches en el hueco del respaldo. Luego montaba la familia; decia Petra:

– Sin atropellar, ninos, sin atropellar, que hay sitio para todos.

Justina estaba delante del coche, con los brazos cruzados.

– Bueno, te tengo que pagar las copas y los cafeses – le decia Felipe a Mauricio. Sacaba la cartera.

– ?Quitate ya de ahi!

– ?Como iba a ser? – lo cogia por la manga -. Mauricio, ahora mismo me dices lo que se debe.

– Anda, anda; no gastes bromas.

– Oye, que… Mira que no volvemos, no me andes con conas. Cobrate.

– Vete a paseo.

Petra miraba sus sombras desde la ventanilla.

– Lo que faltaba para el duro – exclamo. Mauricio empujaba a Felipe hacia el taxi.

– Montate, anda, que teneis prisa; pierdes el tiempo.

– Ni prisa ni narices. Eso no se hace, Mauricio. Mauricio se reia; intervino Petra:

– Mire, Mauricio, eso no esta ni medio bien; mi marido le quiere pagar las consumiciones y por consideracion debia usted de cogerselo. Nos quita usted la libertad, para otra vez que queramos venir.

– Nada, nada; en Madrid ya tendran tiempo y ocasion de convidarme. Alli seran ustedes los paganos. Aqui invito yo y se ha concluido. Montate, Ocana.

– Bueno, te juro que me las pagas. Palabra mia que te vas a acordar.

Se monto. Petra iba delante, con el. Justina habia puesto los brazos sobre el reborde de la ventanilla.

– Que lleguen a Madrid sin novedad – dijo hacia adentro, hacia las sombras apretujadas en el interior; no veia las caras.

Renqueaba la magneto; a la cuarta intentona, prendieron los cilindros. Felipe Ocana sacaba la cabeza.

– ?Adios, mala persona! – sonreia -. ?Y conste que me marcho muy disgustado contigo!

– Tira, anda, tira – dijo Mauricio -, que se os esta haciendo tarde.

Movia la mano junto a las ventanillas, saludando a bulto a los de dentro. Broto la luz anaranjada de los faros; el coche empezo a moverse lentamente; «?Adios, adios, adios…!». Justina quito los brazos de la ventanilla y el taxi daba la vuelta hacia el camino. Padre e hija quedaban inmoviles atras, junto a la racha de luz que salia de la casa, hasta que el taxi, con una cola de polvo que ofuscaba la gran luna naciente, tomo la carretera.

– ?Silencio todos! ?Escucharme un momento! ?Me quereis escuchar?

Agitaba Fernando la botella en el aire, en mitad del jardin, y la racha de luz que salia de la cocina le alumbraba la cara y el pecho y relucia en el vidrio. Gritaba hacia la sombra de las mesas, a los otros, que habian vuelto a pedir musica, musica.

– A ver que es lo que quiere este ahora. ?Callarse! Dejarlo que hable, a ver.

– La gramola muertita de risa – decia Ricardo -; ?carga con ella todo el dia!

– Y la hora hache, al caer.

– ?Venga, que se pronuncie!

– Cuentos. A no dejarlo que hable, ?vale? – proponia Ricardo en voz baja -; cuanto que haga intencion de abrir la boca, un abucheo como un tunel.

Todos miraban a Fernando en la luz, desde las espesuras de la madreselva en el jardin anochecido. Le habia dicho Mely a Zacarias:

– Se queman los domingos que es que ni te enteras.

– Pero queda el regusto – habia dicho el -. Mira el gato, mira el gato…

Lo sentian rebullir en la enramada, en rumor de hojas secas. Le vieron la sombra cazadora y fugaz, entre las patas de las sillas.

– Para el todo son domingos.

– O todos dias de labor – le habia replicado Zacarias -. No sabemos.

Ahora los dos atendian hacia Fernando. Fernando se impacientaba.

– Bueno, ?quereis escucharme, si o no? Le grito Zacarias:

– ?Explicate ya, Mussolini!

– ?Que! Que le den dos reales y que se calle ya de una vez.

Hizo ademan de retirarse, y dio paso a la luz, que brillo unos momentos en el niquel del gramofono, al fondo del jardin.

– ?No seais! Dejarlo al chico que diga lo que sea, venga ya.

– A ver si quieren.

– Oye, ? es que vas a bautizar algun transatlantico con esa botella en la mano? Dime, ?y como le piensas poner?

– ?Eh? Pues mira, a lo mejor le pongo Profiden, o La Joven Ricarda, ?cual te gusta mas?

– Ah, cualquiera, lo vas a gafar y se te va a ir a pique con cualquiera de los dos que le pongas. Bueno, anda, habla ya, vamos a ver esas revelaciones tan sensacionales.

– Con tu permiso. Pues nada, muchachos – se dirigia hacia todos, incluyendo a los cinco que ocupaban la otra mesa -. yo nada mas lo que queria decir es que hacia falta de organizar un poquito este cotarro. Asi, conforme vamos arrastrando la tarde hasta ahora, no se hace mas que crear confusion, que cada uno procura por una cosa diferente, y ninguno sacamos nada en limpio…

– ?Cuentanos tu vida! ?Acaba ya! ? Chacho; que tio, vaya un espich!

– ?Pero calla, voceras, que estas incomodando…! Bueno, pues lo que iba a proponer es que juntemos las dos mesas con esta gente, que estan aqui como despistados y que ademas se yo que son de los buenos, y asi se formaba una mesa todos juntos. Porque de esa manera, ya no habia aqui mas que una sola cosa, para poder llevarlo con orden y concierto. Y al mismo tiempo, pues se engrosaba la reunion con nuevos elementos de refresco y saliamos todos ganando en bureo y animacion, unos y otros. ?Que os parece?

– Pues venga, de acuerdo por esta parte – dijo Miguel -. Si ellos estan conformes, que se cojan su asiento cada uno y se arrimen para aca, que tenemos mas sitio.

– ?Hale, hale! – dijo una voz al otro lado.

– No hay mas que hablar.

Se levantaron los cinco y traian sus sillas hacia la mesa de los de Zacarias y Miguel. Fernando ya se habia retirado de la luz y se volvio a su sitio, junto a Mariyayo. Quedo el rectangulo neto sobre el suelo. Los cinco lo atravesaban, trasladando sus macutos y sus cosas. Ricardo murmuraba:

– Lo que se le ha ido a ocurrir, mira tu ahora, en evitacion de barullos.

Samuel se volvia hacia el y le decia:

– ?Que criticas tu ahora, Profiden?

Вы читаете El Jarama
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату