decirles a tus hijos?», ya como deseando que nos reganara de una vez, ?no me comprendes? Y mi padre no hace mas que mirarla, asi muy serio, y se levanta y se marcha a acostar. Total que aquella noche nos fuimos a la cama sin saber todavia a que atenernos, con toda la tormenta en el cuerpo. Claro, eso era lo que el queria, no tuvo un pelo de tonto, que va. Le salio que mejor no le podia haber salido. Al dia siguiente nos dijo cuatro cosas, pero ya no una rina muy fuerte ni nada, cuatro cosas en serio, pero sin voces ni barbaridades, asi muy sereno; todavia a mi hermano le apreto un poco mas, pero a mi… Demasiado sabia el que el rato ya lo teniamos pasado, vaya si lo sabia. Y eso fue todo… Zacarias sonrio.
– Bueno, ?y tu, tanto gasto haces tu de sereno? – le habia preguntado Fernando a Mariyayo.
– Pues a ver que remedio me queda.
– ?Por que? ?Que haces de noche tu por las calles esas?
– Trabajo en el ramo cafeteria, conque tu veras.
– Ah, vaya, ya me entero. Los turnos de noche. ?Y no te comen los vampiros?
– No, rico; no tengas cuidado, que no me comen.
Se habia oido la risa de Fernando. Y Lucas se habia acercado a la ventana, con el macuto de los discos; por dentro se veia la cocina y la mujer de Mauricio atizaba la lumbre con una tapa de carton de alguna caja de zapatos; crepitaban los carbones en pequenos estallidos y subian dispersiones de pavesas. Marialuisa habia ido junto al otro y Faustina se habia vuelto al oirles, mientras ellos buscaban el disco de la rumba, y les dijo:
– Ahora mismo sale mi hija, si precisan de algo.
– Pero otro que estuviese en mejores condiciones.
– A falta de otra cosa… Habia dicho Juanita:
– Lo mas malo que tiene es el dueno, ?sabes tu?, que por lo visto se cree que tiene algo.
– Aqui no viene nadie.
Fernando habia vuelto a dar palmas; anadia:
– Pues mira, chica, eso del sereno no esta mal discurrido. Solo porque no vayas tu solita, mujer, soy yo muy capaz de quitarme tres horas de dormir todas las noches. Es una buena idea, merecera siempre la pena acompanarte. Me quedo con la plaza.
Ya sonaba la musica. Habia salido Samuel a bailar con la rubia, y dos parejas de los de Legazpi. Luego tambien Miguel se levantaba, y al pasar con Alicia hacia el baile, le tocaba en el hombro a Zacarias.
– ?Que pasa? Ya no quereis cuentas con nadie, por lo visto. Vaya un palique que teneis, mano a mano, ahi los dos. A saber tu las trolas que la estaras haciendo que se trague. Di que todo es embuste, hija mia, que este no es mas que un rollista fantastico. Tu, ni caso.
Mely le sonreia.
– Me esta contando las cosas de la mili.
– Bueno, bueno, pues seguir. Despues Alicia, bailando, lo reprendia:
– ?Tu a que te metes con ellos?, ?no ves que estan en plan?, ?no te das cuenta?
– Pues por eso, para hacerlos un poco de rabiar.
El otro de los cinco se habia quedado en la mesa; miraba a Loli en la penumbra. Venian las risas de la rubia y de Samuel, que bailaban con grandes aspavientos. Ricardo estaba callado.
– Que diversion, ?verdad, Juani? – decia Lolita en un tono reticente.
La iba a contestar, pero ya volvia Lucas de junto a la gramola y la saco hacia el baile.
Las parejas entraban y salian de la sombra al escueto rectangulo de luz, que las cortaba por las piernas y la cintura. El de Legazpi le dijo a Lolita:
– Si tu no bailas con nadie…
– ?Que?
– Pues que te saco yo, si tu quieres. Aparecio Justina en el jardin.
– Si, si; encantada.
– ?Que querian?
Ricardo miraba al de Legazpi, que se agarraba con Lolita y empezaba a bailar; dijo:
– Tu, Fernando, que a ver que quereis.
– Ah, si, pues vino, un par de botellas que sean. Despues anadia:
– Oiga, ?hay langosta? Justina lo miro.
– ?Si! ?A la marinera! – contestaba saliendo.
– ?Toma!, te han respondido a tono – se reia Mariyayo-. Para que aprendas.
Se oyo un grito festivo en el baile y luego de improviso se ilumino todo el jardin. Sorprendio el rostro agrio de Ricardo, la boca de Mariyayo que reia, Zacarias y Mely muy juntos, hundidos contra la enramada. La luz se venia de una bombilla en el centro, con su tulipa blanca, colgada de unos cables embreados. Se habian separado bruscamente los labios de Marialuisa y de Samuel. Se veia el polvo que subia de entre los pies de las parejas, y la blusa amarilla de una de las chicas de Legazpi, las mesas vacias, papeles en el suelo, las bicicletas alli al fondo, tiradas junto a la pared, los labios machacados de la rana de bronce. Fernando decia riendo:
– Que mal gusto encender la luz ahora. Se volvio Zacarias; le dijo:
– ?Que hay?
Mely, a su lado, se miraba en el espejito.
– Eso, vosotros – contesto Fernando.
– Echanos vino, haz el favor.
– Aguarda; ya lo traen. Trompeteaba gangosamente la rumba en la gramola.
– ?Dos? Ahora va. ?Diste la luz a la juventud?
– Acabo de darla.
– Si, porque, bailes a oscuras, la juventud ya sabes luego lo que pasa. A tu madre despues no le gusta y con razon. Asi hay mas comedimiento.
– Pues que poquita gracia les habra hecho a ellos – dijo Lucio.
– Ah, pues a jorobarse. Solo faltaba ahora que convirtiese yo mi casa en un sitio tirao. Lucio insistia:
– La juventud tiene sus apetencias, ya se sabe. A eso no se le puede tampoco llamar tirao. Lo golfo golfo es otra cosa, y bien distinta.
Mauricio llenaba las dos botellas.
– Pues aqui no. Hay mucho campo ahi fuera. Toma, hija. Entraba el hombre de los zapatos blancos.
– Buenas tardes.
– Que ya son noches. Hola, que hay. Salio Justina hacia el pasillo. El senor Schneider levanto la cabeza del juego.
– ?Esta usted bien, mi amigo? – sonreia el hombre de los z. b.
– Bien, muchas gracias, Esnaider, ?como va eso?
– Oh, este marcha regularmente, una vez pierde, otra gana. Esto, pues, como la vida.
– Si, como la vida. Salvo que menos arriesgado, ?no cree?